Ayer, de 5 a 6 de la tarde, tuve una entrañable videoconferencia con algunos amigos de este Rincón que respondieron a la invitación que formulé hace unos días en este mismo blog. Sus voces
sonaban desde Madrid, Sevilla, Soria, Barcelona, Guadalajara y Glasglow; la mía
desde Roma. La conexión funcionó bien. Comenzamos orando juntos. Después de los
saludos, fuimos compartiendo cómo estamos viviendo cada uno estos meses de
pandemia en los distintos lugares. Se trataba de partir de la vida para
regresar a la vida, no de hacer reflexiones en el aire. Todos, en una medida u otra, hemos experimentado de cerca el
zarpazo de la muerte o, por lo menos, hemos sabido de casos de contagio entre nuestros parientes y amigos. Pero el tono
general fue de mucha serenidad. No podemos dejarnos dominar por el abatimiento. La hora se me pasó volando. Hemos quedado en repetir la experiencia más
adelante. Al final, les dejé el enlace al “Aleluya de la tierra” que puse en la
entrada de ayer. Me parecía un estimulante regalo de Pascua para mantener encendida
la llama de la esperanza. Reconozco que quizá yo era uno de los más afectados
por el sufrimiento de estas semanas. Agradezco las palabras de mis amigos que,
desde una honda experiencia de fe, me animaron a imaginar un mundo mejor
después de esta crisis.
Hoy celebramos en
Italia la fiesta
de la Liberación. Creo que este año la mayoría de mis amigos italianos
piensan más en la “liberación del coronavirus” que en los 75 años de la caída
del régimen fascista. En cualquier caso, me gusta la palabra “liberación”
porque expresa con claridad el tránsito de una situación de esclavitud o
dominación a otra de libertad. El confinamiento doméstico, por más que tenga
aspectos positivos, no deja de ser una experiencia impuesta, no deseada, una pequeña esclavitud. Superados
ciertos límites, puede volverse en contra de nosotros. Cada vez oigo más voces
de personas cercanas que están ansiando regresar cuanto antes a la “normalidad”,
conscientes de que ya no es posible regresar a la “vieja” normalidad. De ahora en
adelante, se volverán “normales” prácticas que hasta ahora considerábamos
excepcionales (como, por ejemplo, la distancia social, el uso de guantes y
mascarillas o la supresión de eventos masivos). Es muy probable que desparezcan
muchos bares y restaurantes, que las compañías de vuelos low cost entren en crisis y que los jugadores de fútbol dejen de
ganar una millonada. Echaremos de menos muchas rutinas del “viejo” mundo, pero
tal vez nos liberemos de otras muchas que considerábamos “normales” y que, en
realidad, eran expresión de un mundo injusto, excluyente, contaminante y obsoleto.
Desde el punto de
vista litúrgico, hoy celebramos la fiesta de san Marcos.
Por desgracia, este año no se podrá festejar en Venecia –ciudad que custodia
sus restos– con la solemnidad acostumbrada. Marcos no fue discípulo directo de Jesús. Si la
tradición le atribuye a él y no a un apóstol la autoría del evangelio más
antiguo, debe de haber un fundamento sólido. Si algo subraya Marcos en su Evangelio
es la condición divina de Jesús. Se dice expresamente al principio a modo de
clave (“Comienzo de la buena noticia de Jesús,
Mesías, Hijo de Dios”: 1,1), se pone en boca de Pedro hacia la mitad (“Tú eres el Mesías”: 8,29) y se cierra
el evangelio con la confesión de fe del centurión romano tras la muerte de
Jesús (“Verdaderamente este hombre era
Hijo de Dios”: 15,39). A los discípulos, sin embargo, les costó mucho
entender la identidad de Jesús. Marcos repite con frecuencia que “no comprendían” (Mc 8,33; 9,32). ¿Cómo
se puede comprender que el liberador del pueblo, el hijo de Dios, tenga que ser detenido, torturado
y crucificado? Por eso, todo el Evangelio es un camino formativo que conduce de Galilea a Jerusalén y que sirve como espejo para nosotros, los discípulos de cualquier época. También nosotros necesitamos caminar con Jesús y dejarnos formar por él hasta poder confesarlo como Hijo de Dios y entregarle nuestra vida.
Algo parecido nos pasa a nosotros cuando queremos “comprender”
lo que nos está pasando hoy. Y, sin embargo, la fe en Jesús nos asegura que
nada (ni el hambre, ni la persecución, ni el coronavirus ni la muerte) podrá separarnos del amor de Dios. Asentados sobre este fundamento, podemos vivir el
tiempo presente con una gran esperanza. Sin ella, no tendríamos energía para afrontar
los tremendos restos que nos esperan.
Os dejo con una nueva canción de Brotes de Olivo que nos recuerda
machaconamente esta verdad. Se puede convertir en un estribillo para hoy.
Buenos días. Me encantó ayer estar con vosotros y saber cómo estáis viviendo estos momentos. Todos tenemos situaciones cercanas, tocadas por el coronavirus y unirnos en la oración nos fortalece. El concierto que nos deja Gonzalo es una delicia que alegra el corazón y es estupendo ver a alguna persona conocida. Gracias Gonzalo por este regalo
ResponderEliminarHola, desde aquí quiero agradecer a todos el momento de reencuentro que vivimos ayer. Gracias Gonzalo por haberlo hecho realidad. Para mí, también fue una hora que paso volando...
ResponderEliminarMe emocioná cuando tu Gonzalo nos invitaste a dar commienzo orando juntos, sentí la fuerza del grupo.
Valoro la sinceridad y profundidad con que se compartió. Poder hablar desde la intimidad, con un grupo de amigos, no tiene precio.
Gracias Gonzalo por acompañarnos, desde el Blog, para ayudarnos a superar las dificultades que se van presentando y desde la fe poder tener una visión más positiva.
Un abrazo a todos.