El 12 de diciembre es una fecha inolvidable para cualquier mexicano y para muchos americanos. También para algunos filipinos. ¿Quién se puede olvidar de Nuestra
Señora de Guadalupe? Lo que ya no resulta tan evidente es que el recuerdo de la
Virgen de Guadalupe llegue hasta el norte de Indonesia. Hemos comenzado la
jornada con un momento de oración preparado por nuestros hermanos de Japón y
China. Sobre la gran pantalla han proyectado la imagen de la Virgen de
Guadalupe, patrona de nuestra parroquia de Hirakata, una población cercana a
Osaka, la segunda ciudad del Japón. Tras la Segunda Guerra Mundial, con un país
destruido y sin apenas recursos, nuestros misioneros fueron a pedir ayuda a las comunidades de California para
construir la iglesia. La mayoría de los católicos de ese estado eran de origen
mexicano. Con sus generosas donaciones se pudo construir una hermosa iglesia
que hoy es la sede de la comunidad católica de Hirakata. No hubo duda respecto
del nombre. El primero que se le ocurre a cualquier mexicano es Nuestra Señora
de Guadalupe. Por eso, la Virgen del Tepeyac, además de hablar náhuatl y español, podríamos decir que ha aprendido
a hablar también japonés.
Nuestro encuentro
avanza a buen ritmo. Gracias al aire acondicionado, podemos sobrellevar los 30
grados constantes y la altísima humedad de Medan con buen ánimo. Es admirable
el clima de fraternidad que se ha creado entre los 54 claretianos que estamos reunidos en el Catholic Centre.
Entre nosotros hay indios, coreanos, esrilanqueses, japoneses, filipinos,
indonesios, españoles, portugueses, nigerianos y argentinos. El inglés nos
sirve de lingua franca. Más allá del
idioma, se nota claramente que todos nos reconocemos en el carisma claretiano.
No es lo mismo trabajar en el norte en Shillong (noreste de la India) que en la
isla de Flores (Indonesia), en Macau, en Taipei (Taiwan) o en las grandes
ciudades de Tokio o Manila, pero el espíritu es el mismo. En Asia se percibe
una gran pasión misionera, una explosión de vida. Los asiáticos representan casi
un tercio de todos los claretianos del mundo. Abundan las vocaciones en
Indonesia, Vietnam, India y Sri Lanka, Se mantiene la presencia profética en
naciones como Japón, Corea o Myanmar. Y se piensa siempre en la gran China
(primer país al que llegamos los claretianos en el primer tercio del siglo XX)
y en otros países asiáticos que necesitan ayuda: Bangladesh, Paquistán, etc.
Detrás de esta pasión
misionera está nuestra vocación cordimariana. Llamarse y ser hijo del Corazón
de María nos proporciona una impronta de cordialidad que nos empuja a entrar en
contacto con más personas. Es una evangelización de las distancias cortas, de
contagio, de ternura. Si la Virgen de Guadalupe ha aprendido a hablar japonés,
el Corazón de María tiene una enorme capacidad de inculturación en estos países
de Oriente. Donde hay corazón hay sabiduría, profundidad y acogida. ¿Quién no
entiende este lenguaje universal? Las fórmulas doctrinales nos separan, pero el
camino del corazón –el camino del amor–siempre nos lleva al mismo Dios,
padre/madre de todos los seres humanos. Estoy disfrutando de esta experiencia,
aunque apenas me queda tiempo para nada. Y menos para escribir mi entrada diaria.
Acabo tan cansado cada noche, derrotado por el calor y el peso del día, que
solo aspiro a dormir seis horas para empezar la jornada siguiente con un mínimo
de energía.
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