Estamos ya oficialmente en verano. Los días son interminables. Hay mucha luz. Hoy España
ha finalizado el estado de alarma, después de casi cien días y seis prórrogas. Se reanudan muchas
actividades. Los turistas empiezan a moverse de un país a otro de la Unión Europea. Todo invita al optimismo y, sin embargo, seguimos teniendo miedo.
Un miedo pegado al cuerpo que no terminamos de superar. El miedo engendra
desconfianza. La desconfianza ve enemigos potenciales por todas partes. En este
contexto, nos llega el XII Domingo del Tiempo Ordinario. En el Evangelio Jesús nos invita por
tres veces a “no tener miedo”. Podemos detenernos en sus palabras,
tratando de aplicarlas a la situación que estamos viviendo. Dios no tiene miedo. Nosotros tampoco deberíamos dejarnos derrotar por el virus de la desconfianza.
La primera vez Jesús
dice: “No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no
llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse”. Parece
que esta frase no se refiere a que algún día se harán públicos los secretillos inconfesables
que todos archivamos. Jesús no hace campaña en favor de esas televisiones y periódicos
que siempre andan destapando los secretos de los famosos para hacer caja. El
sentido de la frase se relaciona con el método de enseñanza de los maestros de
su tiempo, que solían impartir sus instrucciones en un ambiente de intimidad y
secreto. A veces, también Jesús instruyó a los suyos en privado. Pero nada de
lo que él dijo va a permanecer escondido, porque el Evangelio está llamado a
ser luz del mundo, a llegar hasta los confines de la tierra. No importa si “algunos
hombres” se oponen a Él. El Evangelio se abrirá camino. Por tanto, podemos
confiar. No hay ninguna razón para el miedo.
La segunda vez Jesús dice: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Es una advertencia a los seguidores de todos los tiempos, también a nosotros. Un discípulo de Jesús que quiera vivir a fondo su Evangelio tarde o temprano será perseguido, incluso por los de su círculo más cercano. El siglo XX ha sido el más cruel de todos. Millones de cristianos han pagado con su vida el hecho de seguir a Jesús. El siglo XXI no se está quedando atrás. Jesús nos conforta asegurándonos que los enemigos de la fe “solo” pueden llegar a destruir el cuerpo. Nada más. Nadie puede entrar en el santuario de nuestra intimidad. Nadie puede arrebatarnos nuestra condición de hijos de Dios. Nadie puede separarnos de su amor. Esta fe desarma a quienes creen que, eliminando físicamente a los cristianos, acaban con el “peligroso virus” de la fe. Lo intentaron los romanos y no lo consiguieron. Lo intentaron diversos regímenes totalitarios a lo largo de la historia y tampoco lo consiguieron. Lo intenta hoy de manera más sutil el ateísmo tecnocientífico. Tampoco lo conseguirá. La fuerza del Evangelio se abre camino a través de nuestra fragilidad. Lo verdaderamente peligroso no es la persecución que viene de fuera, sino el virus del pecado que puede destruirnos por dentro.
La segunda vez Jesús dice: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Es una advertencia a los seguidores de todos los tiempos, también a nosotros. Un discípulo de Jesús que quiera vivir a fondo su Evangelio tarde o temprano será perseguido, incluso por los de su círculo más cercano. El siglo XX ha sido el más cruel de todos. Millones de cristianos han pagado con su vida el hecho de seguir a Jesús. El siglo XXI no se está quedando atrás. Jesús nos conforta asegurándonos que los enemigos de la fe “solo” pueden llegar a destruir el cuerpo. Nada más. Nadie puede entrar en el santuario de nuestra intimidad. Nadie puede arrebatarnos nuestra condición de hijos de Dios. Nadie puede separarnos de su amor. Esta fe desarma a quienes creen que, eliminando físicamente a los cristianos, acaban con el “peligroso virus” de la fe. Lo intentaron los romanos y no lo consiguieron. Lo intentaron diversos regímenes totalitarios a lo largo de la historia y tampoco lo consiguieron. Lo intenta hoy de manera más sutil el ateísmo tecnocientífico. Tampoco lo conseguirá. La fuerza del Evangelio se abre camino a través de nuestra fragilidad. Lo verdaderamente peligroso no es la persecución que viene de fuera, sino el virus del pecado que puede destruirnos por dentro.
Por último, Jesús
dice una frase que resulta chocante en el contexto actual: “No tengáis
miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones”. La pandemia nos
ha hecho más sensibles al equilibrio de la naturaleza, a la interrelación entre
todos los seres vivientes, a “la vida que atrae a la vida”. Sabemos que
dependemos de los océanos, los bosques, los animales. No podemos comportarnos
como depredadores de la biocenosis. Pero esto no significa que el ser humano
sea solo un eslabón más de la cadena de la vida. Ese “no hay comparación
entre vosotros y los gorriones” hace del ser humano −por más que algunos
ecologistas radicales se nieguen a admitirlo− un símbolo de Dios.
Hemos sido creado “a su imagen y semejanza”. Ya sé que muchos preferirían hacer
una interpretación puramente evolucionista y zoológica de la especie humana, pero
no es esto lo que nos ofrece la revelación cristiana.
En cada ser humano hay una
chispa de divinidad que debe ayudarnos a superar el miedo a ser solo un momento
breve (tal vez hermoso) del ciclo evolutivo. Ni siquiera la pandemia del Covid-19
debe hacernos abdicar de nuestra dignidad. Somos frágiles. Un virus puede
diezmarnos. Pero “no hay comparación entre nosotros y los virus”. Tenemos
capacidad de análisis y reacción, podemos prever y ensayar una respuesta. Y, sobre
todo, creemos que el Padre de los cielos tiene cuidado de cada uno de nosotros.
Para Él no somos cifras de una estadística, sino hijos e hijas queridos hasta
el último detalle. Por si hubiera alguna duda, Jesús nos aclara de forma hiperbólica y
humorística que “vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados”.
Quizás nos cuesta entender y aceptar que en cada uno de nosotros hay una chispa de divinidad… Si fuéramos totalmente conscientes de ello, nos llevaría a confiar plenamente y entender y aplicar en nuestra vida el “no tener miedo”.
ResponderEliminarDios es nuestro Padre, pero nosotros ¿somos plenamente conscientes de ser hijos?
El comentario de Armellini, hoy, es muy intenso… Da materia para días.
Gracias Gonzalo.