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lunes, 29 de abril de 2019

Prometer menos, hacer más

Ya se conocen los resultados de las elecciones generales en España. No se alejan demasiado de lo previsto por las encuestas, aunque el revolcón del PP ha superado los cálculos más pesimistas. Acabado el recuento, ha llegado la hora de ponerse manos a la obra desde el gobierno o la oposición. Y crecer en una nueva mentalidad: el talento y el compromiso –vengan de donde vengan– tienen que ponerse al servicio del bien común. No estamos para desperdiciar capital humano. No tiene ningún sentido aplicar los recursos a guerras partidistas o intestinas. Los ciudadanos estamos bastante hartos de que se malgasten o se cometan crasos errores “en nuestro nombre”. Las campañas electorales son un supermercado de promesas. Todos percibimos que, en la mayoría de los casos, se trata de un género literario, una manera retórica de encandilar al electorado a sabiendas de que lo que se promete es muy improbable o redondamente irrealizable. Los votantes cada vez picamos menos en esos anzuelos. No toleramos que nos tomen por tontos o que quienes han hecho de la corrupción un estilo sigan prometiendo honradez y transparencia. Este tipo de cosas no se prometen en los mítines, se ganan a base de hechos. Pedimos sensatez, colaboración y altura de miras.

Escribo estas notas en el aeropuerto Silvio Pettirossi de Asunción. Mi vuelo para Santiago de Chile sale dentro de hora y media. Atrás quedan cinco hermosos días pasados en Paraguay, tanto en la zona urbana de Lambaré como en la rural de Yhú. He disfrutado de un paisaje verde, feraz, seductor. Y de una temperatura agradable, moderada por las repetidas lluvias. Pero lo que más me ha gustado ha sido el carácter amable de la gente y su profunda, contagiosa religiosidad. Ayer, Domingo de la Divina Misericordia, celebré dos misas con un intervalo de doce horas entre ellas. La primera a las 8 de la mañana en la aldea –“comunidad”, llaman aquí– de Vaquería. Tras una procesión por los alrededores de la iglesia con la pintura del Jesús de la Misericordia, tuvimos la celebración. El templo estaba abarrotado. A pesar de que añadieron bancos, había bastantes personas de pie: niños, jóvenes, adultos y ancianos. Lo mismo sucedió en la misa vespertina celebrada a las 8 de la tarde en la parroquia de san Juan Bautista de Lambaré. Habría unas 450 personas. Me gustó la presencia de laicos responsables de las moniciones, lecturas, cantos y demás servicios litúrgicos. Todo funcionó con la suavidad y el ritmo de lo que constituye un hábito.

Sin Eucaristía no hay comunidad. Y sin comunidad no es posible reconocer a Jesús como el Viviente. Creo que son dos mensajes claros proclamados en el Evangelio de ayer. Por eso, me produce una inmensa tristeza seguir escuchando a algunas personas que se consideran creyentes que la Eucaristía es un rito insignificante, que ya no dice nada en la cultura secular y que “lo importante es ser buenas personas”. Cada vez que escucho este tipo de discursos me pregunto de dónde han brotado y a qué responden. Desde luego, no provienen ni de la Escritura ni de la bimilenaria Tradición de la Iglesia. Quizás de un planeamiento que se abrió pasó en los años 60 y que oponía culto y profecía, celebración y compromiso. Quien así procedía asimilaba la Eucaristía a los viejos cultos veterotestamentarios contra los cuales tronaron algunos profetas. Pero la Eucaristía cristiana no tiene nada (o muy poco) que ver con eso, por más que a veces la hayamos desfigurado. La Eucaristía es memoria viva de Jesús, acontecimiento eclesiogenético, si se me permite este concepto esdrújulo. ¿Cómo vamos a encontrarnos con el Resucitado si nos alejamos de su comunidad y del sacramento que “hace” a la comunidad?

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