Debería empezar la entrada de hoy hablando del rotundo triunfo de Rafa Nadal en París, pero sobre este asunto abundan los comentarios en los medios digitales. Aldo Cazzullo, un periodista italiano, ha llegado a escribir en el Corriere della Sera que para él Nadal es el deportista más grande de todos los tiempos. Exageraciones aparte, hay que reconocer que es un fuera de serie. Pero no, hoy no voy a escribir sobre Rafa Nadal, sino sobre lo que estamos haciendo –o dejando de hacer– con los jóvenes. Ayer tuve la oportunidad de hablar con un claretiano que lleva varios años trabajando en el campo de la pastoral juvenil y con un laico que enseña religión en un colegio público. Ambos coincidieron en su diagnóstico: cada vez resulta más difícil presentar el
Evangelio de Jesús a los adolescentes y jóvenes. Mi amigo laico lo resumió así: “Hablamos dos lenguajes diferentes”. A
ambos los encontré desanimados, casi con ganas de tirar la toalla, como si no
fuera posible hacer nada para revertir una situación de indiferencia general. A pesar de todo, ambos siguen entregándose cada día a su trabajo. Con pocos o muchos números, lo que importa es prestar atención a las personas concretas y seguir explorando caminos.
¿Cómo explicar esta distancia entre los jóvenes y la Iglesia y viceversa? La reciente exhortación apostólica Christus vivit del papa Francisco hace un análisis extenso y matizado, sin circunscribirse solo a Europa. En nuestra conversación subrayamos varios factores que ayudan a entender algo de lo que está pasando. En la mayoría de los casos, las familias modernas (provenientes ellas mismas de un contexto muy secularizado) viven un estilo de vida que tiene poco que ver con lo que el colegio o la parroquia proponen desde un punto de vista eclesial. Por otra parte, la inmersión digital de los jóvenes los introduce desde muy niños en un mundo (imágenes, símbolos, ideales) muy alejado del universo cristiano. Valores como interioridad, atención, disciplina, castidad, fidelidad, coherencia, etc. les suenan a una época muy remota. La ola de abusos sexuales por parte de algunos eclesiásticos no hace sino reforzar la tradicional desconfianza hacia una institución que se considera obsoleta, hipócrita y alejada de su mundo de intereses y valores. ¿Será necesario tocar fondo para que, tras décadas de alejamiento, se encienda de nuevo la chispa del interés y de la fe? ¿O hay que considerar la batalla definitivamente perdida como pronostican algunos sociólogos? Varios catequistas de primera comunión –y, sobre todo, de confirmación– me expresan su desaliento al comprobar que muchos niños y jóvenes, una vez recibidos estos dos sacramentos, abandonan la práctica litúrgica, como si ya hubieran pagado el “peaje” que se exige a los miembros jóvenes de la institución eclesial y ya no fuera necesario seguir participando.
¿Cómo explicar esta distancia entre los jóvenes y la Iglesia y viceversa? La reciente exhortación apostólica Christus vivit del papa Francisco hace un análisis extenso y matizado, sin circunscribirse solo a Europa. En nuestra conversación subrayamos varios factores que ayudan a entender algo de lo que está pasando. En la mayoría de los casos, las familias modernas (provenientes ellas mismas de un contexto muy secularizado) viven un estilo de vida que tiene poco que ver con lo que el colegio o la parroquia proponen desde un punto de vista eclesial. Por otra parte, la inmersión digital de los jóvenes los introduce desde muy niños en un mundo (imágenes, símbolos, ideales) muy alejado del universo cristiano. Valores como interioridad, atención, disciplina, castidad, fidelidad, coherencia, etc. les suenan a una época muy remota. La ola de abusos sexuales por parte de algunos eclesiásticos no hace sino reforzar la tradicional desconfianza hacia una institución que se considera obsoleta, hipócrita y alejada de su mundo de intereses y valores. ¿Será necesario tocar fondo para que, tras décadas de alejamiento, se encienda de nuevo la chispa del interés y de la fe? ¿O hay que considerar la batalla definitivamente perdida como pronostican algunos sociólogos? Varios catequistas de primera comunión –y, sobre todo, de confirmación– me expresan su desaliento al comprobar que muchos niños y jóvenes, una vez recibidos estos dos sacramentos, abandonan la práctica litúrgica, como si ya hubieran pagado el “peaje” que se exige a los miembros jóvenes de la institución eclesial y ya no fuera necesario seguir participando.
Vistas las cosas
desde esta perspectiva, el panorama es desolador. En toda Europa –y quizás con
un plus de agresividad en España– muchísimos jóvenes bautizados se han descolgado de la comunidad cristiana. Ayer mismo lo pude comprobar participando en la Eucaristía
principal de una céntrica parroquia madrileña. Calculo que habría unas 250 personas, entre
las cuales no vi ni un solo joven. Tal vez yo era el que más me aproximaba a
esa edad. Es verdad que hay casos de jóvenes y comunidades que vibran con la fe
y que ofrecen un modo fresco y comprometido de vivir el Evangelio, pero representan una admirable minoría en el planeta juvenil. A ellos mismos les cuesta mucho sintonizar con
otros chicos y chicas de su edad. Por otra parte, unos y otros están muy influidos por la sociedad de
la información y el entretenimiento. Mi amigo, el profesor de religión, me decía que le resulta casi imposible mantener la atención en clase durante más de cinco minutos. Los chicos de hoy están acostumbrados a un torbellino constante de estímulos que salen de la pantalla de su móvil. El
único castigo que hoy puede hacer incluso llorar a un adolescente es que le quiten o le impidan
usar su teléfono móvil. La dependencia del aparatito es total, una verdadera adicción. El móvil se ha convertido en
un apéndice del propio cuerpo y en la ventana a través de la cual ven el mundo
y crean su mundo. Las redes sociales son su nueva plaza de encuentro. A través
de ellas se saludan, intercambian mensajes, juegan, consumen pornografía… y se extorsionan. Sí, también se extorsionan y chantajean con vídeos sexuales y otras prácticas humillantes. Internet
es su verdadero mundo. Parafraseando el adagio clásico, podríamos decir que “extra Internet, nulla salus” (fuera de
Internet no hay salvación). ¡Y eso que todavía no hemos entrado en la conectividad 5G!
No soy un experto
en pastoral juvenil. Hace muchos años que no trabajo directamente en este campo.
Quienes lo hacen podrán afinar el diagnóstico y sugerir pistas audaces. No creo
que el problema sea solo de lenguaje o de formas. Es mucho más de fondo. Es un
problema de confianza. Esta solo se puede restaurar con una
pastoral de “las distancias cortas”. Un adolescente o un joven en grupo casi
siempre se dejan llevar por la dictadura emocional de la masa. Con mucha dificultad toman distancia de lo
que todos piensan, dicen o hacen. En el mimetismo con su tribu juvenil encuentran su
identidad y su pertenencia. Si el grupo dice que ser cristiano es algo
pasado de moda o irrelevante, ¿quién se va a atrever a romper ese dogma? La única forma de
quebrar la inercia es acercarse a cada persona, una a una, escucharla con
atención y respeto, tratar de acompañar sus búsquedas, de iluminar
sus preguntas y de tener una infinita confianza en la acción invisible del Espíritu
Santo en cada ser humano, también en los adolescentes y jóvenes de la presente
generación. Esta pastoral de “las distancias cortas” exige fe, amor, empatía, mucho
tiempo disponible y una paciencia a prueba de inconsistencias y fracasos. Las
acciones grupales (desde peregrinaciones a campamentos, catequesis, excursiones, proyectos solidarios, voluntariados o
celebraciones) serán también necesarias, pero sin olvidar que donde se juega la
aventura de la fe es en la intimidad de la propia conciencia, allí donde se
ventilan las luces y las sombras, la verdad y la apariencia, los deseos y los
miedos, la fe o la increencia. Si no hay nadie cerca, ¿cómo puede un joven abrirse camino en este laberinto de intuiciones y dudas, de palabras y silencios, de medias verdades y de experiencias trascendentes?
Sé que lo que muestras en el artículo de hoy es la tónica general. Pero hay excepciones. Aquí en el sur de España la respuesta a las iniciativas pastorales claretianas con jóvenes sigue siendo cada año cuantitativa y cualitativamente sorprendentes. Y no sólo con las atractivas colonias de verano, sino a lo largo de todo el año. Como dice el titular, es posible otra pastoral juvenil.
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