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sábado, 18 de abril de 2020

Obesidad digital

Hoy tendría que haber pronunciado una conferencia en la 49 Semana Nacional de Vida Consagrada de Madrid. Su título era “Espiritualidad de la vida consagrada en la sociedad de la información”. Como cabe imaginar, la Semana fue cancelada, así que la conferencia deberá esperar tiempos mejores. Pero, dado que el título alude a la sociedad de la información, quiero dedicar la entrada de hoy a este tema. ¿Cómo hubiéramos vivido la pandemia del coronavirus hace 100 o 200 años cuando no existían ni las redes sociales, ni Internet, ni la televisión ni la radio? Me cuesta imaginarlo. Hoy suplimos la falta de contacto físico con innumerables videollamadas, videoconferencias, mensajes de WhatsApp y otras formas digitales de comunicación, hasta el punto de que el confinamiento, en vez de permitirnos disfrutar de un tiempo de silencio y quietud, nos satura con mensajes de todo tipo. Reconozco que algunos son muy ocurrentes e inspiradores. Es probable que, al final de esta cuarentena, hayamos ganado algún kilo en nuestro cuerpo y, desde luego, muchos kilos digitales. Podemos terminar siendo unos perfectos obesos informáticos para regresar luego a la incomunicación. No soy muy optimista respecto de los “avances” que se logran más por presión externa que por convencimiento interior.

En parte se entiende esta necesidad –casi compulsiva– de hacer algo en la red. Los músicos se sienten obligados a componer canciones (solos o en grupo) y a colgar vídeos en You Tube.  Se han puesto de moda los vídeos grabados por varias personas, cada una desde su domicilio. Los artistas gráficos han aumentado su producción de posters, viñetas y composiciones de todo tipo. Los curas transmiten misas desde su capilla o habitación, organizan ejercicios espirituales on line e imaginan diversas formas de acompañamiento espiritual. Las editoriales ponen a disposición de los lectores libros gratis. Los cocineros enseñan a cocinar platos sencillos. Menudean las campañas de todo tipo a favor de sanitarios, cuidadores, fuerzas del orden, etc. Y, por supuesto, abundan los vídeos con explicaciones “científicas” acerca del origen, difusión y alcance de la pandemia. No faltan discursos apocalípticos que ven en la pandemia un castigo divino ejemplarizante y la antesala del fin del mundo. O sea, que no nos podemos quejar de falta de material para sobrellevar el confinamiento. En medio de esta selva, rescato un vídeo promovido por la delegación de Pastoral Familiar de la diócesis de Vitoria (España), en el que diversas familias (la primera que aparece es amiga mía) agradecen a los sacerdotes su entrega en estos tiempos de coronavirus. Lo acompañan con una canción titulada “Gracias a ti, sacerdote”.


La eclosión digital nos está ayudando a sobrellevar estas semanas con más recursos. No estoy seguro de que esto sea siempre positivo. De hecho, el papa Francisco, que está muy atento a los signos de los tiempos, nos previene contra un neo-gnosticismo en la forma de vivir la fe en tiempos del coronavirus. Las celebraciones on line corren el riesgo de acentuar un peligro que ya estaba presente en las celebraciones presenciales: el cristianismo subjetivo y a la carta. En el amplio supermercado religioso que me brinda Internet, yo me sirvo los productos que me interesan (misas, oraciones, ejercicios, etc.), cuando y como quiero. El papa Francisco subraya mucho el carácter encarnado, concreto y comunitario de la fe cristiana para evitar reducirla a un producto de consumo individual que satisfaga nuestras necesidades de sentido, seguridad y trascendencia. Tal vez no es conveniente poner el acento en este peligro, pero me parece que no está de más ser conscientes de él. Mientras, dejemos que el Espíritu del Resucitado sople donde quiera y suscite mil iniciativas de resistencia, acompañamiento, solidaridad y celebración.



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