Este 29 de febrero amanece frío y luminoso en Roma. Los años bisiestos nos crean la
ilusión de que podemos vivir un poco más. Este suplemento de 24 horas es como
una paga extra en el salario de la vida. Yo la valoro con enorme gratitud después de la experiencia
vivida ayer. Cuando me dirigía a pie a la iglesia de santa Lucía del Gonfalone,
en el centro de Roma, para participar en el funeral del P. Tullio Vinci (un claretiano
italiano que falleció con 99 años), caí en la cuenta de que basta un segundo
para que la vida dé un vuelco. Mientras cruzaba uno de los puentes sobre el Tíber
por el paso de peatones, una moto me embistió, me tiró a tierra y me desplazó
varios metros por la calzada. Gracias a Dios, en ese momento no pasaba ningún vehículo
en esa dirección; si no, hoy no podría estar escribiendo esta entrada. Después
de un reconocimiento médico en el hospital, acompañado por algunas radiografías,
me diagnosticaron un esguince en el pie izquierdo con fuerte inflamación y
algunas magulladuras en el lado izquierdo del cuerpo. Aquí estoy, con la pierna
izquierda vendada, en reposo, y con unas muletas para desplazarme por mi
cuarto. Ante lo que podía haber sido, no parece nada grave.
No sé si esta es la mejor forma de empezar la Cuaresma, pero puedo asegurar que me hace comprender mucho más a quienes se pasan la vida atados a una cama o a una silla de ruedas. Las operaciones más simples (lavarse, desnudarse o vestirse) se convierten en tareas complicadas. La solidaridad de los hermanos de mi numerosa comunidad es ejemplar. Todos están dispuestos a prestarme cualquier mínimo servicio.
No sé si esta es la mejor forma de empezar la Cuaresma, pero puedo asegurar que me hace comprender mucho más a quienes se pasan la vida atados a una cama o a una silla de ruedas. Las operaciones más simples (lavarse, desnudarse o vestirse) se convierten en tareas complicadas. La solidaridad de los hermanos de mi numerosa comunidad es ejemplar. Todos están dispuestos a prestarme cualquier mínimo servicio.
Quizá no debería
contar estas cosas en un blog como este. Si lo hago es por tres razones. La
primera, por caer en la cuenta de la importancia de la salud. Como se suele
decir, solo la valoramos cuando la perdemos. La segunda, por avivar la empatía
con las personas sufrientes: enfermos, discapacitados, accidentados, abandonados,
solitarios, etc. Y la tercera, por agradecer el amor recibido a través de
múltiples signos de fraternidad: desde llevarme en coche al hospital, hasta
comprar las medicinas en la farmacia, traerme la comida a mi habitación o
ayudarme en todo lo que necesito. Cada una de estas razones supone un rasgo
espiritual.
Agradecer la salud significa saber que dependemos de Dios, que estamos en sus manos. Estar sanos es una forma de estar más disponibles para la entrega. Ayer, mientras me llevaban al hospital, pensaba que lo que no me ha pasado nunca en mis múltiples viajes por misiones difíciles, me ha pasado en una ciudad como Roma “con todas las normas a mi favor”, como decía crómicamente el personaje de un chiste narrando el atropello de que había sido objeto. Nunca sabemos lo que nos puede pasar. Incluso las situaciones aparentemente más seguras pueden tornarse peligrosas en un abrir y cerrar de ojos.
Agradecer la salud significa saber que dependemos de Dios, que estamos en sus manos. Estar sanos es una forma de estar más disponibles para la entrega. Ayer, mientras me llevaban al hospital, pensaba que lo que no me ha pasado nunca en mis múltiples viajes por misiones difíciles, me ha pasado en una ciudad como Roma “con todas las normas a mi favor”, como decía crómicamente el personaje de un chiste narrando el atropello de que había sido objeto. Nunca sabemos lo que nos puede pasar. Incluso las situaciones aparentemente más seguras pueden tornarse peligrosas en un abrir y cerrar de ojos.
La solidaridad
con los sufrientes es un rasgo muy humano y muy cristiano. Somos seguidores de
un Cristo sufriente que ha probado en carne propia el dolor de los seres
humanos. Solo desde abajo comprendemos el misterio de la humanidad. Cuando todo
nos va bien, cuando desde que nos levantamos hasta que nos acostamos
derrochamos energía y buen humor, podemos volvernos insensibles a las necesidades
de quienes viven una vida disminuida o amenazada. Probar de vez en cuando en
carne propia la fragilidad nos vuelve sensibles, empáticos y humildes. Estas
excursiones por la otra cara de la vida son imprescindibles para ganar en
humanidad. Cuatro horas en las urgencias de un hospital permiten acercarse un
poco al catálogo inmenso de las dolencias humanas.
¿Qué decir de la cercanía de mi comunidad? ¡Que no me la merezco! Saber que puedo contar con hermanos para cualquier cosa y en cualquier momento es uno de esos dones extraordinarios que acompañan la vocación religiosa! A veces, necesitamos que alguien atraviese una prueba o una crisis para desplegar todo el amor y cariño que llevamos dentro. Sin la más mínima ironía, se podría decir entonces que “no hay mal que por bien no venga”. Gracias, cercanía y paciencia me parecen las tres palabras que mejor resumen el tratamiento con el que afronto esta semana de obligado reposo.
¿Qué decir de la cercanía de mi comunidad? ¡Que no me la merezco! Saber que puedo contar con hermanos para cualquier cosa y en cualquier momento es uno de esos dones extraordinarios que acompañan la vocación religiosa! A veces, necesitamos que alguien atraviese una prueba o una crisis para desplegar todo el amor y cariño que llevamos dentro. Sin la más mínima ironía, se podría decir entonces que “no hay mal que por bien no venga”. Gracias, cercanía y paciencia me parecen las tres palabras que mejor resumen el tratamiento con el que afronto esta semana de obligado reposo.