Sé que en esta jornada del 12 de octubre se celebran muchas cosas, pero para mí hoy es la Virgen de Pilar. Esta alegría la comparto con miles,
millones de personas, incluyendo algunos amigos
filipinos de Zamboanga. Con este trasfondo mariano, celebro también el
décimo aniversario de la
muerte de mi padre. Su recuerdo me acompaña todos los días como una
presencia serena, suave, esperanzada. Diría que tanto la presencia de la Madre María
como la de mi padre son presencias discretas, que no se imponen, que no exigen mucha
atención, sino que están siempre ahí como el aire que respiro; por eso, son
presencias reparadoras. Producen sosiego. Animan a vivir con paz, “guardando
todo en el corazón”, sin ceder a las prisas que nos desequilibran, permitiendo
que las respuestas a las preguntas no sean reacciones nerviosas, aceleradas, sino
frutos de un discernimiento sereno. Mientras el mundo gira y gira, cada uno de
nosotros encontramos el modo de no dejarnos arrollar por sus remolinos, de
distinguir el oro de la ganga, de ponderar lo que realmente importa.
Me gusta mucho la
leyenda que hay detrás de la advocación de la Virgen del Pilar. Es una hermosa
historia que se remonta al año 40, solo diez años después de la muerte y
resurrección de Jesús. Según una antigua tradición, el 2 de enero la Virgen
María se apareció a Santiago Apóstol en la ciudad romana de Caesaraugusta, la
actual Zaragoza. María llegó “en carne mortal” —por tanto, antes de su asunción— para consolar a un desanimado apóstol Santiago que no lograba
convertir a los habitantes locales al Evangelio. Como prueba de su visita, la
Virgen habría dejado una columna de jaspe conocida popularmente como “el Pilar”.
La leyenda añade que Santiago y los siete primeros convertidos de la ciudad
edificaron una sencilla capilla de adobe a orillas del Ebro. Este testimonio es
recogido por un manuscrito de 1297 de los Moralia,
de san Gregorio Magno, que se custodia en el Archivo del Pilar. La fuerte devoción
mariana comenzó en los albores del siglo XIII, cuando empezaron las primeras
peregrinaciones a Santa María la Mayor. Ha llegado hasta hoy. Siempre me ha llamado
la atención la hondura y fervor con que los aragoneses en general y los
zaragozanos en particular viven su devoción a la Virgen Madre.
También hoy –como
en los primeros tiempos de la Iglesia– hay evangelizadores desanimados. Consideran
que ya hemos ensayado todo lo imaginable para llevar el Evangelio a esta
sociedad secularizada y que no hay mucho más que hacer. Experimentan la tentación de
tirar la toalla. Se sienten cansados y tristes, como el apóstol Santiago. Por
todas partes ven signos de decadencia. La participación en las celebraciones es
mínima, aumentan los que se declaran agnósticos o ateos, muchos científicos
pregonan a los cuatro vientos que “no hay sitio para Dios en el universo”,
algunos artistas tienen a gala provocar los sentimientos de los creyentes con representaciones
burlonas del hecho religioso, la crisis de los abusos sexuales ha echado por
tierra la credibilidad del clero, se abren paso legislaciones que favorecen el
aborto y la eutanasia, crece la xenofobia y el rechazo de los inmigrantes, aumentan
las críticas al papa Francisco por su “populismo inoperante”… En momentos así,
cuando muchos solo ven nubes negras en el horizonte, cuando han perdido la
alegría de la fe, necesitamos la visita de la Virgen “en carne mortal”,
necesitamos un pilar en el que apoyarnos. En todas las épocas críticas de la multisecular
historia de la Iglesia católica, la madre de Jesús ha sido la mujer que ha
percibido nuestra falta de vino (es decir, de alegría, de sentido y de fiesta),
se la ha presentado a Jesús y nos ha dicho con mucho amor: “Haced lo que él os
diga”. Estoy convencido de que la fuerte devoción mariana de muchas personas que
atraviesan crisis de fe es el mejor itinerario para llegar a Jesús y, a través
de él, descubrir la presencia de Dios en nuestras vidas.
Hola Gonzalo, te acompaño hoy en este recuerdo de aniversario de la muerte de tu padre... Me uno a tu oración por él y de acción de gracias por su vida...
ResponderEliminarEscribes: ... necesitamos la visita de la Virgen “en carne mortal”, necesitamos un pilar en el que apoyarnos... Gracias, porque en estos momentos, por lo menos a mi, se me hace muy presente las veces que María ha sido para mi, este PILAR...
Gracias... Un abrazo
Gracias Gonzalo.
ResponderEliminarRespetuoso y fraterno saludo! Con mucho gusto comparto su blog con familiares y amigos, les gusta mucho y lo agradecen.
ResponderEliminarMe alegro de que pueda ayudar a algunas personas. Te mando un saludo fraterno desde Roma.
EliminarPreciosa reflexión!!! Gracias
EliminarEs un respiro del alma que se conecta con su creador y con Marìa, siempre dispuesta, maestra, esclava, alcazar de amor para nosotros, que bien sentimos ese amor de madre, en tiempos de tribulaciòn mundial, de miedo, de incertidumbre; que bien se siente esa voz suave de madre que nos dice no tengas miedo.
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