La semana comienza con un recuento de las tensiones que nos rodean y que tienen nombres concretos, algunos más cercanos que otros: Siria, Turquía, Chile, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Venezuela, Colombia, Reino Unido (con un Brexit inacabable), Cataluña… ¿Es casual esta heterogénea pandemia
de violencia planetaria o tiene algún punto en común? Es como si el abismo
entre expectativas y realidades fuera cada vez más hondo. Vivimos en un mundo
inhóspito en el que unos pocos medran y una gran mayoría vive mal. Parece que algunos indicadores objetivos demuestran que, en realidad, vivimos
mejor que hace años. No es esta, sin embargo, la percepción subjetiva de muchos,
especialmente de los jóvenes. No sé si el 2020 va a ser un año “caliente”, pero
se están incubando muchas revueltas –sobre todo, en Latinoamérica– que pueden
indicar un hartazgo generalizado. No se puede vivir en paz “como si los pobres
no existiesen”, construyendo burbujas protegidas y luego quejándonos de que la
gente se eche a la calle y hasta se vuelva violenta. Hay una tremenda violencia
estructural que acaba produciendo, por reacción, violencia callejera. Sin ir a
las causas profundas, difícilmente vamos a curar los síntomas.
Terminó el Sínodo
Amazónico. Anoche pude conversar con el claretiano Javier Travieso, obispo
del Vicariato de San José del Amazonas, en el Perú. Ha sido uno de los padres
sinodales. Conoce la realidad de cerca. Algunos periodistas le han hecho
entrevistas durante estos días. Le preguntaban solo por los tres temas que
parecen interesar a los medios de comunicación: la posible ordenación
presbiteral de los “viri probati”
(cristianos casados de vida intachable), la ordenación de diaconisas y la creación
de un rito amazónico. El obispo Javier, con un poco de sorna, les decía más o
menos esto: “Antes de responder a tus preguntas, permíteme que te cuente algo.
Imagina que me invitas a tu casa y que yo, en vez de admirar el conjunto y agradecer tu hospitalidad,
entro, veo que uno de los cuadros está un poco inclinado y resumo todo mi
comentario sobre tu hermosa casa con estas palabras: El cuadro del vestíbulo está torcido. ¿Qué pensarías tú?”. A la mayoría de los periodistas (y, por
tanto, a los lectores que conocen la realidad a través de sus artículos) les
importa poco la situación de las poblaciones amazónicas, los desafíos que afronta
la Iglesia en esa región inmensa o las grandes líneas pastorales que se están
gestando. Lo único que quieren destacar son los tres puntos que revisten una
cierta polémica y que –dicho sea de paso– no se pueden abordar objetivamente sin
tener en cuenta el contexto. Este no es un caso aislado.
En realidad, este
lunes, fiesta
de los apóstoles Simón y Judas Tadeo, quería escribir sobre otro
asunto, pero parece que el teclado tiene vida independiente. A veces, cuando
dispongo de tiempo, suelo preguntarme: ¿Habrá hoy alguna persona que esté
esperando de mí una llamada telefónica, un mensaje de texto o cualquier otro
signo de cercanía y escucha? Entonces, repaso, por ejemplo, la lista de mis contactos de WhatsApp. Mientras lo hago, imagino quién
de esas 415 personas que figuran en la lista puede estar atravesando una
situación delicada. Entonces me hago presente. No se trata de escoger a alguien
con quien hablo con frecuencia o con quien me gusta conversar, sino a alguien que
puede estar esperando algo, que necesita algo. Me he llevado algunas sorpresas, todas positivas.
Me gustaría hacerlo con más frecuencia, pero la falta de tiempo –y, sobre todo,
de ganas– me lo impide. Y, sin embargo, es mucho lo que podemos hacer con una
sencilla llamada. Que una persona sola o en crisis sienta que alguien se ha
acordado de ella y haya dado el primer paso es una luz en la oscuridad. Si
todos fuéramos conscientes de que tal vez alguien de nuestro entorno está
esperando ese primer paso, podríamos contribuir a que muchas personas se
sintieran mejor. Son “milagros” al alcance de la mano. Te invito a dejarte
llevar hoy por esta pregunta: “¿Hay alguien que esté esperando una llamada mía?”.
Si intuyes la respuesta, no lo dudes, da el primer paso.
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