Hay en la Autobiografía de san Antonio María Claret algunas páginas dedicadas a los animales; concretamente, al asno, al perro y al gallo. Me encanta esta
“zoología claretiana”. Claret fue una especie de animalista avant la lettre, porque no solo se
preocupaba del bien de los animales sino que –¡esto es insólito!– aprendía de
ellos en su camino de crecimiento espiritual. Aunque yo nunca he tenido una mascota en sentido estricto y soy bastante crítico con la excesiva humanización
con la que hoy tratamos a los animales en detrimento de las personas, reconozco
que los animales son en muchos aspectos nuestros maestros.
Voy a transcribir lo que Claret escribe sobre el perro. Creo que no tiene desperdicio: “El perro es un animal tan fiel y tan constante compañero de su amo, que ni la miseria, ni la pobreza, ni los trabajos, ni otra cosa alguna es capaz de hacerle separar de su dueño. Lo mismo debo hacer yo; tan fiel, tan constante he de ser en el servicio y amor de Dios, que pueda decir con el Apóstol que ni la muerte, ni la vida, ni otra cosa alguna pueda separarme de Él”.
Voy a transcribir lo que Claret escribe sobre el perro. Creo que no tiene desperdicio: “El perro es un animal tan fiel y tan constante compañero de su amo, que ni la miseria, ni la pobreza, ni los trabajos, ni otra cosa alguna es capaz de hacerle separar de su dueño. Lo mismo debo hacer yo; tan fiel, tan constante he de ser en el servicio y amor de Dios, que pueda decir con el Apóstol que ni la muerte, ni la vida, ni otra cosa alguna pueda separarme de Él”.
Además
de admirar la fidelidad y la constancia del perro, reconoce también su lealtad
y su alegría, virtudes ambas que son esenciales en la vida de un cristiano: “El perro es más leal que un hijo, más
obediente que un criado y más dócil que un niño. No sólo hace voluntariamente
lo que el amo le manda, sino que además mira la cara del amo para conocer su
inclinación y voluntad, a fin de cumplirlas sin esperar que se lo mande, lo que
hace con la mayor prontitud y alegría, y aun se hace participante de los
afectos del amo; por manera que es amigo de los amigos del amo y enemigo de sus
enemigos. Yo debo practicar todas estas bellas cualidades en el servicio de
Dios, mi querido Amo. Sí, gustoso haré lo que me mande, estudiaré su voluntad
para cumplirla, sin esperar que me mande; ejecutaré con prontitud y alegría
todo lo que disponga por sus representantes, que son mis superiores. Seré amigo
de los amigos de Dios y trataré a los enemigos de Dios como Él disponga,
ladrando contra sus maldades para que desistan de ellas”.
Por si fuera
poco, admira también la capacidad que el perro tiene de estar vigilante, una
actitud que Jesús recomienda con frecuencia a sus discípulos: “El perro vigila de día, y por la noche
redobla su vigilancia; él guarda la persona del amo y todas las cosas que al
amo pertenecen; él ladra y embiste a cuantos conoce o barrunta que pueden
perjudicar a su amo o a sus intereses. Yo debo procurar vigilar continuamente y
declamar contra los vicios, culpas y pecados, y contra los enemigos del alma”.
Por último –esto es muy hermoso– el perro le enseña a Claret el arte de la
contemplación, el estar pacientemente –como María de Betania– a los pies de
Jesús para escuchar sus palabras: “El
perro el mayor gusto que tiene es el estar y el andar a la presencia de su amo.
Yo procuraré andar siempre con gusto y alegría a la presencia de Dios, mi
querido Amo, y así no pecaré nunca, y seré perfecto, según aquella palabra: Ambula
coram me, et esto perfectus”.
Hace un par de
días colgué en mi cuenta de Facebook una
imagen y un texto que me gustaron mucho. No son míos. Los encontré por casualidad en el océano de Internet. El texto cuenta la historia de un
veterinario que fue llamado para atender a un perro moribundo que tenía ya 13
años. El “anciano” perro, enfermo de cáncer, se llamaba Belker. Todos los
miembros de la familia estaban muy tristes. Todos los miembros no. El pequeño
Shane, de solo 6 años, parecía tranquilo. Él sí sabía bien por qué los perros
suelen vivir unas seis o siete veces menos que los seres humanos y, por tanto,
por qué mueren antes. Su explicación me dejó “speechless” (sin palabras). Es toda una lección espiritual. La
reproduzco con algunos añadidos por mi parte. Según el pequeño Shane, “la gente viene al mundo para aprender a
vivir una buena vida; o sea, para amar a los demás todo el tiempo y ser buena
persona, ¿no? Bueno, como los perros ya nacen sabiendo cómo hacer todo esto, no
tienen que quedarse aquí tanto tiempo como nosotros”. Es difícil contener
las lágrimas después de una respuesta tan candorosa como esta. Solo los niños
tienen esa virtud de decir las cosas claras y profundas. Los adultos, queriendo
presumir de profundos, con frecuencia no pasamos de oscuros.
Uno de los problemas de nuestra cultura urbana y pruductivista, a diferencia de las culturas rurales y agrarias, es que no sabemos leer el libro de la naturaleza y, por lo tanto, no aprendemos su sabiduría. Hoy, por ejemplo, estamos lamentándonos, aunque creo que con la boca pequeña, de los desastres producidos por la sobreexplotación y contaminación del planeta cuando esto era palmario para quienes vivían en una relación continua y armónica con la naturaleza. Los progresistas creían, sin embargo, que la ciencia y la técnica iban a resolver todos los problemas cuando, en realidad, quizás han creado más de los que han logrado resolver, por lo menos en relación con la naturaleza.
Volviendo al viejo Belker, ¿en qué consiste ese conocimiento innato, esa sabiduría de vivir, que poseen los perros? Según Shane, en cosas tan concretas y hermosas como estas:
Volviendo al viejo Belker, ¿en qué consiste ese conocimiento innato, esa sabiduría de vivir, que poseen los perros? Según Shane, en cosas tan concretas y hermosas como estas:
- Cuando tus seres queridos lleguen a casa, corre siempre a saludarlos. Cada llegada es nueva. No existe la rutina.
- Nunca dejes pasar una oportunidad de ir a pasear y de recorrer las calles husmeando lo que hay de nuevo.
- Disfruta sintiendo en tu cara el aire fresco y el viento.
- Corre, salta y juega a diario. No te preocupes si te dicen que estás un poco loco. La vida es movimiento.
- Mejora tu capacidad de atención y deja que la gente te toque y te acaricie.
- Evita morder cuando con un simple ladrido puedes avisar de que algo no va bien.
- En los días cálidos, no tengas reparos en tumbarte sobre la hierba.
- Y nunca olvides que cuando alguien tenga un mal día lo mejor es permanecer en silencio, sentarte cerca de esa persona y hacer que ella sienta, con mucha suavidad, que estás allí.
¿Por qué todos los
perros del mundo vienen con este aprendizaje “de fábrica” y nosotros tardamos
tanto tiempo en conocer sus rudimentos? Nos pasamos la vida creando problemas,
desatando nudos, siendo infelices, cuando podríamos concentrarnos en lo que
hace la vida serena y vivible. Los perros son felices buscando la felicidad de
sus amos. No tienen tantas aspiraciones egoístas como nosotros. En
consecuencia, me parece que la expresión “¡Qué
vida más perra!” necesita ser urgentemente actualizada. La verdadera vida perra consiste en ser felices haciendo felices a los demás, no buscando los propios intereses sino los de aquellos a quienes amamos, no perdiendo el tiempo en cosas fútiles sino concentrándonos en lo fundamental. Por eso, los perros pueden ser considerados sin exageración verdaderos maestros espirituales. Por lo menos, a mí me lo parecen.
Gracias por la perrona reflexión, valiosa en realidad y muchas felicidades por el pasado 5 de septiembre por tu fidelidad de perro al Señor por tus 43 años de profesión religiosa CMF
ResponderEliminarGracias por tu rincón