Me llaman de recepción a eso de las 11 de la mañana de ayer. Me dicen que abajo me espera un alemán que quiere hablar conmigo. No tenía concertada ninguna cita para esa hora. Bajo
desde mi despacho a la planta principal. Veo a un alemán enorme de unos 50 años.
Viene en manga corta. Está sudoroso. A su lado veo a una señora de más de 80
años sentada en una silla de ruedas. No conozco a ninguno de los dos. No
sé por qué están aquí. El alemán me dice, en una mezcla de alemán e inglés rudimentario,
que viene a traerme un calendario que le ha dado para mí Alois, un claretiano de Mühlberg,
a quien sí conozco bien. Esto me tranquiliza. Veo, por lo menos, un punto de
contacto. La sorpresa vino a continuación. Con su lenguaje torpe, me dice que ha
venido desde el Vaticano caminando, sirviéndose de las indicaciones de Google Maps. A buen paso, yo suelo tardar unos 45 minutos de mi casa hasta San Pedro. No quiero ni imaginarme lo que supuso
para este fornido alemán empujar la silla de ruedas de su anciana madre por las
aceras agujereadas de Roma, escalar la colina de Parioli y sortear las
infinitas motos que hacen del tráfico de esta benedetta ciudad una experiencia caótica y
peligrosa. Y todo, bajo un fuerte sol otoñal. Naturalmente, les invité a descansar
un rato y tomar algo. Y luego los llevé de vuelta a los alrededores del
Vaticano en uno de los coches de casa.
Esta historia es
una simple anécdota, pero tiene su moraleja. Cuando le pregunté a Svan –así se
llama este alemán robusto, conductor de camiones– por qué había realizado ese tremendo
esfuerzo, me respondió a base de gestos algo parecido a esto: “Cuando yo era
pequeño, mi madre cuidó de mí y me paseaba en el cochecito de bebé. Justo es
que ahora yo la lleve a ella, anciana y enferma, en su silla de ruedas”. No
solo hizo el recorrido a pie del Vaticano a mi casa, sino que antes se había
arriesgado a viajar con su madre en coche desde Alemania a Roma. Ambos son
católicos. No es la primera vez que hacen este viaje. Para ellos es importante
confesar la fe ante las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo. Me quedé sin
palabra. A menudo no hacemos muchas cosas que nos parecen importantes por no
cargar con el peso de sus consecuencias. Svan no dudó en asumir los muchos inconvenientes
que tiene viajar con una persona anciana y con problemas de movilidad. Es
fuerte, tiene mucha paciencia y sentido del humor, sabe conducir bien, pliega y
despliega la silla de ruedas con destreza, pero, sobre todo, demuestra mucho amor. Me
di cuenta de que sería capaz de hacer cualquier cosa por su anciana madre. Esto
es lo que me llegó al alma.
Hoy nos hemos
vuelto demasiado calculadores. Nos gusta hacer el bien, pero hasta un cierto
punto. Procuramos ayudar a los demás, pero sin que esto trastorne mucho nuestro
estilo de vida. Queremos atenernos a nuestros horarios, costumbres,
presupuestos, etc. porque esto nos da seguridad. Todo lo que signifique salirnos de ahí nos incomoda. A
veces, en un gesto de generosidad, lo hacemos, pero un poco a regañadientes,
como quien concede algo que no se debe repetir. Quizás por esto, porque vivimos
en un contexto de comodidad e individualismo, me sorprendió tanto la actitud de
Svan. Fue capaz de hacer 6 kilómetros a pie empujando la silla de ruedas de su anciana madre… simplemente para entregar un calendario de pared del año 2020. Me hizo
recordar a la mujer que derramó un perfume de nardo sobre los pies de Jesús. El
amor es exagerado, imprudente, excesivo. Donde hay siempre cálculo y medida, el
amor no fructifica. Se queda en el nivel de la cortesía. Creo que necesitamos
muchas personas como Svan, dispuestas a entregarse sin medida. Dios sabe
recompensar a su manera a quien se entrega porque, en el fondo, Dios es así:
derrochador, sobreabundante, infinito. Jesús lo dice con ejemplos prácticos: “Si alguien te obliga a caminar un kilómetro con él, camina dos. Y si alguno te fuerza a llevar una carga a lo largo de una milla, llévasela durante dos” (Mt 5,41). Pues eso.
Creo que la historia no es una simple anécdota. Es definitivamente las sorpresas de Dios en la vida cotidiana. Gracias...!!!!
ResponderEliminarGonzalo, es fuerte y me imagino, agradecida,la respuesta del hijo, pero quizás por mi papel de madre me lleva también a la pregunta: ¿qué valores y sentimientos ha conseguido sembrar la madre, en el corazón del hijo, para que se dé semblante respuesta? Gracias Gonzalo.
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