El Evangelio de este Tercer Domingo de Cuaresma parece escrito para las
personas indignadas. ¿Y quién no se indigna hoy ante el panorama de
injusticia y corrupción que nos rodea? Las víctimas de los desastres naturales nos dejan también sin palabras. Es como si Dios se hubiera olvidado de ellas. Cuando algo no nos gusta, la primera
reacción es siempre quejarnos, protestar, echarnos a la calle, buscar
culpables, imaginar soluciones milagrosas. Si llega el caso, destrozamos el
mobiliario urbano, quemamos autobuses y rompemos los vidrios de los bancos y
tiendas de lujo. Lo hacen cada semana los famosos chalecos amarillos en Francia. Para prevenir sus desmanes, Macron
saca el ejército a la calle. Otros, si pudieran, irían más lejos. Se
armarían hasta los dientes para acabar con todos los que consideran impostores
o enemigos. El asesino de 49 personas en una mezquita de Nueva Zelanda es un caso
reciente. Algunos líderes políticos actuales están desempolvando el hacha de
guerra. Sus seguidores los apoyan porque les parece que esa exhibición de
fuerza es la única manera de acabar con todos los problemas. La violencia es siempre la tentación de
quien cree que las cosas cambian a base de aplastar a los enemigos. Para ello,
aducen ejemplos históricos. Es verdad que algunas situaciones de opresión han
cambiado como consecuencia de acciones violentas, de revoluciones y de guerras,
pero ¿podemos afirmar que han hecho un mundo mejor? En realidad, toda violencia
acaba engendrando nuevas formas de dominación porque siembra los gérmenes del desprecio.
Jesús era muy consciente de esta
dinámica perversa. Por eso, cuando le tienden una trampa para que apruebe la
violencia contra Pilatos por haber asesinado a algunos judíos en el templo mezclando su sangre con la de los sacrificios, él
se niega a entrar en ese juego. Muchos se escandalizaron. Esperaban de él una
respuesta más contundente, más “eficaz”. Es claro que Jesús no
aprueba la injusticia. Pero − para escándalo de unos y otros − es más claro todavía que no
considera que la violencia sea la respuesta justa. Él nos propone una solución
mucho más eficaz, pero más difícil: ir a la raíz, cambiar de mentalidad. ¿De
qué sirve, por ejemplo, que la revolución bolchevique acabe con la opresión
zarista en Rusia si pronto instaura un nuevo régimen exterminador? Los ejemplos
abundan en todo el mundo. Son de ayer y de hoy. Lo que nace violentamente solo
puede perdurar violentamente. Y ya se sabe que nihil violentum durabile. Una buena parte de los tiranos han terminado
sus vidas como ellos terminaron con la de otras personas.
La propuesta de Jesús es tan radical, tan transformadora, que, después de dos mil años, todavía no hemos llegado al punto de conciencia necesario para comprenderla, y menos para hacerla cultura. Solo unas pocas personas han tenido el coraje de tomarla en serio. Lo que Jesús propone es “hacerse víctima” de la violencia para derrotarla desde dentro con la única arma eficaz: el amor. Las personas que se saben amadas y que encuentran en el amor la razón de su felicidad no necesitan agredir a nadie para sentirse dignas y seguras. La violencia es, en el fondo, un signo de vacío y debilidad, el espejismo que nos hace creer que el abuso del poder puede reemplazar al don del amor.
La propuesta de Jesús es tan radical, tan transformadora, que, después de dos mil años, todavía no hemos llegado al punto de conciencia necesario para comprenderla, y menos para hacerla cultura. Solo unas pocas personas han tenido el coraje de tomarla en serio. Lo que Jesús propone es “hacerse víctima” de la violencia para derrotarla desde dentro con la única arma eficaz: el amor. Las personas que se saben amadas y que encuentran en el amor la razón de su felicidad no necesitan agredir a nadie para sentirse dignas y seguras. La violencia es, en el fondo, un signo de vacío y debilidad, el espejismo que nos hace creer que el abuso del poder puede reemplazar al don del amor.
¿Cuánto tiempo
necesitamos para caer en la cuenta de esta nueva manera de entender la vida y
hacerla nuestra? A través de la parábola de la higuera, Jesús nos recuerda que
Dios siempre da una “prórroga”, un año de gracia, a quien de verdad quiere cambiar, convertirse. Y
eso es lo que la Iglesia nos propone también en el tiempo de Cuaresma. Pero, muy a menudo, no sabemos − o no queremos − aprovechar esta oportunidad. Entonces, lo que no consigue la
liturgia con su pedagogía tranquila, acaba consiguiéndolo la vida misma. Estoy
convencido de que solo cambiamos de mentalidad cuando la vida nos coloca frente
a experiencias fuertes que nos obligan a elegir entre la verdad y la mentira,
la justicia o la iniquidad, el perdón o la venganza, la vida o la muerte.
Jesús
nos propone anticipar al presente la lucidez que probablemente tendremos
en el momento de la muerte. O, de una manera más drástica: vivir ahora , hoy, como nos
gustaría vivir mañana en la vida definitiva. Quienes se esfuerzan por hacerlo no necesitan
estar comparándose con los demás, envidiar sus posesiones, responder con altanería,
agredir, pisotear, ignorar. Sin personas “convertidas” al amor cualquier cambio logrado
a base de violencia siempre será pan para hoy y hambre para mañana. Los seres
humanos no tenemos paciencia para esperar. Dios, por suerte, es un Dios
paciente y misericordioso. Feliz domingo.
Graciasss
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