Los lectores de
este Rincón saben que siento una gran
atracción por Fátima. Raro es el año que no visito el santuario una o más
veces. He dejado constancia de algunas
visitas en este blog. Tenía previsto volver a viajar el último fin de
semana de junio, pero no será posible. Me contentaré con una oración virtual
como la que los peregrinos portugueses harán este año en un día como hoy.
Se cumplen 103 años de las famosas apariciones de la Virgen María a tres pastorcitos. No sé la resonancia que en cada uno de nosotros tiene Fátima. Para
algunas personas, el solo nombre evoca ideas como credulidad, autosugestión, manipulación,
comercio, conservadurismo, anticomunismo, apocalíptica barata, etc. Para otras –quiero
creer que para la mayoría– Fátima es un símbolo de paz, amor, llamada a la
conversión, primado del corazón y de la sencillez sobre el poder y el orgullo,
sueño de un mundo nuevo y fraternidad universal. Creo que yo también tuve mis
dudas y reticencias en alguna etapa del camino. Hoy visito Fátima como un
peregrino más, atraído por una Madre que con dulzura me abre los ojos sobre lo
que está pasando en el mundo, me conduce a Jesús, me invita a “hacer lo que él
me diga” y me consuela en medio de las tribulaciones de la vida.
Este año 2020
pasará a la historia como “el año de la pandemia”. ¡Hasta la Santa Sede ha creado
la Comisión
Vaticana Covid-19 para analizar el impacto de este evento en la vida de
la Iglesia y sugerir pistas de futuro! ¿Cómo podemos iluminar esta situación
desde el mensaje de Fátima? ¿Qué nos diría nuestra Madre en una situación como
esta? (No olvidemos que las apariciones de 1917 se produjeron en los estertores
de la Primera Guerra Mundial). Creo que el mensaje
de Fátima –tan desconocido por la mayoría y tan expuesto a especulaciones– sigue siendo actual, quizás incluso más acuciante que hace un
siglo. Fátima es sin duda la más profética de las apariciones modernas. La primera
y la segunda parte del secreto se
refieren sobre todo a la aterradora visión del infierno, la devoción al Corazón
Inmaculado de María, la segunda guerra mundial y la previsión de los daños
ingentes que Rusia, en su defección de la fe cristiana y en la adhesión al
totalitarismo comunista, provocaría a la humanidad. La tercera parte es una
fuerte invitación a la penitencia, al cambio de vida. Naturalmente, cada una de
estas “revelaciones” se interpreta según la teología y el lenguaje de la época. ¿Se podría expresar el conjunto del mensaje de Fátima con palabras más
cercanas a la sensibilidad de hoy? Creo que sí. Dios nos llama, a través del
Corazón de María, a no olvidar quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Convertirnos
significa volver a la “casa del Padre”, como el hijo pródigo que, después de
haber dilapidado la herencia paterna, siente en su corazón la voz de su padre y
decide regresar.
La pandemia está
siendo un evento inesperado e imprevisible. Puede sumirnos en la tristeza y la
desesperación. O puede hacernos recapacitar y abrirnos al porvenir. Estoy siendo testigo de ambas reacciones. Yo me apunto la segunda, pero sin orillar todo el sufrimiento y el desconcierto que estamos acumulando en estos meses. No puede haber un futuro mejor si pasamos página como si nada estuviera sucediendo, como si los millones de afectados fueran solo piezas anónimas de un engranaje. Nunca me ha gustado contemplar al ser humano como un mero eslabón de la todopoderosa cadena evolutiva. ¿Qué tipo de vida estábamos
llevando? ¿Adónde nos conducía una vida acelerada e individualista? ¿Qué ganamos con apartarnos
de Dios y construir un mundo en el que solo una pequeña parte disfruta de un estilo
de vida desahogado mientras la gran mayoría pasa necesidad? ¿Qué futuro le aguarda
a un planeta sobreexplotado y contaminado? ¿Para qué sirve una globalización que no se preocupa de la casa común? Todas estas preguntas son como un
despertador que nos sacude de nuestro letargo.
En este sentido, el mensaje de Fátima y la pandemia tienen un punto en común: nos obligan a detenernos y preguntarnos sobre nuestro modo de vivir. La diferencia sustancial es que, mientras el Covid-19 es un virus sin rostro y “sin corazón”, el mensaje de Fátima viene del corazón de una Madre que quiere lo mejor para sus hijos. No hay bien más preciado que la unión con Dios. Solo desde ella podemos construir un mundo “con corazón”, en armonía con la naturaleza y en fraternidad universal. Por eso, en un día como hoy podemos pedirle esta gracia a nuestra Madre con la oración mariana más antigua: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”.
En este sentido, el mensaje de Fátima y la pandemia tienen un punto en común: nos obligan a detenernos y preguntarnos sobre nuestro modo de vivir. La diferencia sustancial es que, mientras el Covid-19 es un virus sin rostro y “sin corazón”, el mensaje de Fátima viene del corazón de una Madre que quiere lo mejor para sus hijos. No hay bien más preciado que la unión con Dios. Solo desde ella podemos construir un mundo “con corazón”, en armonía con la naturaleza y en fraternidad universal. Por eso, en un día como hoy podemos pedirle esta gracia a nuestra Madre con la oración mariana más antigua: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”.
Gracias, Gonzalo, por tu comentario. Yo tenía que haber estado en Fátima ahora, a finales de mayo, en una reunión de encuentro Matrimonial. Se ha pospuesto hasta octubre de este año, espero que esta vez sí que sea posible. Sería estupendo que nos pudiéramos encontrar precisamente allí. Un abrazo fraterno.
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