El silencio de este lugar se toca casi con las manos. Pasar de la ruidosa Roma a la silenciosa
campiña inglesa en el condado de Cambridgeshire es
un privilegio. ¡Hasta se me ha curado el dolor de garganta! También ha contribuido – todo hay que decirlo – el tarro de miel que me ha regalado una española leonesa casada con un inglés y que lleva viviendo muchos años en este lugar. Ayer, aprovechando
la tranquilidad de la tarde, callejeando por el pueblo, me acerqué al pequeño
cementerio en el que yace una docena de claretianos. Oré ante sus tumbas. Los
misioneros claretianos dedicamos un día al año – el 5 de noviembre – a orar de
manera especial por nuestros hermanos, parientes y bienhechores difuntos. Recordarlos
ante el Señor se convierte en un momento de serenidad y gratitud. El otoño ha
pintado el paisaje con la paleta de verdes, amarillos, rojos y ocres. A diferencia del tiempo con el que
salí de Roma, en Buckden no
llovía. La temperatura era suave, aunque, al caer la noche, descendió bastante.
Hasta este lugar
tranquilo me llega la noticia de que ayer, en Madrid, un exreligioso de La
Salle fue
condenado a 130 años de prisión por abusar de menores. Es un caso más
de una larga serie. La página Religión
Digital se compromete a dar
información puntual y objetiva sobre este tipo de casos. Lo mismo está
haciendo algún periódico de información general, aunque no es fácil saber si
hay segundas intenciones en tal empresa. Por supuesto que el asunto no es nada agradable, ni para las víctimas
ni para los victimarios y responsables. La credibilidad de la Iglesia (y, en
especial, de los sacerdotes y religiosos) se tambalea, las posibilidades de chantaje
aumentan, pero es necesario luchar de la manera más eficaz posible contra una
lacra que ha permanecido escondida durante demasiado tiempo y que ha provocado
un dolor irreparable. Acompañar a las víctimas y restaurar la confianza son
tareas prioritarias. Se mire por donde se mire, queda
mucho por hacer. Lo más importante no es solo condenar a los culpables, por
más que sea imprescindible hacerlo, sino crear una cultura de transparencia, respeto
y control que impida que se sigan dando casos de este tipo. Y, si se dan, proceder con rapidez, objetividad y justicia.
Mientras tecleo
estas notas escucho las campanas de la iglesia anglicana, contigua a nuestro viejo castillo. Me dicen que todos
los lunes por la noche, a eso de las nueve, hacen un ensayo que puede durar más
de una hora. Me cuesta imaginar algo semejante en otros lugares. Enseguida llegarían
las protestas de algunos vecinos enojados. Aquí, en este pueblo inglés, es una tradición.
Y ya se sabe que si hay algún país orgulloso de sus tradiciones, ése es Inglaterra.
El tañido de las campanas al comenzar las primeras horas de la noche no me
resulta molesto. Casi diría que supone un contrapunto necesario al silencio. Los
toques de las campanas constituyen los sonidos del silencio. Ponen serenidad y
cordura en medio de la vorágine de noticias y acontecimientos que llenan cada
jornada y que, a menudo, nos dejan un sabor amargo. Entre el ruido constante de los coches en mi calle romana y el tañido suave
de las campanas de Buckden, no tengo la más mínima duda: me quedo con las campanas.
Compadezco a quienes nunca han tenido una experiencia semejante y se han tenido
que contentar con los ruidos de la civilización moderna. Los ruidos urbanos
aturden y ensordecen. Los sonidos de la campana hacen que el silencio se vuelva
elocuente. Se disciernen mejor las cosas con menos decibelios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.