Escribo la entrada de hoy en el aeropuerto de Bahía Blanca. Espero mi vuelo de regreso a Buenos Aires. Durante los dos días en la “puerta del Sur”, he disfrutado mucho con
los dos claretianos que se encargan de esta posición pastoral, que comprende parroquia y colegio. Con un poco de
humor, son conocidos como “la comunidad de los próceres” porque sus apellidos
coinciden con los de dos conocidos líderes políticos argentinos del siglo XIX: José de San Martín y Domingo Faustino Sarmiento. Ayer concluimos nuestro encuentro con una reunión con el
consejo pastoral de la Parroquia Inmaculado Corazón de María. Hacía tiempo que
no disfrutaba tanto en una reunión de este tipo. Después de las presentaciones
de rigor, cada uno de los miembros fue explicando lo que se hacía en los
diversos grupos y comunidades que conforman la parroquia: desde el grupo de Cáritas hasta los encargados de la
catequesis, la liturgia o el grupo Callejeando,
que se ocupa de atender a la gente “en situación de calle”, que es así como
se denomina en Argentina a los sin techo. Una vez que me hice cargo de la gran
variedad de actividades, nos preguntamos por lo que funciona bien en la
parroquia y por lo que es necesario mejorar. El diálogo discurrió con fluidez
y, sobre todo, con responsabilidad. Terminamos la velada con una cena a base de
empanadas y vino de Mendoza, y con un recital de canciones del folclore
argentino. Me fui a la cama agradecido y esperanzado.
La experiencia me
ayudó a preguntarme por el sentido que tienen los consejos pastorales (y
económicos) de las parroquias. Por desgracia, en muchas no existen. A veces, se
debe a la falta de personas dispuestas a asumir su responsabilidad; otras, a la
incuria o al autoritarismo del párroco. En ocasiones, los consejos quedan
reducidos a un grupo muy formal y obsequioso que se limita a decir siempre sí a
lo que el párroco propone o dispone. No hay libertad de expresión ni discernimiento.
Se cumple la letra, pero falta espíritu. Hay otras muchas parroquias que
disponen de consejos vivos y eficaces que sirven para tomar el pulso a la vida
parroquial y animar su marcha. Ayer me reuní con uno de estos consejos. Solo donde
hay verdadera participación y responsabilidad se genera vida. No se trata de “empoderar”
a los laicos –como se dice hoy con un verbo que detesto, aunque esté reconocido
por el diccionario de la RAE– sino de algo más básico: reconocer los derechos
de todo bautizado. Por el Bautismo todos somos miembros de la Iglesia. Todos
estamos capacitados, pues, para contribuir a su desarrollo y organización.
Muchas cosas
están cambiando en la vida de las parroquias, comenzando por el principio de territorialidad.
En las ciudades, sobre todo, muchos cristianos no participan en la vida de sus
parroquias territoriales, sino en aquellas en las que encuentran acogida, vitalidad
y compromiso. En cierto sentido, aunque suene mal, se está imponiendo el
principio capitalista de la libertad de mercado. Cada uno escoge la parroquia
que más le gusta, aunque esté lejos de su domicilio. Es verdad que los párrocos
contribuyen con su manera de ser y actuar a atraer o repeler a los feligreses.
Pero, en una Iglesia madura, ¿no tendríamos que avanzar más en la constitución de
consejos parroquiales que ayudasen a los párrocos a animar la vida de las
parroquias? ¿No estamos desperdiciando talentos admirables por falta de
convicción, decisión u organización? ¿No nos estamos privando de muchos carismas laicales por
una mala comprensión del papel del presbítero o por un clericalismo patológico?
O avanzamos hacia una Iglesia más participativa, o las comunidades se irán depauperando
sin vuelta atrás. Naturalmente, para que la participación sea eficaz se
requiere formación y acompañamiento. Sin un mínimo de formación cristiana a la
altura de los tiempos que corren es muy difícil enriquecer la vida de las
comunidades. Sin acompañamiento, se corre el riego de constituir células autónomas
que pueden acabar siendo cancerosas.
Estoy totalmente de acuerdo, pero que difícil es encontrar en algunos lugares parroquias en las que se den estas condiciones para que realmente haya VIDA. Que difícil es encontrar parroquias en las que se dé formación y acompañamiento...
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