La entrada de ayer registró menos visitas que la media diaria del último mes. Se ve que el endiablado
título echó para atrás a más de un lector. Habrá que volver a asuntos más pedestres.
Hoy me he levantado sin saber qué escribir. Esto me sucede algunas veces.
Después de diez días con sesiones matutinas y vespertinas de consejo, no es fácil
encontrar la inspiración. Son tantos los frentes abiertos que, sin un mínimo de
tranquilidad, se bloquean las neuronas. Mientras preparo el informe sobre un
asunto, me llueven los correos electrónicos. El hecho de que hoy podamos comunicarnos
con tanta facilidad a través de diferentes medios es un gran avance, pero también
una carga que a veces se hace insoportable. Estamos expuestos a más información
de la que podemos procesar. Cuando llegan los momentos de bloqueo, lo mejor es detenerse,
respirar hondo y dejar que el río de la propia vida fluya. Los asuntos pueden
esperar; la vida no. Primum
vivere deinde philosophari.
Las personas
solemos ser muy impacientes. Nos forjamos nuestras propias necesidades,
queremos caminar a nuestro ritmo. Nos cuesta imaginar que también las otras personas
tienen sus necesidades y que tal vez caminan a ritmos muy distintos de los
nuestros. Lo que para nosotros es urgentísimo, para otra persona puede esperar.
Lo que nosotros consideramos muy importante le puede parecer una banalidad a
quien lo ve desde otra perspectiva. No es fácil ponderar las cosas de igual
manera y sincronizar los ritmos vitales. La programación ayuda, pero la vida
desborda todo programa. Se puede prever cuándo va a ser una reunión o un viaje,
pero no cuándo vas a recibir una llamada no esperada o cuándo se va a producir
un accidente. Es bueno vivir “según lo
programado”, pero es mucho mejor ejercitarse en la flexibilidad para acoger las
sorpresas que la vida nos depara en cada recodo del camino. Si no lo hacemos,
dejamos fuera las experiencias más enriquecedoras. Cada vez me gustan menos las personas que presumen de ser muy trabajadoras, que van todo el día como corriendo y que, en su velocidad, pierden la capacidad de escuchar a los otros, de perder tiempo para dialogar, descansar, etc.
He tardado años en desarrollar esta capacidad de ir tranquilo, de tomarme las cosas con calma, pero ahora la pongo en práctica sin mala
conciencia. No me puedo permitir el lujo de estresarme y cargarme de agresividad y mal humor por el simple hecho de
que se acumulen los trabajos y aumenten las demandas. Las cosas están a nuestro servicio,
no al revés. Por otra parte, hay ciertos trabajos que requieren creatividad. No
se pueden hacer bajo presión. En esos casos es mejor detenerse y desconectar
para que, libre de presiones excesivas, nuestro cerebro elabore respuestas
nuevas. Quizá en otros tiempos la presión me estimulaba. Ahora no. Por eso, pienso compasivamente en
las personas que están sometidas a una presión constante en sus trabajos o en
su vida familiar. Es posible que a corto plazo respondan a las expectativas que
penden sobre ellos. De lo que estoy seguro es de que pagarán un precio a largo
plazo. Nuestro organismo acaba pasándonos la factura por los desequilibrios a que lo hemos sometido. Nunca es demasiado tarde, pues, para poner un poco de sosiego, por
más que desde fuera ladre la jauría de encargos y compromisos.
Buenas días Amigo Gonzalo.
ResponderEliminarUna gran entrada ( la del día anterior también lo fue, no desesperes) que versa sobre un asunto muy cotidiano en la vida del ser humano inmerso en la vorágine de la sociedad moderna.
Tendemos a pesar que más es mejor y que mejor es más. He aquí uno de los errores de nuestros días.
Desconectar, empatizar,priorizar, escuchar son términos y valores que en la mayoría de las ocasiones no nos permitimos el "lujo" de hacer uso de ellos.
La virtud no está en hacer más cosas y de forma más rápida sino en poder acometer cada tarea de la mejor manera posible integrando creatividad, bondad y sosiego.
Un saludo afectuoso.
Pablo Melero Vallejo.