Me llegan noticias de separaciones y divorcios. Hace años parecía que la ruptura de relaciones y los nuevos matrimonios era algo privativo de los ricos y los famosos. Hoy está a la orden del día. Pocos, claro está, llegan al extremo del famoso periodista norteamericano Larry King, que acaba
de divorciarse de
su octava esposa. Resulta muy chocante que muchas celebrities (como se denomina hoy con cursilería a los famosos)
pregonen a bombo y platillo su matrimonio, a veces con ceremonias insultantemente
suntuosas, y al poco tiempo (a veces, solo unos meses) reconozcan que “se
nos rompió el amor”. No sé si es “de tanto usarlo”
–como cantaba hace años Rocío Jurado– o, más bien, de no usarlo en absoluto. Por
la enorme fragilidad que hoy se vive en el terreno de los compromisos, no me
gusta que se eche la casa por la ventana en bodas, primeras profesiones religiosas,
ordenaciones sacerdotales, etc. porque, por lo general, se da una inflación
innecesaria, un gasto excesivo y una pizca de exhibicionismo. Disfruto más celebrando los 25 o los
50 años. El tiempo pone a prueba la verdad de nuestras promesas. Hay que
celebrar el comienzo -¡faltaría más!– pero, sobre todo, la madurez. Cuando,
pasada la etapa sentimental, el amor se convierte en una decisión cotidiana,
entonces –solo entonces– puede fundamentar una existencia en común o un proyecto
de vida religiosa o sacerdotal. Como nos recordaba hace décadas Erich Fromm, no
se trata de dejarnos seducir por el espejismo del enamoramiento, sino de
aprender y cultivar “el arte de amar” día a día.
De todos modos,
hoy quería hablar de las separaciones y divorcios cercanos, de esas experiencias de ruptura que afectan a nuestros
familiares, amigos y conocidos. Las que nos duelen de verdad. Las de los famosos me parecen casi siempre un elemento más
de sus campañas publicitarias. Creo que se trata de una indecente falta de pudor el estar exhibiendo amoríos, bodas, rupturas, reconciliaciones, divorcios, etc. Y encima, cobrar por ello. Más allá del planeta del famoseo, en España siguen aumentando las separaciones y divorcios. Soy testigo del sufrimiento que suelen provocar estas experiencias. He
tenido que acompañar de cerca algunos procesos. Sufren los cónyuges que se
separan o divorcian y sufren –a menudo de una manera callada– los hijos, tanto
pequeños como mayores. Por mucho que se normalice este fenómeno, creo que nadie
lo desea. No soy quien para juzgar a las personas que toman estas decisiones
dolorosas. A veces, son la consecuencia de la infidelidad de uno o de ambos
cónyuges, pero casi siempre se acumulan muchos otros factores: falta de comunicación
y “complicidad”, trabajos absorbentes o desempleo crónico, incomprensiones y malentendidos, problemas afectivos
y sexuales, dependencias y presiones externas, dificultades económicas, etc.
En algunos casos, la separación es obligada dado el infierno en el que se ha convertido el hogar por culpa de la incomunicación, los abusos y malos tratos, etc. Por eso, mi actitud es siempre de escucha, acogida y comprensión. No hay dos casos iguales. Es necesario acercarse a cada historia con empatía y respeto. No es justo aplicar a todos los mismos baremos y juzgar solo a base de principios abstractos. La exhortación apostólica Amoris Laetitia del papa Francisco nos ofrece criterios pastorales muy oportunos. Por otra parte, estoy convencido de que la Iglesia puede hacer mucho más para promover una pastoral familiar que ayude a las personas a vivir su vocación matrimonial. Muchas de las dificultades normales, si se afrontan a tiempo y en compañía, dejan de ser amenaza y se convierten en oportunidad de crecimiento.
En algunos casos, la separación es obligada dado el infierno en el que se ha convertido el hogar por culpa de la incomunicación, los abusos y malos tratos, etc. Por eso, mi actitud es siempre de escucha, acogida y comprensión. No hay dos casos iguales. Es necesario acercarse a cada historia con empatía y respeto. No es justo aplicar a todos los mismos baremos y juzgar solo a base de principios abstractos. La exhortación apostólica Amoris Laetitia del papa Francisco nos ofrece criterios pastorales muy oportunos. Por otra parte, estoy convencido de que la Iglesia puede hacer mucho más para promover una pastoral familiar que ayude a las personas a vivir su vocación matrimonial. Muchas de las dificultades normales, si se afrontan a tiempo y en compañía, dejan de ser amenaza y se convierten en oportunidad de crecimiento.
Me parece que,
más allá de los muchos casos de separaciones y divorcios que hoy se registran,
el desafío mayor lo constituye la idea de que es humanamente imposible un proyecto
duradero de vida en común. Percibo en algunos adolescentes y jóvenes una
especie de predisposición a tener varios compañeros o compañeras (el término “pareja”
tiene para mí connotaciones demasiado zoológicas) a lo largo de la vida. Es
como si de entrada dieran por supuesto que ningún proyecto “matrimonial” (¿se
puede usar todavía este término o es solo cuestión de papeles como denuncian
algunos?) es de larga duración. Todos nacen con fecha de caducidad como
cualquier producto con obsolescencia programada. Uno puede cambiar de compañera o compañero
como cambia de trabajo, casa o traje. No es necesario dramatizar si desde el
comienzo crece con esta visión realista
y no estúpidamente romántica del amor. ¿No es esta una expresión de la libertad
a la que tanto aspiramos? ¿Por qué atarse a otra persona cuando ya no se siente
nada, cuando “se nos rompió el amor”?
¿No es más honrado –más guay,
podríamos matizar– separarse que mantener la ficción de un compromiso
inexistente? La libertad individual –dogma contemporáneo donde los haya– está por encima de cualquier atadura.
En este contexto,
el ideal cristiano de un matrimonio personal, fiel y duradero suena a épocas pretéritas. ¡Hasta casi parece un yugo indeseable! Uno puede alegrarse de que sus abuelos celebren las bodas de oro matrimoniales
al mismo tiempo que considera que todo eso no va con él o con ella. Cada vez me
convenzo más de que si el matrimonio es un “signo” de la relación de Dios con
los seres humanos, no es posible aventurarse en él sin una profunda experiencia
de fe. Por eso, me da rabia y tristeza que se sigan celebrando matrimonios sacramentales
cuando no se da un mínimo de fe. En estricto derecho, se trata de matrimonios
nulos. La contradicción es palmaria: por una parte, se le pide a la Iglesia mano ancha para comprender las
situaciones problemáticas de muchos matrimonios y, por otra, se exige que la
puerta de entrada sea anchísima para que pueda casarse “por la Iglesia” todo el
que quiera. Aunque el verbo no es el más correcto, me alegro de que muchos jóvenes
bautizados que no viven su fe opten por el matrimonio civil o por otras formas
de convivencia. Por lo menos, el signo sacramental no se devalúa hasta hacer de
él una caricatura o un jeroglífico. Yo estoy convencido de que este contexto
social tan cambiante es una oportunidad de oro para que los jóvenes cristianos
que se sienten llamados al matrimonio lo vivan como una verdadera vocación y como una decisión
personal, no como fruto de la costumbre o de la presión familiar o social. Siempre es necesario fijarse en lo que nace más que en lo que muere.
Tengo una amiga de toda la vida que su hija sufrió mucho. Se casó por insistencia de él...ella no lo tenía claro. Al año y 1 mes de la boda, de la noche a la mañana, él le dijo "lo siento mucho pero es que he confundido sentimientos y no puedo seguir"...
ResponderEliminarPiluca visontina.
Muy buena reflexión amigo Gonzalo. La devaluación del matrimonio y de muchos de los valores cristianos es un hecho.
ResponderEliminarNos encontramos en una sociedad hipersexualizada, nos bombardean constantemente con estímulos sexuales hasta tal punto que esto es lo único que vemos y buscamos en la otra persona. Las redes sociales son el actor principal de esta campaña. Ahora todo es más "fácil" y a la vez nos hacemos la vida más difícil buscando suplir el amor por placer. Estamos presenciando un cambio de relaciones sociales y de valores de forma muy acelerada.
A veces por acelerar no llegamos ante
Los cambios son tan profundos y acelerados que cuesta imaginar a dónde nos conducen. Por eso, es preciso profundizar en "la alternativa cristiana"..
EliminarAgnieszka y Arcadio, Polonia. 11 años de nuestro matrimonio. Enamorados mutuamente. Vivimos momentos bonitos, maravillosos, enamorados y decididos pasar lo bueno y lo malo juntos. Vivimos la noche oscura de nuestras relaciones, falta de comunicación y comprensión. Desde el fuego hasta lo más frío. Todas esas circunstancias vivimos felizmente gracias a fe en Dios, el Señor de cada minuto de nuestra vida. Hoy amo más a mi esposa, aunque no es ideal según lo ideal creado por la gente contemporánea. Diálogo, escucha, el tiempo pero ante todo la oración matrimonial y familiar nos deja vivir la vida feliz. Creo que esa es la respuesta a los divorcios y tantas rupturas de relaciones. No hay cosas imposibles para quienes creen en Dios. Buen día.
ResponderEliminarHola, Arcadio. Muchas gracias por tu testimonio de 11 años de vida matrimonial y enhorabuena por tu excelente español.
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