Abrazo, mirada e invocación

Ayer me pasé todo el día, junto a mis compañeros del gobierno general, estudiando la exhortación del papa Francisco Christus vivit, dirigida a los jóvenes y a todo el pueblo de Dios. Cada uno de nosotros iba presentando un capítulo sobre el que a continuación dialogábamos. Fue un ejercicio aleccionador. El documento resuena de otro modo cuando se hace un estudio conjunto y, a partir de él, se busca iluminar la propia vida y el trabajo pastoral. Mientras lo desmenuzábamos, yo estaba pensando en mis amigos más jóvenes, algunos de los cuales son lectores asiduos de este Rincón. Entre ellos hay estudiantes de Erasmus en Escocia, carniceros, ganaderos, mecánicos, albañiles, ingenieros en compañías multinacionales, economistas, guardias de seguridad, estudiantes de teología, misioneros, etc. No sé si alguno habrá leído la exhortación. Me temo que pocos porque, aunque está dirigida a los jóvenes y su lenguaje es muy cercano, no deja de ser un documento largo y en algunos casos un poco disperso. 

Yo rescato tres ejercicios que el papa Francisco sugiere en el capítulo cuarto, el más denso de todos. Constituyen un excelente entrenamiento para esta Cuaresma que acabamos de comenzar. En ese capítulo, el Papa habla de tres grandes verdades que sostienen nuestra fe: Dios nos ama; Jesucristo nos salva y sigue vivo; y el Espíritu Santo nos da vida. Para hacer nuestras cada una de estas tres verdades nos sugiere tres ejercicios prácticos: sentir el abrazo del Padre, mirar los brazos extendidos de Jesús en la cruz e invocar al Espíritu Santo.

Ejercicio 1: Abrazo

“Para Él realmente eres valioso, no eres insignificante, le importas, porque eres obra de sus manos. Por eso te presta atención y te recuerda con cariño. Tienes que confiar en el «recuerdo de Dios: su memoria no es un “disco duro” que registra y almacena todos nuestros datos, su memoria es un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal». No quiere llevar la cuenta de tus errores y, en todo caso, te ayudará a aprender algo también de tus caídas. Porque te ama. Intenta quedarte un momento en silencio dejándote amar por Él. Intenta acallar todas las voces y gritos interiores y quédate un instante en sus brazos de amor” (Christus vivit, 115).

Busca un lugar tranquilo. Quédate en silencio. Cierra los ojos. Imagina que Dios Padre te abraza contra su pecho y retiene tu cuerpo junto al suyo. Imagina que de ti van saliendo todas las amarguras que has ido almacenando a lo largo de tu vida. Recuerda las experiencias de pecado, humillación, tristeza, soledad, rabia, odio, resentimiento y desesperación. El abrazo de Dios Padre recoge toda tu miseria y, a cambio, te devuelve la paz y la alegría que tú necesitas. Siente el latido de su corazón. Una corriente de amor infinito te recorre de arriba abajo. No tengas prisa en separarte. Él quiere transmitirte una convicción que nunca te abandonará: nadie te quiere como él. Pase lo que pase, tu vida está siempre en sus manos. No es tu enemigo ni tu controlador. Es tu padre. Solo quiere lo mejor para ti, ahora y siempre.

Ejercicio 2: Mirada

“Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez” (Christus vivit, 123).

Para hacer este ejercicio, te ayudará colocarte ante una cruz en la que Jesús aparezca con los brazos abiertos de par en par. Si no dispones de una cruz, puedes usar un cuadro, una lámina o una estampa grande. Quédate en silencio. Se trata de mirar y contemplar. Imagina a Jesús clavado en la cruz. Míralo con calma, sin prisas. Déjate mirar por él. Tendría todos los motivos para estar enojado contigo porque, en el fondo, su muerte es el resultado de todas nuestras traiciones personales y colectivas, incluidas las tuyas. Nos hemos olvidado de él, lo hemos dejado solo. Hemos preferido ocuparnos de nuestras cosas. Sin embargo, él no devuelve mal por mal. Con sus brazos abiertos quiere acoger a toda la humanidad, también a ti. No hay nadie que quede fuera de su radio de acción. Sus brazos extendidos abarcan todo el universo.

Ejercicio 3: Invocación

"Invoca cada día al Espíritu Santo, para que renueve constantemente en ti la experiencia del gran anuncio. ¿Por qué no? No te pierdes nada y Él puede cambiar tu vida, puede iluminarla y darle un rumbo mejor. No te mutila, no te quita nada, sino que te ayuda a encontrar lo que necesitas de la mejor manera. ¿Necesitas amor? No lo encontrarás en el desenfreno, usando a los demás, poseyendo a otros o dominándolos. Lo hallarás de una manera que verdaderamente te hará feliz ¿Buscas intensidad? No la vivirás acumulando objetos, gastando dinero, corriendo desesperado detrás de cosas de este mundo. Llegará de una forma mucho más bella y satisfactoria si te dejas impulsar por el Espíritu Santo" (Christus vivit, 131).

El Espíritu de Dios es el amor de Dios presente en el mundo. Repite en tu interior varias veces: “Ven, Espíritu Santo, enciende en nuestros corazones el fuego de tu amor”. Siente que él desciende sobre ti como descendió un día sobre la primera comunidad cristiana reunida con María en la sala del cenáculo. Pídele que entre hasta el fondo de tu alma y que te enriquezca con su divina luz; que mire tu vacío; que riegue la tierra en sequía; que sane el corazón enfermo; que lave las manchas; que infunda calor de vida en el hielo; que dome tu espíritu indómito; que te guíe cuando se tuerce el sendero. Sentirás que su fuerza da un nuevo vigor a tu vida.