Tengo muchas ganas de perderme por los bosques de mi pueblo natal. No es lo mismo pasear por un parque urbano que
por un bosque alejado de cualquier población. Sin dejar de ser vegetales, los
árboles urbanos se han humanizado demasiado, se han contagiado de nuestra fiebre y nuestra contaminación. Son
más obsequiosos y educados que los silvestres, pero han perdido parte de
su fuerza, como si fueran sansones sin melena. Tras meses de confinamiento y de
una difusa depresión, necesitamos que la naturaleza nos cure. Acompasar nuestro
ritmo al suyo es una forma de conectarnos con la vida. Puede sonar a regresión
infantil, pero si un virus natural nos ha complicado la existencia, otros muchos
seres naturales pueden ayudarnos a recomponerla. Adentrarnos en la espesura del bosque,
respirar el aire infinito, abrazar los árboles, pisar la tierra húmeda, mirar
el cielo, caminar sin rumbo, beber a sorbos el agua de los arroyos… son
prácticas terapéuticas. La naturaleza es el primer “hospital” que Dios nos ha
dado para curar nuestras enfermedades del cuerpo y del alma. En realidad, es
antes un centro de prevención que de cura, pero, si no hemos sabido servirnos
de ella para no caer enfermos, podemos aprovecharla para vencer nuestros males.
Julio y agosto
son meses de vacaciones en el hemisferio norte. Por todas partes se dice que este
año las cosas van a ser diferentes. Muchas personas no podrán (o no querrán)
tomarse un mes o quince días. Se limitarán a rápidas salidas de fin de semana.
En cualquier caso, habría que hacer lo posible por hacer de las minivacaciones
un tiempo de recreación. Recrear no significa divertirse, sino “volver a crear”.
Creo que todos necesitamos ser “recreados” en nuestro equilibrio personal. No podemos
permitir que la pandemia deje heridas abiertas en el alma, por más cruel que
haya sido con nosotros. Es verdad que ayuda
mucho poner palabras a lo que nos pasa y compartirlas con otras personas.
También este momento es necesario, pero quizás antes que la “logoterapia”,
necesitamos los primeros auxilios de la naturaleza silente. Al bosque no necesitamos
decirle nada porque nos entiende sin palabras. Lo mismo sucede con algunos
animales (por ejemplo, los perros o los
caballos). Parece que tienen un sensor especial para percibir nuestras
oscilaciones anímicas. Enseguida se dan cuenta de lo que nos pasa. Por eso,
también los animales pueden ser nuestros terapeutas en tiempos de crisis.
Ya sé que para un
creyente hay una terapia todavía más profunda. Ya sé que solo el encuentro con
Dios a través de la oración y los sacramentos llega al centro del alma.
Pero eso no impide que leamos toda la “biblioteca” que Dios pone a nuestro alcance.
Él nos habla a través de los seres humanos (cada uno somos un libro
irrepetible) y de las Escrituras, pero antes lo ha hecho -y sigue haciéndolo- a
través del libro de la naturaleza. Cuantos más “libros” leamos, más nos
dejaremos empapar por su amor curativo. Quizás después de meses de excesivo
consumo digital, necesitamos un cierto ayuno de Internet para poder conectarnos con esa realidad primordial que llamamos naturaleza y que
tiene que ver con los ríos y los bosques, el mar y las playas, los
cielos estrellados y el sol de mediodía, el rocío matutino y los
atardeceres de oro, los árboles y las flores, las rocas y la
tierra mojada, la arena y los arbustos, las abejas y los
gorriones, los perros y los caballos, las hormigas y los peces.
Necesitamos también hoy un moderno “cántico de las criaturas” para que el poder
mortífero del virus Covid-19 quede amortiguado por la potencia recreadora de
una orquesta maravillosa de seres vegetales y animales que cantan la grandeza
de Dios.
Saludos P. Gonzalo desde Puerto Rico. Su escrito ha sido maravilloso y muy cierto. Así lo he experimentado. La aurora, la observación dedicada y apacible de las aves, caminar en el bosque tropical y sentir la arena en la orilla de la playa siempre han sido para mí esencial en la recuperación de estados de ánimos depresivos. Cuando veo estos seres vivos de la naturaleza, al hermano Sol y a la hermana Luna siento la presencia de nuestro Padre Dios. Puedo sentir que Él mismo me abraza, acaricia y sostiene. Luego en el encuentro con los demás se hace vivo y presente la esperanza y la salud recuperada. Comparto su opinión, como logopeda o Patóloga del habla lenguaje que es importante sentir a través de nuestros sentidos y luego ponerle palabras a esta experiencia de ser amados por nuestro Señor.
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