Hoy, fiesta de la conversión de san Pablo, tenía pensado escribir sobre el ecumenismo, pero la muerte de monseñor Fernando Sebastián, cardenal claretiano, acaecida ayer por la tarde en Málaga, me lleva en otra dirección. O quizá ambos acontecimientos pueden
converger más de lo que a simple vista parece. A los dos días de abrir este blog, el 22 de febrero de 2016, dediqué
una entrada a las Memorias con esperanza escritas por el cardenal Sebastián. Rescato un párrafo que,
entonces como ahora, me llama la atención: “Los
hombres en los veinte primeros años somos dependientes y bastante ignorantes.
De los veinte a los cuarenta somos bastante arrogantes; de los cuarenta a los
sesenta nos hacemos realistas; de los sesenta a los ochenta somos prudentes;
pero solo a partir de los ochenta llegamos a ser sabios. Sabios con la sabiduría
de la humildad, de la piedad y de la misericordia”. Siguiendo esta
clasificación, monseñor Fernando Sebastián, que fue durante un tiempo (1971-1979) rector de
la Universidad Pontificia de Salamanca, tardó casi 90 años en ser sabio; es
decir, humilde, piadoso y misericordioso. Esta es la imagen que yo conservo de
él. La última vez que nos encontramos fue en Málaga, a finales de noviembre del
año pasado. Compartimos mantel y una divertida conversación. Me sorprendió que,
a punto de cumplir 89 años, siguiera dando clases de teología en el Seminario
de Málaga y nadando varias veces por semana, aparte de dar conferencias y retiros, escribir libros y artículos, etc. Quienes lo tuvieron de profesor en los diversos centros donde ha enseñado lo recuerdan como un hombre claro, profundo y riguroso. En él no se cumple ese adagio de los malos profesores: “Ya que no puedo ser profundo, seré, por lo menos, oscuro”. Todo el mundo entendía lo que quería decir. Otra cosa es que estuvieran de acuerdo. Se mojó mucho en cuestiones controvertidas. Fue criticado.
Me hubiera
gustado mucho haber viajado a Málaga para participar en su funeral, pero el
curso que estoy dando en Madrid me lo impide. De todos modos, desde este Rincón, doy gracias a Dios por la
dilatada y fecunda vida de un servidor de la Iglesia. Como buen aragonés, podía
resultar a veces un poco tozudo, pero su aguda inteligencia y su bonhomía
moderaban un temperamento fuerte y, en algunos momentos, distante e impositivo. Le gustaba
llamar a las cosas por su nombre, evitando los eufemismos y los circunloquios.
Esto le granjeó enemigos, entre los que se cuentan algunos laicistas, nacionalistas y conservadores. Sabía demasiado como para dejarse engatusar fácilmente. Estaba convencido de que la fe, para ser auténtica, tiene que
dar razón de su inteligibilidad (fides
quaerens intellectum) y de que creer en Jesucristo es lo mejor que le puede
pasar a un ser humano. El director de la revista Vida Nueva lo califica con acierto como “el
cardenal sin pamplinas”. No le gustaban las
maniobras a las que nos tienen acostumbrados algunos eclesiásticos de salón. Iba
de frente, a veces como una apisonadora. Los años de su retiro, libre de
responsabilidades de gobierno, han revelado su faceta más amable, campechana y
optimista. Sintonizaba con el aire que el papa Francisco está dando a la
Iglesia, sin convertirse por eso en un francisquista
pueril y acomplejado, o en el hombre de Francisco en España como lo denominan algunos periodistas y eclesiásticos. Yo diría que tenía un talante como el de Pablo de
Tarso: lúcido, fogoso, constante y siempre fiel, sin dobleces.
Hoy se termina la
Semana de Oración por la Unidad de la Iglesia. La pasión por la unidad no debe
decaer, aunque nos parezca que no se producen los frutos que deseamos. El Espíritu Santo va haciendo su obra. La situación
en Venezuela se tensa tras la autoproclamación de Guaidó como
presidente. Se habla casi de una guerra civil, si es que esta guerra a pedazos no lleva ya años en curso. Veremos en qué termina todo. La Unión Europea es reticente a reconocer al nuevo gobierno, aunque sí lo han hecho muchos países americanos, comenzando por los Estados Unidos. Los equipos
de rescate siguen trabajando para rescatar a Julen, el niño malagueño de dos años atrapado en un pozo. La caída resulta tan inverosímil y dolorosa que cuesta
creer que sea real. La investigación intentará aclarar las circunstancias de
este extraño caso. Las noticias se solapan. Tenemos que vivir muchas cosas al
mismo tiempo. No siempre los sentimientos justos encuentran su vía de escape.
No es fácil reír y llorar al mismo tiempo, pero estamos llamados a ponernos en
sintonía con la situación de las personas a las que queremos: “Reíd con los que
ríen, llorad con los que lloran” (Rm 12,15). Nos lo recomienda san Pablo, el
mismo cuya conversión
a la fe en Jesús recordamos hoy.
De acuerdo con que lo mejor que le puede pasar a un humano es conocer y seguir a Jesucristo, y que el sincero es un riesgo, pero apasionante. Yo ya voy casi para sabía, y espero emplear el tiempo que me dé el Señor en su servicio. Gran ejemplo el de este Cardenal, que Dios lo tenga consigo.
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