Desde anoche estoy con las Hermanas Hospitalarias de la provincia de España, una congregación religiosa “que vive el carisma de la hospitalidad en la acogida, asistencia y cuidado especializado y preferente a las personas con enfermedad mental, discapacidad psíquica y física y otras enfermedades, teniendo en cuenta las necesidades y urgencias de cada tiempo y lugar, con preferencia por los más pobres y olvidados”. Con estas palabras resumen su misión
en la Iglesia. El mundo de las enfermedades mentales es un pozo sin fondo. Es
difícil explorarlo. Pero ahora mismo lo que me llama la atención es que, desde
la ventana de mi cuarto, diviso el famoso Pirulí de Madrid, aunque su nombre
oficial es Torrespaña. Para
quienes no son de aquí, conviene decir que el Pirulí, así llamado por su
peculiar forma, es una torre de comunicaciones desde la que emiten veinte
canales de televisión digital terrestre, catorce cadenas de radio analógica FM
y dieciocho canales de radio digital (DAB). Está a pocos metros de distancia. De
hecho, la foto que ilustra la entrada de hoy la he tomado desde mi ventana a
primera hora del día.
Recuerdo que en 1983, el cantante asturiano Víctor Manuel popularizó una canción inspirada en esta famosa torre inaugurada un año antes para el Mundial de Fútbol celebrado en España. Costó 3.500 millones de pesetas. Por esas coincidencias de la vida, el año 1982 fue también el año de mi ordenación sacerdotal. La letra de la canción, un poco críptica, decía así:
Recuerdo que en 1983, el cantante asturiano Víctor Manuel popularizó una canción inspirada en esta famosa torre inaugurada un año antes para el Mundial de Fútbol celebrado en España. Costó 3.500 millones de pesetas. Por esas coincidencias de la vida, el año 1982 fue también el año de mi ordenación sacerdotal. La letra de la canción, un poco críptica, decía así:
Desde el Pirulí
se ve un país
confundido y
feliz de perfil
que anda
descubriendo cómo es,
aunque sepa muy
bien lo que no quiere ser.
Nunca llegó tan
alto mi televisor,
emite en blanco y
negro como en palcolor.
En este vasto
medio no se pone el sol,
tan solo hay
zonas muertas de imaginación,
están
omnipresentes en cualquier rincón
cuando hablan de
uniformes se le va el color.
No siempre me
equivoco por casualidad,
una mirada a
tiempo puede ser mortal.
Hay cosas que se
callan por necesidad
y no destapas
otras porque huelen mal.
Conservo la
memoria y no sabré olvidar
ni el miedo, ni
los nombres, ni lo que hay detrás.
Medimos las
palabras con un medidor,
es algo que le
llaman buena educación.
Probablemente
alguno piense lo que no es,
que cuando uno se
mide es que no entiende bien.
Trabajo en el
trapecio como pueden ver,
mantengo el
equilibrio porque tengo red.
Yo veo muy poco
la televisión. Cuando estoy en Roma, me limito a la media hora que dura el TG 2 –o sea, el
informativo nocturno– de la RAI italiana. Si quiero ver alguna serie u otro tipo
de programas, lo hago por Internet. En cualquier caso, el consumo actual no
tiene nada que ver con el que hacía cuando se inauguró el Pirulí. Entonces solo
existía en España la televisión pública. Todavía no habían hecho irrupción las cadenas privadas. Recuerdo muchos programas de gran calidad. Ahora, con la
proliferación de canales, ha entrado de lleno la telebasura. Es cierto que uno
es dueño de lo que ve. Si algo no te gusta, basta cambiar el canal. Pero no deja de sorprenderme
el éxito que tienen programas como La isla
de las tentaciones, Gran hermano,
Sálvame (no sé si existe todavía) y
otros semejantes. Yo no veo ni un segundo de estos programas. Sé algo de ellos porque siempre hay información en los periódicos digitales. Me parecen de una frivolidad y ordinariez preocupantes,
pero se ve que alimentan esa necesidad de morbo y cotilleo que todos los seres
humanos tenemos en un grado u otro. ¿Qué tipo de valores, qué visión de la vida
acaba teniendo una persona que se pasa tres o cuatro horas diarias frente al
televisor viendo cómo una pareja hace arrumacos bajo un edredón o se enzarza en
conversaciones insustanciales? ¿Qué sentido tiene saber si Kiko Rivera ha adelgazado
diez kilos o fulano de tal se ha separado de su novia? No digo yo que tengamos
que pasarnos todo el día viendo documentales de La2, pero, por lo menos,
programas que no nos conviertan en tontos útiles y en banales consumidores. El Pirulí se hizo con otros fines.
Hay mucha soledad -y no precisamente de la buena- en nuestra sociedad.
ResponderEliminarUn remedio fácil es la tele.
Cada uno en su casa y la Tele en la de todos, eso es lo que hay.
A lo mejor si salimos de "nuestra casa" si prestamos atención a las personas, si escuchamos si hablamos si sonreímos, si abrazamos... hoy esas personas a lo mejor se sientan un poco menos solas.
Yo también necesito encontrarme con personas que escuchan, que sonríen y que abrazan
Estoy de acuerdo contigo. En muchos casos, la televisión es el sustitutivo de relaciones inexistentes.
Eliminar