He estado un par de días sin conexión a internet, así que se ha resentido el ritmo diario del blog. Ahora estoy en la docta Córdoba,
la segunda ciudad de Argentina. Aquí no tengo ningún problema para conectarme.
Los 400 kilómetros entre Rosario y Córdoba me han permitido contemplar las
llanuras inmensas salpicadas de maíz, trigo, soja y otros productos. Los he
recorrido en coche por una autopista que se perdía en rectas interminables. Sigue
el calor del incipiente otoño, pero se nota un cierto alivio con respecto a
Rosario. Las calles del centro de Córdoba están llenas de personas sentadas en las terrazas. Pareciera que el verano no acaba de despedirse.
En los últimos días están sucediendo muchas cosas en el mundo. En mi país natal, España, está dando mucho que hablar el caso de un señor que ha asistido en el suicidio a su esposa, enferma terminal de esclerosis múltiple. Aunque, en cumplimiento de la ley ha sido detenido, leo en los periódicos que la opinión pública está de su parte. Algún día tengo que escribir algo sobre este tema controvertido. Me parece que está creciendo el número de personas que ponen al mismo nivel fenómenos distintos como el suicidio asistido, la eutanasia o el derecho a una muerte digna. En cualquier caso, casi siempre se trata de decisiones que se toman en contextos de mucho sufrimiento humano. Se requiere, pues, una clave de empatía y comprensión a la hora de abordar esta difícil coyuntura ética.
En los últimos días están sucediendo muchas cosas en el mundo. En mi país natal, España, está dando mucho que hablar el caso de un señor que ha asistido en el suicidio a su esposa, enferma terminal de esclerosis múltiple. Aunque, en cumplimiento de la ley ha sido detenido, leo en los periódicos que la opinión pública está de su parte. Algún día tengo que escribir algo sobre este tema controvertido. Me parece que está creciendo el número de personas que ponen al mismo nivel fenómenos distintos como el suicidio asistido, la eutanasia o el derecho a una muerte digna. En cualquier caso, casi siempre se trata de decisiones que se toman en contextos de mucho sufrimiento humano. Se requiere, pues, una clave de empatía y comprensión a la hora de abordar esta difícil coyuntura ética.
Por el momento,
quiero fijarme en la exhortación apostólica Christus
vivit (Cristo vive) que
fue publicada el pasado día 2. Las primeras palabras del papa Francisco son una
invitación a la esperanza: Vive Cristo,
esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que
Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Entonces, las
primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes cristianos son:
¡Él vive y te quiere vivo! Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por
más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para
volver a empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores,
los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza
y la esperanza.
Estoy seguro de que este texto será leído y estudiado por
muchos obispos, sacerdotes, religiosos y laicos adultos, pero ¿cuántos jóvenes
se acercarán a él? ¿Cuántos lo entenderán como una carta de alguien que los
quiere, los ha escuchado y desea acompañarlos en su camino? Reconozco que el
texto es largo. Consta de 299 párrafos agrupados en nueve capítulos. Aunque el
papa ha procurado usar un lenguaje sencillo y directo, su exhortación no es una
novela. Cita mucho el documento
final del Sínodo celebrado en octubre de 2018, pero añade también mucho
de su cosecha. Quien habla no es un joven, sino un anciano. Francisco no cae en
la trampa de hablar “como si” fuera joven. Es, más bien, un abuelo que se dirige
a sus nietos con simpatía, sin abusar del tono paternalista. Los anima no dejar de soñar, pero también a discernir su vocación y a tomar decisiones.
Entre los
lectores de este Rincón hay jóvenes. Algunos
se comunican de vez en cuando conmigo. Creo que la mayoría son creyentes, pero
me consta que algunos están en búsqueda. No acaban de ver claro. Están
divididos entre la atracción que les produce Jesús y su Evangelio y el
desconcierto creado por los escándalos de la Iglesia. A menudo ven un abismo
entre lo que la Iglesia enseña (sobre todo, en materia de sexualidad) y lo que
la sociedad presenta como normal. Ven razones en ambos extremos, pero no
aciertan a encontrar su propia respuesta. Quisieran seguir a Jesús, pero sin
renunciar a otros caminos que también les atraen. Se parecen mucho al joven
que, según el evangelio de Mateo (19,16-26), “se fue entristecido, después de
haber seguido un buen impulso, porque no pudo sacar la vista de las muchas
cosas que poseía (cf. Mt 19,22). Él se perdió la oportunidad de lo que
seguramente podría haber sido una gran amistad. Y nosotros nos quedamos sin
saber lo que podría haber sido para nosotros, lo que podría haber hecho para la
humanidad, ese joven único al que Jesús miró con amor y le tendió la mano” (Christus vivit, 251). A estos jóvenes buscadores les recomiendo la lectura de la exhortación del papa Francisco. Les hará mucho bien. Toda amistad
implica tomar decisiones. Quien decide se puede equivocar, pero quien no lo
hace acaba siendo víctima de su miedo. Es verdad que atravesamos tiempos
inciertos. Por eso, más que nunca, necesitamos jóvenes decididos. Jesús nunca
defrauda.
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