Después de 1.143 entradas, hay días en que me cuesta encontrar un tema para el blog. Hoy es uno de ellos. Si me pongo
en plan intelectual, sé que algunos lectores desconectan. Si me limito a
describir acontecimientos o a contar historias, a otros les puede parecer algo
superficial. Seguiré el consejo de Charles Péguy. No
estoy seguro, pero creo que fue este escritor francés quien dijo que para que
una revista tenga un cierto éxito es preciso que cada número deje insatisfecho
a un cuarto de los lectores, con tal de que no sea siempre el mismo cuarto, claro. Hay
algún lector que me ha dicho con sinceridad que él suele pasar de los artículos
de tipo “religioso”. Quizá a otros lectores les suceda lo mismo con las
entradas que tienen un color más político, histórico o sociológico. Es normal. Cada uno tenemos nuestros gustos e intereses. La
verdad es que yo voy escribiendo según me sale, sin ningún programa
establecido, al hilo de lo que va sucediendo. Soy consciente de que un blog no es ni una cátedra ni un púlpito ni un estudio de televisión,
sino más bien un cuaderno de bitácora muy personal. Esto me da una gran
libertad. Cada lector es también muy libre de quedarse con lo que juzgue
oportuno y de tener su propia opinión. Lo bueno de un blog es que uno puede compartir algunos pensamientos sin estar
sometido a la línea de un periódico o a los intereses de una
editorial. Hay un contacto directo entre autor y lectores sin más mediaciones
que un teléfono móvil o cualquier otro dispositivo electrónico.
Después de 19 días
de travesía por el Mediterráneo, el Open
Arms ha
atracado en el puerto de Lampedusa por orden de un fiscal italiano. Por
lo menos, los inmigrantes podrán descansar seguros. Esto es lo sustancial, pero
la aventura tiene más perfiles de los que algunos medios de comunicación han
presentado. Por eso, no conviene lanzarse a interpretaciones unilaterales. Se
aprende de la experiencia. No soy partidario de esas campañas que enseguida,
sin conocer todos los datos, se lanzan por las redes sociales. Apelan a los sentimientos
sin tener en cuenta otras variables imprescindibles para conocer bien la
situación. En Italia se ha roto –como era de esperar o de temer, depende de
quien lo interprete– el gobierno Conte por presiones de Salvini y algo más. El
país transalpino regresa a la incertidumbre. También aquí hay oscuros
intereses que el tiempo pondrá al descubierto. Todas estas noticias y otras
muchas me hacen ver lo difícil que resulta hoy hacer una interpretación objetiva
de lo que pasa. Parece una paradoja. Nunca como hoy hemos tenido acceso a tanta
información y quizá nunca como hoy tenemos más dificultades para interpretar lo
que está sucediendo de verdad sin dejarnos llevar por juicios apresurados o
interesados. El caso del barco Open Arms
es paradigmático. Pero lo mismo pasa con muchos temas controvertidos. Un amigo
mío me ha pasado un enlace donde se desmontan, con conocimiento de causa, cinco
grandes mentiras sobre las inmatriculaciones de la Iglesia. Quien no conoce bien un asunto se guía solo por lo que se dice. Es muy difícil
librarse de la intoxicación mediática. En los temas que dominamos o conocemos
de primera mano podemos estar a salvo, pero ¿qué sucede con la infinidad de temas
en los que dependemos de lo que nos cuentan? Una práctica recomendable es no
fiarse solo de una fuente, sino contrastar varias (a poder ser de signo opuesto)
para aproximarse a la verdad de las cosas.
¿Nos está
haciendo más libres el acceso a tanta información? Tengo mis dudas. Mucha
información sin criterios interpretativos conduce solo a una confusión mayor y
a un estado permanente de ansiedad. Incluso para las personas que son críticas
y cuestionan lo que reciben (venga de donde venga), es siempre recomendable
periodos de ayuno informativo. Confieso que a mí me cuesta observarlos porque me
gusta estar al día, pero cuando lo he hecho he experimentado una gran
serenidad. Ahora entiendo un poco mejor a algunas personas mayores que han
renunciado a ver la televisión y leer los periódicos. Puede parecer una
decisión drástica, pero, en el fondo, es muy saludable. Eso les permite
conservar una serenidad que fácilmente perderían si se metieran en el
torbellino de las noticias y se dejaran llevar por las pasiones de las
tertulias. Confieso que, aunque me siento misionero de la cabeza a los pies, a
veces siento nostalgia de la vida monástica; es decir, de esa forma en la que
uno entra en comunión con todo y con todos sin estar pendiente del último
suceso o de la noticia de última hora.
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