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jueves, 15 de noviembre de 2018

No tiremos la toalla

Mi cuota de problemas ha aumentado en los últimos días. A los propios se añaden los familiares, comunitarios y eclesiales. Hay veces en las que parece que se alían las fuerzas del mal para hacernos la vida más dura e insoportable. Hablando con unos y con otros, me sorprendo de la facilidad con la que nos complicamos la vida. Es verdad que hay problemas (crisis, accidentes, enfermedades y muertes) que se nos imponen. Tenemos que lidiar con ellos del mejor modo posible sin perder la esperanza. Pero hay otros que son el resultado de nuestra manera deficiente de conducirnos en la vida, de nuestra inmadurez y, a veces, de nuestra mala voluntad. Hay un terreno enorme para aprender a no crear problemas absurdos y, en cualquier caso, a resolver aquellos que hemos creado. No se trata de huir de los conflictos, sino de no provocarlos innecesariamente. Hay personas expertas en atar nudos y personas expertas en desatarlos; personas que contaminan cuanto tocan y personas que descontaminan el ambiente con su bonhomía y positividad; personas que se quejan de todo y personas que agradecen todo; personas que siempre están exigiendo sus derechos y personas que saben renunciar a ellos en beneficio de los demás. Este es el tablero de juego. En él tenemos que jugar la partida, conscientes de nuestras fortalezas y debilidades.

En una conversación que mantuve el domingo por la tarde, una mujer de mediana edad me confesó que tiene la impresión de que muchas personas van por la vida como “zumbadas” (esta fue la palabra que utilizó), sin saber por qué se levantan cada mañana, qué sentido tiene el trabajo que hacen y cómo pueden relacionarse mejor con los demás. Esta falta de brújula vital les produce una gran desorientación que se traduce a menudo en sentimientos de tristeza, apatía, desgana e incluso agresividad. Si no se vive la propia vida con serenidad y alegría, uno se venga de los demás procurando que tampoco ellos la  vivan bien. El esquema “yo mal-tú mal” (uno de los posibles juegos que propone el análisis transaccional) es más común de lo que a simple vista parece. Puesto que yo no soy feliz, voy a hacer todo lo posible para que tampoco tú lo seas. No soporto que haya gente a mi lado que sonría, trabaje con dedicación y se entregue a los demás sin esperar nada a cambio. Dado que una estrategia de este tipo no se puede presentar abiertamente, el psiquismo humano se las arregla para disfrazarla de mil maneras que resulten tolerables. El resultado es siempre el mismo: como yo estoy mal, todo el mundo tiene que estar mal: mi familia es un desastre, mis amigos no me quieren, la Iglesia va de capa caída y a la sociedad le quedan tres telediarios. No hay nada peor que ver la realidad con las gafas negras de la propia frustración.

Cuando uno se encuentra con personas así, ¿qué se puede hacer? Lo más fácil es desentenderse (¡que cada cual arregle su vida!), desanimarse (¡yo tiro la toalla!), aguantar con resignación (¡la vida es así, qué le vamos a hacer!), caer en la trampa (¡y tú más!)… o utilizar la única estrategia que cambia de verdad a las personas, que no es otra que el amor. Lo mejor que podemos hacer por una persona problemática es quererla de verdad. En el fondo, una persona amargada y agresiva está gritando con su propia vida algo que quizás nunca diga con las palabras: “Necesito que alguien me quiera”. Una persona que se sabe querida y que puede querer no va por la vida de víctima o de agresor. Puede tener problemas, le pueden salir algunas cosas mal, puede atravesar rachas de infortunios, pero los fundamentos de su casa son sólidos como para resistir los embates de la crisis. No somos felices porque las cosas nos vayan bien, sino porque sabemos Quién nos quiere incondicionalmente, a Quién pertenecemos, por Quién vivimos y a Quién esperamos. Cuando una persona no experimenta nada de esto es normal que tire la toalla. ¿Qué podemos hacer para que ese Quién se haga el encontradizo con las personas que van por la vida como “zumbadas”? Esta es mi preocupación como misionero. A veces, intuyo caminos y procuro recorrerlos. Otras veces, yo mismo me siento perdido, pero nunca tiro la toalla.


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