Hay algo que nos aterra más que el sufrimiento o la muerte. Es el temor a enfrentarnos a la
pruebas de la vida solos, sin ayuda de nadie. Es la experiencia que tienen
algunos hijos cuando mueren sus padres y experimentan por vez primera lo que
significa ser huérfanos. O lo que sienten algunos cónyuges cuando se quedan
viudos. Pareciera que el mundo se hunde y que ya no hay razones para seguir
viviendo. Algo parecido debieron de experimentar los discípulos de Jesús cuando
intuyeron que él se iba. Y no estamos lejos de esa experiencia nosotros que,
durante esta pandemia, nos preguntamos a menudo dónde se ha escondido Dios, por
qué no actúa de una manera más visible y enérgica. En este contexto de ausencia
y soledad se entienden mejor las palabras que Jesús nos dirige en el Evangelio
de este Sexto Domingo de Pascua. Su promesa no se ciñe a un momento.
Recorre toda la historia humana. Nos alcanza hoy: “No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no
me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo”.
Jesús nos promete su presencia entre nosotros. Él no es un muerto famoso, es el Viviente.
¿Cómo se queda
Jesús entre nosotros si ya no vive físicamente en nuestro mundo? Él mismo nos
ha dado la respuesta: “Yo le pediré al
Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de
la verdad”. Nos ha prometido su Espíritu al que presenta como “consolador”
o como “testigo en favor nuestro” (mejor que “abogado defensor”, figura que no existía
en la práctica judicial judía). El Espíritu de Jesús y del Padre permanece
siempre con nosotros. Es la fuente de todo lo mejor que tenemos los seres
humanos, también de este tsunami de solidaridad que se ha desbordado en las últimas semanas. Sin embargo, no siempre sabemos
reconocer su misteriosa presencia: “El mundo
no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo
conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros”. El mundo al que se
refiere Jesús no son “los otros”, quienes no creen en él, sino esa parte de nosotros
mismos que se mueve con criterios de tejas abajo, que considera que solo lo
visible es real y que juzga que todo lo referido a Dios es una solemne tomadura
de pelo, además de una pérdida de tiempo. El “ateo” que todos llevamos dentro
no es capaz de reconocer los gemidos de este Espíritu que Jesús nos ha regalado
para acompañarnos en el duro camino de la vida. Por eso, se nos hace tan difícil
vivir con serenidad y esperanza las pruebas a las que nos vemos sometidos: porque creemos que estamos solos, que hemos sido abandonados a nuestra suerte y
que lo del Espíritu es otro cuento de hadas.
Hay un texto de
la primera lectura de este domingo (cf. Hch 8.14-17) que me resulta atractivo e
iluminador: “Cuando los apóstoles, que
estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaría había recibido la palabra de
Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por ellos,
para que recibieran el Espíritu Santo; pues aún no había bajado sobre ninguno;
estaban solo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las
manos y recibían el Espíritu Santo”. Es muy probable que la mayoría de los
lectores de este Rincón hayamos recibido
en algún momento de nuestras vidas el sacramento de la Confirmación. Eso
significa que también nosotros hemos recibido el Espíritu mediante la
imposición de las manos de los obispos (sucesores de los apóstoles). Somos
hombres y mujeres “habitados” por una presencia divina consoladora y
fortificadora. Somos asimismo personas “habilitadas” para transmitir consuelo y
fortaleza en las situaciones de prueba y de dolor. Estamos viviendo un tiempo
en el que necesitamos compartir este tesoro con todos. El riesgo de tristeza y
desesperanza es muy alto. Muchos miran al futuro con incertidumbre y
preocupación. En este contexto, es urgente recordar que no estamos solos (se
nos ha concedido el Espíritu de Jesús) y se nos ha regalado también el don de acompañar
a otros para que experimenten a través de nosotros la cercanía de Dios. ¿No es esta una hermosa misión, suficiente para dar sentido a nuestra vida?
Os dejo con un diseño sobre el Evangelio de este domingo hecho por el claretiano Pedro Sarmiento, amigo y compañero de estudios y fatigas apostólicas hace muchos años.
Os dejo con un diseño sobre el Evangelio de este domingo hecho por el claretiano Pedro Sarmiento, amigo y compañero de estudios y fatigas apostólicas hace muchos años.
Muchas gracias amigo. Me ha encantado esta entrada de hoy y me ha hecho abrir un poco más los ojos. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por la motivación e interpelación. Podrías ofrecernos el significado de la pintura del P. Fernando. Veo, a mi entender, al Espíritu uniendo corazones... pero sería mejor la versión original. ánimo.
ResponderEliminarCre que esa es una buena interpretación. Me parece que se refiere a la presencia del Espíritu "dentro" de nosotros. Es un eco del Evangelio de este domingo.
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