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viernes, 23 de agosto de 2019

Separados y divorciados

Me llegan noticias de separaciones y divorcios. Hace años parecía que la ruptura de relaciones y los nuevos matrimonios era algo privativo de los ricos y los famosos. Hoy está a la orden del día. Pocos, claro está, llegan al extremo del famoso periodista norteamericano Larry King, que acaba de divorciarse de su octava esposa. Resulta muy chocante que muchas celebrities (como se denomina hoy con cursilería a los famosos) pregonen a bombo y platillo su matrimonio, a veces con ceremonias insultantemente suntuosas, y al poco tiempo (a veces, solo unos meses) reconozcan que “se nos rompió el amor”. No sé si es “de tanto usarlo” –como cantaba hace años Rocío Jurado– o, más bien, de no usarlo en absoluto. Por la enorme fragilidad que hoy se vive en el terreno de los compromisos, no me gusta que se eche la casa por la ventana en bodas, primeras profesiones religiosas, ordenaciones sacerdotales, etc. porque, por lo general, se da una inflación innecesaria, un gasto excesivo y una pizca de exhibicionismo. Disfruto más celebrando los 25 o los 50 años. El tiempo pone a prueba la verdad de nuestras promesas. Hay que celebrar el comienzo -¡faltaría más!– pero, sobre todo, la madurez. Cuando, pasada la etapa sentimental, el amor se convierte en una decisión cotidiana, entonces –solo entonces– puede fundamentar una existencia en común o un proyecto de vida religiosa o sacerdotal. Como nos recordaba hace décadas Erich Fromm, no se trata de dejarnos seducir por el espejismo del enamoramiento, sino de aprender y cultivar “el arte de amar” día a día.

De todos modos, hoy quería hablar de las separaciones y divorcios cercanos, de esas experiencias de ruptura que afectan a nuestros familiares, amigos y conocidos. Las que nos duelen de verdad. Las de los famosos me parecen casi siempre un elemento más de sus campañas publicitarias. Creo que se trata de una indecente falta de pudor el estar exhibiendo amoríos, bodas, rupturas, reconciliaciones, divorcios, etc. Y encima, cobrar por ello. Más allá del planeta del famoseo, en España siguen aumentando las separaciones y divorcios. Soy testigo del sufrimiento que suelen provocar estas experiencias. He tenido que acompañar de cerca algunos procesos. Sufren los cónyuges que se separan o divorcian y sufren –a menudo de una manera callada– los hijos, tanto pequeños como mayores. Por mucho que se normalice este fenómeno, creo que nadie lo desea. No soy quien para juzgar a las personas que toman estas decisiones dolorosas. A veces, son la consecuencia de la infidelidad de uno o de ambos cónyuges, pero casi siempre se acumulan muchos otros factores: falta de comunicación y “complicidad”, trabajos absorbentes o desempleo crónico, incomprensiones y malentendidos, problemas afectivos y sexuales, dependencias y presiones externas, dificultades económicas, etc. 


En algunos casos, la separación es obligada dado el infierno en el que se ha convertido el hogar por culpa de la incomunicación, los abusos y malos tratos, etc. Por eso, mi actitud es siempre de escucha, acogida y comprensión. No hay dos casos iguales. Es necesario acercarse a cada historia con empatía y respeto. No es justo aplicar a todos los mismos baremos y juzgar solo a base de principios abstractos. La exhortación apostólica Amoris Laetitia del papa Francisco nos ofrece criterios pastorales muy oportunos. Por otra parte, estoy convencido de que la Iglesia puede hacer mucho más para promover una pastoral familiar que ayude a las personas a vivir su vocación matrimonial. Muchas de las dificultades normales, si se afrontan a tiempo y en compañía, dejan de ser amenaza y se convierten en oportunidad de crecimiento.

Me parece que, más allá de los muchos casos de separaciones y divorcios que hoy se registran, el desafío mayor lo constituye la idea de que es humanamente imposible un proyecto duradero de vida en común. Percibo en algunos adolescentes y jóvenes una especie de predisposición a tener varios compañeros o compañeras (el término “pareja” tiene para mí connotaciones demasiado zoológicas) a lo largo de la vida. Es como si de entrada dieran por supuesto que ningún proyecto “matrimonial” (¿se puede usar todavía este término o es solo cuestión de papeles como denuncian algunos?) es de larga duración. Todos nacen con fecha de caducidad como cualquier producto con obsolescencia programada. Uno puede cambiar de compañera o compañero como cambia de trabajo, casa o traje. No es necesario dramatizar si desde el comienzo crece con esta visión realista y no estúpidamente romántica del amor. ¿No es esta una expresión de la libertad a la que tanto aspiramos? ¿Por qué atarse a otra persona cuando ya no se siente nada, cuando “se nos rompió el amor”? ¿No es más honrado –más guay, podríamos matizar– separarse que mantener la ficción de un compromiso inexistente? La libertad individual –dogma contemporáneo donde los haya– está por encima de cualquier atadura.

En este contexto, el ideal cristiano de un matrimonio personal, fiel y duradero suena a épocas pretéritas. ¡Hasta casi parece un yugo indeseable! Uno puede alegrarse de que sus abuelos celebren las bodas de oro matrimoniales al mismo tiempo que considera que todo eso no va con él o con ella. Cada vez me convenzo más de que si el matrimonio es un “signo” de la relación de Dios con los seres humanos, no es posible aventurarse en él sin una profunda experiencia de fe. Por eso, me da rabia y tristeza que se sigan celebrando matrimonios sacramentales cuando no se da un mínimo de fe. En estricto derecho, se trata de matrimonios nulos. La contradicción es palmaria: por una parte, se le pide a la Iglesia mano ancha para comprender las situaciones problemáticas de muchos matrimonios y, por otra, se exige que la puerta de entrada sea anchísima para que pueda casarse “por la Iglesia” todo el que quiera. Aunque el verbo no es el más correcto, me alegro de que muchos jóvenes bautizados que no viven su fe opten por el matrimonio civil o por otras formas de convivencia. Por lo menos, el signo sacramental no se devalúa hasta hacer de él una caricatura o un jeroglífico. Yo estoy convencido de que este contexto social tan cambiante es una oportunidad de oro para que los jóvenes cristianos que se sienten llamados al matrimonio lo vivan como una verdadera vocación y como una decisión personal, no como fruto de la costumbre o de la presión familiar o social. Siempre es necesario fijarse en lo que nace más que en lo que muere.


5 comentarios:

  1. Tengo una amiga de toda la vida que su hija sufrió mucho. Se casó por insistencia de él...ella no lo tenía claro. Al año y 1 mes de la boda, de la noche a la mañana, él le dijo "lo siento mucho pero es que he confundido sentimientos y no puedo seguir"...
    Piluca visontina.

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  2. Muy buena reflexión amigo Gonzalo. La devaluación del matrimonio y de muchos de los valores cristianos es un hecho.

    Nos encontramos en una sociedad hipersexualizada, nos bombardean constantemente con estímulos sexuales hasta tal punto que esto es lo único que vemos y buscamos en la otra persona. Las redes sociales son el actor principal de esta campaña. Ahora todo es más "fácil" y a la vez nos hacemos la vida más difícil buscando suplir el amor por placer. Estamos presenciando un cambio de relaciones sociales y de valores de forma muy acelerada.

    A veces por acelerar no llegamos ante

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    1. Los cambios son tan profundos y acelerados que cuesta imaginar a dónde nos conducen. Por eso, es preciso profundizar en "la alternativa cristiana"..

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  3. Agnieszka y Arcadio, Polonia. 11 años de nuestro matrimonio. Enamorados mutuamente. Vivimos momentos bonitos, maravillosos, enamorados y decididos pasar lo bueno y lo malo juntos. Vivimos la noche oscura de nuestras relaciones, falta de comunicación y comprensión. Desde el fuego hasta lo más frío. Todas esas circunstancias vivimos felizmente gracias a fe en Dios, el Señor de cada minuto de nuestra vida. Hoy amo más a mi esposa, aunque no es ideal según lo ideal creado por la gente contemporánea. Diálogo, escucha, el tiempo pero ante todo la oración matrimonial y familiar nos deja vivir la vida feliz. Creo que esa es la respuesta a los divorcios y tantas rupturas de relaciones. No hay cosas imposibles para quienes creen en Dios. Buen día.

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    1. Hola, Arcadio. Muchas gracias por tu testimonio de 11 años de vida matrimonial y enhorabuena por tu excelente español.

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