Este sábado amanece en Roma con el cielo cubierto y temperatura fresca. A medida que
avanzan los días, las calles vuelven a poblarse de coches, pero sin llegar a las
congestiones anteriores a la pandemia. A partir del lunes 18, en Italia entraremos
en otra fase. Ya casi no sé qué significa salir a la calle, porque llevo sin
hacerlo desde el 1 de marzo. Me pregunto si no estaré padeciendo el “síndrome
de la cabaña”. La verdad es que, libre de viajes constantes y
compromisos sociales, el tiempo me cunde mucho más. Puedo organizarme y hacer
lo que tengo que hacer sin depender demasiado de factores externos. En ningún
momento he tenido la sensación de estar encarcelado, quizás porque estaba
necesitando un período de tranquilidad después de muchos años de itinerancia
constante y porque tengo el privilegio de vivir en una casa grande y casi autárquica.
A pesar de que no tengo demasiadas ganas, procuro leer lo que considero interesante
para comprender mejor lo que nos está pasando. Me ha gustado la carta pastoral conjunta de los obispos de Navarra y País Vasco titulada Bienaventuranzas
en tiempos de pandemia.
Creo que es un esfuerzo serio por ayudar a los cristianos a interpretar el
tiempo presente y a vivirlo desde la fe. Lo que me agota es el continuo debate político que percibo en Italia (y más aún en España).
Había menguado al comienzo de la crisis (una especie de tregua santa), pero no
ha tardado mucho en reaparecer con tonos que me resultan mezquinos e hirientes
para los ciudadanos. Si en situaciones como estas no sabemos remar todos en la
misma dirección después de habernos puesto de acuerdo sobre el rumbo, ¿cuándo lo
vamos a hacer?
Dentro de unos
días, los miembros del gobierno general tendremos una videonferencia con todos
los provinciales del mundo para evaluar en qué momento estamos, cómo nos está afectando la pandemia y comenzar la
preparación del próximo Capítulo General que tendrá lugar en agosto-septiembre
de 2021. Ayer dedicamos casi dos horas a explorar juntos las diversas posibilidades
que nos ofrece la plataforma Zoom
(desde enviar vídeos y presentaciones hasta hacer reuniones por grupos lingüísticos,
etc.). También he empezado a preparar una semana de ejercicios espirituales por Internet para mediados de julio. Tendría que haberlos animado en Vic (Barcelona), pero las circunstancias aconsejan no hacerlos de manera presencial. ¡Quién sabe si esto hará que muchas más personas de todo el mundo puedan participar! Está claro que en el futuro tendremos menos viajes y más reuniones de
este tipo. Ahorraremos tiempo y dinero, contaminaremos menos y procuraremos ir
a lo esencial, sin perdernos en disquisiciones inútiles. Lo que se puede hacer
en tres horas no hay por qué hacerlo en dos días. Esto hará que los encuentros
presenciales –cuando se produzcan– adquieran más valor. En fin, que la pandemia
nos está obligando a adelantar cosas que ya estaban ahí o que preveíamos para
los próximos años, pero que ahora se han hecho casi imprescindibles. Tenemos
que imaginar un nuevo tipo de educación, de acción pastoral, de promoción
social y hasta de liturgia. Mientras tanto, dejemos que el fin de semana traiga
un poco de sosiego a estos tiempos tan convulsos.
Sí, el estilo de vivir va a canviar, en mi caso, las tiendas pequeñas veremos como van... La gente ya muchos te hacen pedido por medios informáticos. Lo que no se sustituye es el consejo que puedo dar con el contacto de tu a tu... Ahora ya se ha comprado mucho por internet. Los transportes no dan el abasto. ¿se perderá humanidad? Tendremos una sociedad donde aumentaran todavía más las diferencias sociales... Me pregunto también ¿cómo será la vida de los ancianos?
ResponderEliminarGracias Gonzalo por tus reflexiones.