Pido excusas por un
título tan rebuscado. Espero que, al final de la entrada de hoy, se entienda su
sentido. Viví de niño en una sociedad muy “sólida” en la que se sabía bien lo
que uno debía creer, hacer y celebrar. En realidad, esta solidez era más aparente que real porque había comenzado
a resquebrajarse algunos siglos antes en el mundo de las ideas, pero no había
llegado todavía a la gente común. En un contexto “sólido” como aquel, uno aprendía a ser
ordenado y a organizar su vida según objetivos, estrategias y acciones. En el mundo ordenado, muchas cosas son previsibles. Se da también una obsesión por la seguridad. Las personas modélicas son las cumplidoras, las que se atienen al
orden establecido sin osar quebrantarlo. El orden personal y social pretende
reproducir el orden cósmico. Y ya se sabe que nihil novum sub sole. Todo tiene su espacio y su tiempo. Hasta la mesa
del despacho tiene que reflejar esta visión de las cosas. No debe haber ni un papel fuera de sitio. La máxima clásica era: Serva ordinem et ordo servabit te (Guarda el orden y el orden te guardará). Se aplicaba en las familias, en las comunidades religiosas, en las empresas, en la Iglesia y en la sociedad en general.
Zygmunt Bauman
se ha empeñado en recordarnos que hace mucho tiempo que vivimos en otro tipo de sociedad, una sociedad “líquida”, en permanente cambio. Y puede que pronto entremos, si no lo hemos hecho ya, en otra “gaseosa”. La sociedad líquida la describe sin necesidaqd de recurrir a tecnicismos: “Estamos
acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho,
de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes. Y
sucede en todos los aspectos de la vida. Con los objetos materiales y con las
relaciones con la gente. Y con la propia relación que tenemos con nosotros
mismos, cómo nos evaluamos, qué imagen tenemos de nuestra persona, qué ambición
permitimos que nos guíe. Todo cambia de un momento a otro, somos conscientes de
que somos cambiables y por lo tanto tenemos miedo de fijar nada para siempre”. Si
esto es verdad −mi
impresión es que sí lo es− no sirve de mucho formarse para el orden, para
tener todo bajo control y para defender una fortaleza que creíamos
inexpugnable. Sirve de poco la mentalidad del guerrero medieval o la del programador
moderno. Ya no estamos construyendo catedrales góticas para la eternidad o fortalezas para defendernos de los agresores, sino
que navegamos en el agua de una sociedad fluida. Lo que ahora necesitamos, por tanto, es
aprender a surfear y no tanto a programar. El deporte acuático del surf
se convierte en metáfora de la actitud que necesitamos para sobrevivir en las
sociedades líquidas. Lo expuso muy bien la profesora Nuria Martínez-Gayol en
una sugestiva conferencia que dio en Madrid el pasado mes bajo el título “En
diálogo con la sociedad emergente: otro lenguaje, otros signos, otra presencia”.
¿Qué podemos aprender del
surf para conducirnos con destreza en esta sociedad líquida? En primer lugar,
la actitud de dejarse fluir. La
rigidez y la agitación no son los mejores aliados para moverse entre olas. Por eso, las personas rígidas e intransigentes se sienten tan a disgusto en la sociedad actual. No saben a qué atenerse. Las personas flexibles, por el contrario, se mueven como pez en el agua. En
segundo lugar, podemos aprender la necesidad de un paciente
discernimiento. Las olas no se programan, se aprovechan. Y aquí el surfista debe hacer
la elección correcta. Una ola demasiado alta puede precipitarlo sin posibilidad
de control; una muy baja y débil no tiene la suficiente fuerza para impulsarlo.
Hay que practicar muchas veces para aprender a elegir la ola adecuada. En otras
palabras, hay que discernir en medio del oleaje que nos sobreviene. Si en las sociedades “sólidas” lo importante era el cumplimiento de las normas, en las sociedades “líquidas” como las actuales, lo esencial es el arte del discernimiento. En la playa de nuestro planeta (Planet Beach), hay que aprender a surfear con destreza si queremos seguir vivos. ¿No se abre la puerta para una hermosa espiritualidad del discernimiento, movidos por las olas y el viento del Espíritu en este mar proceloso de la historia? A mí me atrae. Jesús mismo lo predijo: Pero llega la hora, ya ha llegado, en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre en espíritu y de verdad. Tal es el culto que busca el Padre (Jn 4,23).
El surf requiere también fortaleza y mucha paciencia para saber esperar la llegada de la ola oportuna y aprovechar su impulso. Sin la paciencia, no llegamos a ninguna parte.
Espero que ahora cobre más sentido el título de la entrada de hoy. Ya no son tiempos de fútbol rocoso, sino de surf fluido. Más vale tomar nota. Feliz semana.
Espero que ahora cobre más sentido el título de la entrada de hoy. Ya no son tiempos de fútbol rocoso, sino de surf fluido. Más vale tomar nota. Feliz semana.
Sugiere además muchas cosas tu reflexión.... Creo que los "millenials" desean vivir una "libertad" distinta en su acento y expresión a aquella de los años'70 mas de tipo sociológico. Me parece que buscan un libertad interior profunda con un deseo voraz de ser "uno mismo". A mi me parece esto hasta emocionante. Por supuesto, que en la búsqueda de esa libertad, se tiene que aprender a "surfear", como dices, e ir aprendiendo el arte de la Responsabilidad, porque sin ésta, podemos dar por buena cualquier "ola"que aparece... Y no todas llevan a la orilla.
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