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lunes, 2 de septiembre de 2019

Las pequeñas alegrías

Impresiona viajar en el enorme Airbus 380-800, el avión de pasajeros más grande del mundo. Su vientre puede acomodar a más de 800 personas con sus respectivos equipajes. La compañía Emirates con la que viajé ayer tiene nada menos que 109 aparatos de este tipo. Volar en ellos hace los viajes agradables, rápidos y seguros. No obstante, la empresa Airbus dejará de fabricar este modelo en 2021 porque, a pesar de sus muchas ventajas, no resulta rentable. Las compañías aéreas prefieren modelos más pequeños y versátiles. El tramo Roma-Dubai duró unas seis horas. El tramo Dubai-Bengaluru no llegó a cuatro. Aunque tuve que esperar más de tres horas en el aeropuerto de Dubai, el viaje no se me hizo pesado. Traté de dosificar bien los tiempos dedicados al descanso, a la escritura, a ver películas, a orar, etc. Teniendo en cuenta las recientes experiencias negativas de algunos de mis compañeros en el control de inmigración, me acerqué al oficial de turno con algo de temor, pero todo transcurrió sin problemas. Mi visado electrónico estaba en regla. Como viajaba solo con equipaje de mano, tardé poco en salir.


Es la cuarta vez que viajo a la ciudad de Bangalore (ahora llamada Bengaluru) en los últimos años. Es la capital del estado indio de Karnataka. Aunque se habla mucho el inglés, la lengua oficial del estado es el canarés. La ciudad de Bangalore ha experimentado un crecimiento espectacular en los últimos años. En la actualidad, alberga algunas de las escuelas y centros de investigación más prestigiosos de la India. Cuenta con potentes empresas de industria pesada, software, ingeniería aeroespacial, telecomunicaciones e industria militar. Ostenta el liderazgo nacional en empleos de tecnología de la información. Se calcula que la ciudad –conocida también como “ciudad de las flores”, por la abundancia de parques y jardines– ha superado ya los diez millones de habitantes. Los claretianos tenemos varias instituciones educativas, formativas, sociales y pastorales en esta gran ciudad india.

Durante el tramo Roma-Dubai vi la película italiana Il campione (2019) que cuenta la historia de un imaginario jugador del equipo de fútbol de la Roma que acumula fama, dinero y contactos, pero que tiene reacciones violentas, fruto de la profunda frustración que vive desde que su madre murió de cáncer y su padre abandonó a la familia. El presidente del equipo de fútbol le pone un profesor particular para que le ayude a concluir los estudios de secundaria y, sobre todo, a domar su carácter agresivo. De no hacerlo, se corre el riesgo de que la afición lo rechace y, sobre todo, de que desciendan los contratos publicitarios. Lo que comienza siendo una relación tensa entre un profesor resignado a un trabajo imposible y un alumno no motivado para los estudios acaba convirtiéndose en una gran amistad beneficiosa para ambos. 

Cada uno de ellos tiene que explorar su zona de sombras y hacer algunos cambios drásticos en su vida. Christian Ferro –que así se llama el jugador– renuncia a un contrato millonario con el Chelsea de Londres para reconciliarse con la vida sencilla, prisionero como estaba de la corte de aduladores –empezando por su “reaparecido” padre– que se aprovechaban de su éxito y su dinero. En los créditos finales se dice que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, pero el espectador no puede menos que pensar en algunos jugadores famosos como Cristiano Ronaldo, Messi, Totti, etc. Valerio –el profesor– se reconcilia con su mujer de la que se había separado tras la muerte de un hijo causada por una meningitis no diagnosticada a tiempo. O sea, el triunfo de la sencillez y la verdad sobre la apariencia, el miedo y la impostura.

Leo luego en un periódico digital que Cayetano Martínez de Irujo, uno de los hijos de la duquesa de Alba, va a presentar el miércoles un libro autobiográfico titulado “De Cayetana a Cayetano” en el que describe su profunda insatisfacción en el seno de una de las familias más ricas de España, su soledad en palacio. Sus incursiones en el sexo y en la droga fueron las falsas soluciones. Ambas experiencias lo dejaron por los suelos. Resume su frustración en esta frase: “La cocaína me perturbó por completo y solo quería seducir a mujeres”. 

Aunque me imagino que no se pueden excluir los intereses económicos (los famosos son expertos en hacer caja con todo, incluidos sus males) de alguien que no parece tener oficio ni beneficio, el libro constituye la confesión de un hombre maduro que quiere compartir con los demás sus traumas (esto se ha puesto muy de moda en los últimos años entre actores y gente conocida). Hay como una necesidad de purificación y reconciliación que puede tener también un influjo positivo en otras personas que estén atravesando situaciones semejantes, aunque muy pocos pueden presumir de proceder de una familia tan linajuda como los Alba. Más allá de las críticas que se puedan formular a libros autobiográficos como estos, creo que nos hacen pensar sobre lo que sostiene o destruye una vida. O, por decirlo con palabras de Jesús, nos ayudan a caer en la cuenta de si estamos construyendo nuestra casa sobre la roca firme de la autenticidad o sobre la arena movediza de la pura apariencia.

No me gusta hacer moralina con las historias de la gente. Todos tenemos nuestros lados oscuros y nuestras cruces, pero es bueno que, a través de la ficción (en el caso de la película italiana) o del testimonio (en el caso de la historia de Cayetano), conozcamos a dónde conduce un estilo de vida basado en el puro placer, el dinero o la fama. Hay tantos “juguetes rotos” que me cuesta creer que muchos jóvenes sigan cayendo en la misma trampa. Mi preocupación no es criticar a nadie (bastante tengo con mis propias luchas), sino contagiar un estilo de vida sencillo que no necesita de muchas cosas para hacer la vida hermosa o, por lo menos, “vivible”. 

Con el trasfondo de tantas historias destrozadas por las drogas, la violencia, el sexo, el poder o el dinero, uno entiende mejor por qué Jesús nos propone a través de las bienaventuranzas un estilo de vida alternativo basado en la sobriedad, en la cercanía a los necesitados, en la comunicación y en el compromiso. Doy gracias a Dios por tantos amigos que no necesitan ser “grandes” personas para ser personas “grandes”, que me ayudan a disfrutar de una conversación, una comida juntos, un viaje o un tiempo de plegaria. Su grandeza consiste en haber moderado sus deseos “como un niño en brazos de su madre” (Sal 130,2) y en haber aprendido a disfrutar de las pequeñas alegrías que la vida nos ofrece cuando la vivimos con autenticidad, sin los ropajes artificiales de la fama y la impostura.

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