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lunes, 28 de octubre de 2019

Alguien está esperando

La semana comienza con un recuento de las tensiones que nos rodean y que tienen nombres concretos, algunos más cercanos que otros: Siria, Turquía, Chile, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Venezuela, Colombia, Reino Unido (con un Brexit inacabable), Cataluña… ¿Es casual esta heterogénea pandemia de violencia planetaria o tiene algún punto en común? Es como si el abismo entre expectativas y realidades fuera cada vez más hondo. Vivimos en un mundo inhóspito en el que unos pocos medran y una gran mayoría vive mal. Parece que algunos indicadores objetivos demuestran que, en realidad, vivimos mejor que hace años. No es esta, sin embargo, la percepción subjetiva de muchos, especialmente de los jóvenes. No sé si el 2020 va a ser un año “caliente”, pero se están incubando muchas revueltas –sobre todo, en Latinoamérica– que pueden indicar un hartazgo generalizado. No se puede vivir en paz “como si los pobres no existiesen”, construyendo burbujas protegidas y luego quejándonos de que la gente se eche a la calle y hasta se vuelva violenta. Hay una tremenda violencia estructural que acaba produciendo, por reacción, violencia callejera. Sin ir a las causas profundas, difícilmente vamos a curar los síntomas.

Terminó el Sínodo Amazónico. Anoche pude conversar con el claretiano Javier Travieso, obispo del Vicariato de San José del Amazonas, en el Perú. Ha sido uno de los padres sinodales. Conoce la realidad de cerca. Algunos periodistas le han hecho entrevistas durante estos días. Le preguntaban solo por los tres temas que parecen interesar a los medios de comunicación: la posible ordenación presbiteral de los “viri probati” (cristianos casados de vida intachable), la ordenación de diaconisas y la creación de un rito amazónico. El obispo Javier, con un poco de sorna, les decía más o menos esto: “Antes de responder a tus preguntas, permíteme que te cuente algo. Imagina que me invitas a tu casa y que yo, en vez de admirar el conjunto y agradecer tu hospitalidad, entro, veo que uno de los cuadros está un poco inclinado y resumo todo mi comentario sobre tu hermosa casa con estas palabras: El cuadro del vestíbulo está torcido. ¿Qué pensarías tú?”.  A la mayoría de los periodistas (y, por tanto, a los lectores que conocen la realidad a través de sus artículos) les importa poco la situación de las poblaciones amazónicas, los desafíos que afronta la Iglesia en esa región inmensa o las grandes líneas pastorales que se están gestando. Lo único que quieren destacar son los tres puntos que revisten una cierta polémica y que –dicho sea de paso– no se pueden abordar objetivamente sin tener en cuenta el contexto. Este no es un caso aislado.

En realidad, este lunes, fiesta de los apóstoles Simón y Judas Tadeo, quería escribir sobre otro asunto, pero parece que el teclado tiene vida independiente. A veces, cuando dispongo de tiempo, suelo preguntarme: ¿Habrá hoy alguna persona que esté esperando de mí una llamada telefónica, un mensaje de texto o cualquier otro signo de cercanía y escucha? Entonces, repaso, por ejemplo, la lista de mis contactos de WhatsApp. Mientras lo hago, imagino quién de esas 415 personas que figuran en la lista puede estar atravesando una situación delicada. Entonces me hago presente. No se trata de escoger a alguien con quien hablo con frecuencia o con quien me gusta conversar, sino a alguien que puede estar esperando algo, que necesita algo. Me he llevado algunas sorpresas, todas positivas. Me gustaría hacerlo con más frecuencia, pero la falta de tiempo –y, sobre todo, de ganas– me lo impide. Y, sin embargo, es mucho lo que podemos hacer con una sencilla llamada. Que una persona sola o en crisis sienta que alguien se ha acordado de ella y haya dado el primer paso es una luz en la oscuridad. Si todos fuéramos conscientes de que tal vez alguien de nuestro entorno está esperando ese primer paso, podríamos contribuir a que muchas personas se sintieran mejor. Son “milagros” al alcance de la mano. Te invito a dejarte llevar hoy por esta pregunta: “¿Hay alguien que esté esperando una llamada mía?”. Si intuyes la respuesta, no lo dudes, da el primer paso.

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