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domingo, 12 de mayo de 2019

Escuchar para seguir

Anteayer viajé de Niebla al aeropuerto de Temuco en coche. La lluvia cesó. Pude contemplar la campiña esplendorosa con una suave luz otoñal. De Temuco volé a Santiago y de allí, cruzando la cordillera de noche, a la ciudad argentina de Mendoza, en donde estoy pasando el fin de semana. Atrás quedó la etapa chilena de mi viaje. Imagino que la especial configuración geográfica de Chile determina una peculiar manera de ser. Es un país larguísimo y estrecho. La cordillera de los Andes y el océano Pacífico son dos barreras naturales que acotan el espacio a oriente y poniente. La montaña aporta robustez y firmeza. El mar abre un horizonte infinito para que el alma chilena no se sienta prisionera en su propia lengua de tierra. Yo he disfrutado en la agreste Antofagasta y también en la húmeda Valdivia. En el norte he padecido los rigores del desierto; en el sur me he preguntado cómo sobrellevaría los muchos meses de lluvia y humedad. En el norte abundan los minerales y las empresas extractivas. En el sur domina la madera, la ganadería y la pesca. No hay nada como vivir en varios ambientes para caer en la cuenta de la que la vida tiene muchas facetas que debemos aceptar, explorar y agradecer.

Comencé ayer la celebración litúrgica del IV Domingo de Pascua participando en una concurrida Eucaristía vespertina en el Santuario de la Virgen de Lourdes – El Challao, regentado por los misioneros claretianos. El 11 de cada mes se congrega a las 4 o 5 de la tarde (según las estaciones) una gran multitud para celebrar la misa por los enfermos. La capacidad del santuario es enorme: unas 4.500 personas sentadas y otras muchas de pie. En el inmenso anfiteatro resonaron con fuerza los cuatro versículos del capítulo 10 de Juan que se proclaman en el conocido como domingo del Buen Pastor.  Estamos tan acostumbrados a esta imagen bíblica que no sé si suscita admiración y gratitud o, más bien, indiferencia y distancia. No es ciertamente la imagen que utilizaría un joven de cualquier ciudad moderna para referirse a Jesús. En el contexto latinoamericano en el que proliferan las sectas pentecostales, “pastor” es el término que se utiliza para referirse al líder de la comunidad, al que, por cierto, hay que entregar el diezmo de los propios ingresos. No resulta, pues, una figura muy simpática.

Jesús no es un pastor que reclame privilegios. Lo único que busca es que sus “ovejas” –es decir, sus seguidores– escuchen su voz. Él las ama y ellas lo siguen. Hay voces que escuchamos solo en contadas ocasiones. Cuando pasa el tiempo nos cuesta reconocerlas. Pero hay otras (las de nuestros seres queridos y amigos) que enseguida nos resultan familiares. Basta sentir su cadencia para saber de quién se trata. Parece increíble que el oído humano pueda “discriminar” de esta manera los sonidos. Cuanto más queremos a una persona y más la escuchamos, más fácil nos resulta reconocer su voz. Quizá una de las dificultades que hoy tenemos para reconocer la voz de Jesús en medio de tantos ruidos ambientales es que escuchamos poco lo que él nos dice. Perdemos familiaridad con su voz. Nos “suena”, pero no hasta el punto de seguirla como seguimos las voces de las personas a quienes amamos. Escribo estas notas al filo de la medianoche.

1 comentario:

  1. Gracias Gonzalo por compartir tus experiencias a pesar del cansancio que supongo llevas... en la foto se te ve bien... Gracias por tu disponibilidad... Un abrazo

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