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viernes, 4 de enero de 2019

El arte de preguntar

Hace unos meses escribí una entrada sobre algunas preguntas de Jesús. En el evangelio de hoy aparece una de las más breves y provocativas: “¿Qué buscáis?” (Jn 1,38). Esa pregunta pone en marcha un itinerario de seguimiento. Los periodistas saben muy bien que el éxito de una entrevista depende, en buena medida,  de la selección de las preguntas. Hay algunas que son meramente curiosas; otras, inquisitoriales; muchas, estúpidas. Los malos periodistas creen que son más “agresivos” si consiguen colocar al entrevistado contra las cuerdas a base de provocaciones. Craso error de principiantes. Las buenas preguntas son aquellas que abren puertas, que invitan a la exploración, que –sin utilizar ninguna violencia psíquica o verbal– ayudan a la persona a conocerse mejor y a comprender lo que está viviendo. Hay encuentros entre familiares y amigos que naufragan porque nadie formula preguntas que ayuden a hacer avanzar la conversación. Todo se reduce al intercambio de cuatro tópicos o formalidades. Cuando en un grupo hay alguien que tiene el arte de preguntar se produce un milagro comunicativo. Jesús tenía este don. Sabía hacer las preguntas adecuadas en el momento oportuno. Por eso, sus preguntas son liberadoras.

En nuestro contexto social hay preguntas que raramente se hacen porque se consideran impertinentes. Tienen que ver con el sueldo que uno gana, la afiliación política, la orientación sexual o incluso las creencias religiosas. Otras muchas preguntas son meras maniobras de aproximación: ¿Prefieres té o café? ¿Dónde sueles ir de vacaciones: a la playa o la montaña? ¿Te gusta más el verano o el invierno? En algunos casos, estas preguntas un poco banales preparan el terreno para otras que rozan la intimidad. Solo las personas que poseen el arte de preguntar saben cómo y cuándo pasar de un nivel a otro. El indicador para saber si uno ha acertado es el grado de satisfacción y libertad que se observa en la persona que responde. Hay preguntas incómodas e inoportunas que bloquean la comunicación. Están más pensadas para satisfacer la curiosidad (en algunos casos, incluso la morbosidad) de quien pregunta que la autoexploración y el aprendizaje de quien es preguntado. Hay algunos penitentes, por ejemplo, que tienen pésimos recuerdos de este tipo de preguntas morbosas cuando han celebrado el sacramento de la Reconciliación. Algunos malos confesores han conseguido que no se acerquen más al sacramento. También los padres y educadores pueden hacer un uso torticero de las preguntas cuando con ellas pretenden humillar a los hijos o educandos desde su aparente superioridad. Lo expresa bien el refrán: “Quien pregunta lo que ya sabe es que proyecta hacer lo que no debe”.

Pero hay preguntas que, aunque supongan un cierto embarazo inicial, llevan el sello de la liberación porque ayudan a la persona entrevistada a conocerse mejor, a aceptar su situación y a explorar vías de salida. Abundan en Internet los recursos para formular preguntas esenciales. No es fácil hacer las preguntas correctas de la manera correcta, pero, como todo arte, también este se puede aprender. Hay técnicas para formular preguntas de manera inteligente. Creo que si cultiváramos más este arte nos ahorraríamos juicios y disgustos innecesarios y ayudaríamos a las personas de nuestro entorno a crecer. Cada vez me convenzo más de que las personas no necesitamos respuestas-recetas, sino buenas preguntas que nos ayuden a seguir buscando. Así como para el avance de la ciencia la curiosidad es esencial, una de las condiciones esenciales para formular buenas preguntas en el ámbito de las relaciones humanas es la humildad. El que pregunta es también un buscador, no un almacén de respuestas. Quien pregunta para humillar, poner en ridículo o escudriñar los rincones oscuros se está retratando a sí mismo. Quien pregunta para seguir caminando juntos es siempre una presencia benéfica. Estoy muy agradecido a las personas que me han hecho las preguntas adecuadas en el momento oportuno porque, quizás sin que ellas lo supieran, me han ayudado a avanzar en mi camino. ¿Puedo terminar sugiriendo algunas preguntas de las que estimulan una conversación entre amigos? Temo las propuestas universales porque cada situación requiere preguntas específicas, pero me atrevo a formular algunas: ¿Qué es lo que más te gusta del trabajo que estás haciendo? ¿Recuerdas lo que sentiste cuando fuiste padre o madre por primera vez? ¿Qué le pedirías a un amigo o a una amiga para crecer en la amistad? ¿Ha habido algún libro que te haya marcado en tu vida? ¿Qué es lo que más te hiere cuando te relacionas con la gente de tu entorno? ¿Por qué disfrutas tanto con la música (o el deporte, la lectura, la cocina o el senderismo)? Basta ya de teoría. Lo mejor es hacer prácticas en la vida cotidiana.

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