Ayer por la tarde viví una experiencia curiosa. Había sido invitado a animar la Eucaristía
vespertina que iban a celebrar unos 140 Superiores Generales de institutos religiosos reunidos para la
93ª Asamblea de la Unión de Superiores Generales (USG). Le pedí a un colega nigeriano de nuestro
gobierno general que me acompañara. No sabíamos dónde estaba el centro en el
que se reunían los miembros de la USG. Como hacen los taxistas y millones de personas
en todo el mundo, usamos una aplicación de nuestro teléfono móvil para orientarnos.
Fijamos nuestra dirección y la del lugar al que nos dirigíamos y la aplicación nos
fue señalando con pelos y señales todas las maniobras que teníamos que hacer. Llegamos
en menos de veinte minutos, después de sortear el caótico tráfico romano y de cambiar
varias veces de rumbo. El
móvil parecía una persona: “After three
hundred meters, please turn rigth”. Acabamos tan contentos, que hasta se nos ocurrió darle las gracias a Mr.
Google. La Eucaristía, presidida por monseñor Rodríguez Carballo, Secretario de
la CIVCSVA, discurrió bien. En su homilía, después de referirse a las crisis
que amenazan hoy la vida religiosa, puso el acento en las últimas palabras del
Evangelio: “Cuando empiece a
suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”.
Me parece que la
vida es un ejercicio de conducción en el que nos vemos obligados a tomar muchas
decisiones. A veces, tenemos la sensación de que todo es una línea recta sobre
un terreno plano, pero pronto aparecen curvas, badenes y hasta baches. Tenemos
que ajustar la conducción a las características del camino. Junto a nosotros
circulan otras personas: algunas a más velocidad; otras, a menos. Unos nos
adelantan, otros nos entorpecen la marcha y algunos van siempre más rezagados.
Si queremos avanzar tenemos que calcular el combustible de que disponemos y
prever dónde podremos repostar en caso de necesidad. Quizá uno de los mayores
problemas se presenta cuando en una encrucijada sin señalización tenemos que
escoger la dirección justa. Equivocarse significa regresar el punto de partida y escoger una nueva vía. Los mapas ayudan, pero no siempre están actualizados.
Hoy contamos con la ayuda de la tecnología. El GPS (Sistema de
Posicionamiento Global) nos permite orientarnos con bastante precisión. Las
aplicaciones que lo utilizan cada vez son más fiables. Esto nos libera de mapas
impresos y otros procedimientos anticuados. Es verdad que algunos, siguiendo
alguna de estas aplicaciones, han terminado cayendo en un embalse o en un carretera cortada, pero son anécdotas
curiosas que no desacreditan la utilidad del sistema.
Creo que los
cristianos encontramos en la Palabra de Dios el mejor GPS para conducirnos con
seguridad por los caminos de la vida. No siempre nos dice lo que tenemos que
hacer, pero nos proporciona la luz suficiente para que nosotros tomemos
nuestras decisiones con libertad, ponderación y audacia. Los hombres y mujeres que se
alimentan de la Palabra no van como zombis por la vida, sino como peregrinos.
Saben adónde se dirigen y, mirando la meta, van escogiendo los caminos más
adecuados. La Palabra de Dios da un
sentido claro a sus vidas. Ayer, un miembro japonés de mi comunidad llamado Ken
Masuda, compartió su testimonio en la asamblea de la USG. Recordó un dato que,
no por sabido, resulta menos escalofriante. La causa de la mitad de las muertes de los jóvenes japoneses que mueren entre los 20 y los 30 es el suicidio. A pesar de vivir
en una sociedad altamente tecnificada y rica, muchos no encuentran sentido a
sus vidas; prefieren suicidarse antes que arrastrar una existencia anodina. Cada
día me siento más agradecido por haber descubierto a Jesús como “la vida”. Cada
día se me hacen más significativas sus palabras: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn
10,10). No hubiera podido encontrar este tesoro de no haber sido por la
mediación de la Palabra transmitida por los evangelios. Ya no podría conducirme
por los caminos y vericuetos de la vida sin este especial GPS.
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