Recuerdo haber leído en algún libro del cardenal vietnamita Van Thuan (1928-2002) una experiencia suya que me conmovió. Cuando fue arrestado por la
policía comunista de su país, tuvo que salir de casa con lo puesto. Al día
siguiente le permitieron escribir a sus familiares para que le enviasen a la cárcel
algunas cosas personales: ropa, útiles de aseo… En la nota añadió: “Por favor,
mandadme un poco de vino para mi dolor de estómago”. Los familiares entendieron
enseguida de qué se trataba. Le enviaron una botellita de vino de misa con una
etiqueta que decía: “Medicina contra el dolor de estómago”. Incluyeron también
algunas hostias escondidas en una linterna. Cuando la policía le preguntó si
padecía del estómago, él dijo que sí. Entonces, le entregaron la botellita de
vino. El cardenal cuenta que cada día se las ingeniaba para verter tres gotas
de vino y una de agua en la palma de la mano y, de esta manera, celebrar una
misa clandestina. Su mano se había convertido en altar y la celda de la prisión
en catedral. Para iluminar su experiencia, recordaba las palabras de san Ignacio de Antioquía:
“Medicina de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para tener siempre la
vida de Jesús”. Así, sostenido por la Eucaristía, pudo resisitir los largos años de prisión sin desesperarse y sin alimentar sentimientos de venganza. Me viene a la memoria esta anécdota en un día como hoy en que en muchos
países del mundo celebramos la solemnidad del Santísimo
Cuerpo y Sangre de Cristo, más conocida como Corpus Christi o “día
del Señor”.
Recuerdo de niño
las procesiones que se organizaban en mi pueblo. En algunos lugares
estratégicos se levantaban altares. Junto a ellos se colocaban los niños
nacidos en los meses anteriores. El Santísimo bajo palio desfilaba por las
calles del pueblo acompañado por los niños y niñas que habían hecho su primera comunión
ese año. Las niñas arrojaban pétalos de flores al paso de la custodia y también
sobre los niños pequeños. Supongo que este año, debido a la pandemia, no se podrá
realizar como de costumbre. Recuerdo también otras procesiones solemnes en Roma
por la Via Merulana, desde San Juan de Letrán hasta Santa María la Mayor. En muchos
lugares del mundo se organizan manifestaciones populares para exaltar la Eucaristía.
Sé que a algunos liturgistas no les hace mucha gracia este derroche de devoción
popular. Preferirían un acercamiento más discreto, un poco más “protestante”,
si se me permite la expresión. Pero es imposible luchar contra la creatividad
del pueblo, cuando está movida por el Espíritu de Dios. Sirven de poco los
estudios históricos y las reflexiones teológicas. ¿Qué hay detrás de estas
manifestaciones de fe y piedad? Quizás el convencimiento de que el Cuerpo de
Cristo es la “medicina” que nos mantiene vivos en esta peregrinación terrena y
nos prepara para la vida definitiva.
El cardenal Van
Thuan comprendió muy bien esta realidad cuando estaba recluido en su celda
vietnamita. Quienes no podían entenderlo eran sus guardianes comunistas. La Eucaristía
es un alimento peligroso, porque desencadena una ola de vida y de solidaridad que no se detiene.
Esta misma experiencia tuvieron los mártires claretianos de Barbastro cuando
estuvieron encerrados varias semanas antes de ser ejecutados. La Eucaristía los
mantuvo vivos y unidos. Comer el Cuerpo de Cristo sacramentado les hizo vivir como un
cuerpo. La Eucaristía no solo da fuerza, sino que crea comunión. Los
regímenes que quieren controlar a la Iglesia católica, lo primero que hacen es prohibir
o poner trabas a la celebración de la Eucaristía porque saben que los
cristianos que reciben el Cuerpo y la Sangre de Cristo se transforman. Este
año, durante el largo tiempo de confinamiento, millones de cristianos en todo
el mundo no han podido participar en la Eucaristía sacramental. Es verdad que
no se hunde el mundo, que hay muchas maneras de ser Iglesia y de relacionarse
con Jesús, pero algo esencial se pierde cuando perdemos la concreción, la “carne”
del sacramento. La fe es mucho más que un sentimiento subjetivo. Pasa a través
de los signos que Jesús mismo ha querido donar a su Iglesia: pan partido y vino derramado. Cuando algunas
personas me preguntan por qué “tienen que” ir a misa, suelo mirarlas con
amabilidad y reprimo una respuesta que me sale de dentro, pero que puede ser malinterpretada:
“Porque sin el Cuerpo de Cristo no tenemos vida”.
Me gustó mucho la referencia a lo vivido por el Cardenal vietnamita.
ResponderEliminarSolo quería dejarle una pregunta: a qué se debe que el jueves también se haya dicho que era el día del Corpus Christi? No es que hay una sola fecha entonces?
Gracias por su relato!��
Hola, Cristina. Me alegro de que te haya gustado la historia del cardenal. Van Thuan. Tradicionalmente, el Corpus Christi se celebraba el jueves siguiente al Domingo de la Santísima Trinidad, pero, desde hace años, en la mayoría de países la fiesta se ha trasladado al domingo. Eso explica que haya dos fechas.
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