El título de la entrada de hoy lo tomo prestado de una interesante entrevista publicada en La Contra de ayer. Quien la pronuncia es un gerontólogo donostiarra de 54 años que cree
que “tuvimos valores cristianos contra la
soledad que hay que recuperar”. España ocupa el segundo puesto en el mundo,
detrás de Japón, en esperanza de vida. Muchos hombres -y, sobre todo, mujeres-
llegan a los 80 o 90 años en un buen estado de salud. Dentro de 20 años, España será el primer lugar del mundo en esperanza de vida. Se está produciendo un fenómeno
paradójico, que el gerontólogo resume en una frase muy expresiva: “Convivimos ya 5 generaciones y nunca
sufrimos tanta soledad”. Se nos hace difícil ser fieles a una relación de
por vida, asumir la responsabilidad de cuidar a los demás, soportar las
contrariedades, perseverar en la prueba. Preferimos multiplicar las relaciones
de corta o media duración, una especie de “usar y tirar” afectivo que, a
primera vista, nos libera de lastres emocionales, pero que inadvertidamente va
secando nuestra capacidad de entrega y nos va sumiendo en una soledad homicida.
Los ancianos cada vez dejarán menos herencia a sus descendientes porque necesitarán
usarla para cuidarse a sí mismos. Los hijos, con menor poder adquisitivo que
sus padres, necesitarán trabajar más. Dispondrán de menos tiempo, espacio, recursos –y quizá
ganas– para cuidar a sus progenitores, como se ha venido haciendo durante
siglos.
No sé hasta qué
punto pueden generalizarse las opiniones de este gerontólogo que es, además, presidente
de la sección social de la asociación de gerontólogos de Europa. Sea como
fuere, a mí me han hecho reflexionar una vez más sobre un fenómeno que me
preocupa como ser humano y como sacerdote. Somos seres relacionales. Si, poco a
poco, vamos cortando los vínculos que nutren nuestra identidad o los reducimos
al mínimo, acabaremos por no saber quiénes somos, a quién le importamos. Estaremos
expuestos a todo tipo de manipulaciones, porque una persona sola, aislada, acaba
agarrándose a cualquier asidero para subsistir. Quizás tengamos que tocar fondo
para redescubrir que valores arrinconados como la fidelidad, la perseverancia,
la resistencia y el cuidado no son antiguallas, sino nutrientes imprescindibles
para que la vida humana siga siendo digna de tal nombre. Todos ellos implican
morir al propio ego para que otros puedan vivir. Lo que hoy se vende es
exactamente lo contrario: aprovéchate de los demás todo lo que puedas para
salir airoso. Digámoslo claro: el “misterio pascual” –que es el corazón de la
fe cristiana– apenas encuentra enganche cultural y, sin embargo, es la
verdadera clave para interpretar el misterio de la existencia: solo quien acepta
morir por amor y ser sepultado amanece a una vida nueva y plena.
Doy gracias a
Dios por contar con muchas relaciones que me sostienen, además de las familiares
y comunitarias. Algunas han superado ya las “bodas de oro”, más de 50 años de
confianza y apoyo, a menudo en la distancia física. Si es verdad que la amistad
–como el vino– se ennoblece con el paso del tiempo, debo confesar que tengo nobles amigos cuya compañía no se ha
visto erosionada por los años. Quizá por eso me duele más comprobar que crece
el número de personas que viven una soledad crónica, que no tienen a nadie con
quien sincerarse, que están condenadas a arreglárselas por su cuenta o con
algunas ayudas puramente funcionales. Me parece que, cada vez más, una forma profética
y contracultural de expresar la caridad cristiana es la compañía: ofrecer nuestro
tiempo y capacidades para acompañar a quienes están solos (sobre todo, personas
ancianas sin vínculos afectivos). Ser compañero significa “compartir el pan”
con otra persona; en otras palabras, alimentarnos juntos de lo que nos hace
vivir. El Padrenuestro de Jesús admite una versión modernizada. Además de pedirle
el pan de cada día, necesitamos decirle a Dios: “Danos hoy la compañía que
necesitamos para recorrer con alegría este trozo del sendero”. Nosotros podemos ser ese pan/compañía para los demás.
Buenos días amigo Gonzalo. Después de leer esta sobrecogedora y realista entrada es complicado escribir sin parar de pensar en la deshumanización que estamos sufriendo como individuos y como sociedad.
ResponderEliminarNosotros como individuos debemos promocionar la ayuda, el afecto, la escucha a los otros. Debemos fomentar la espiritualidad, ya que sin esta la vida es menos vida, sin esta no es posible comprender el verdadero motivo del vivir: la ayuda y el amor a los otros. Los anteriores no pueden ser nunca promesas o venir exclusivamente en clave de mensaje electrónico o Whatsapp, deben proceder de nuestra compañía y presencia.
Como bien dijiste Gonzalo, "En Europa tenemos relojes, en África tiempo". Seamos más africanos.
Pablo Melero Vallejo.