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miércoles, 24 de octubre de 2018

Claret en Roma

Un año más celebramos la fiesta de un hombre pequeño de estatura, gigante de espíritu. No solo es un día especial para los hijos e hijas de Claret dispersos por todo el mundo, sino para la Iglesia entera. Los santos son patrimonio común, modelos e intercesores sin copyright. Donde hay un santo, todos nos sentimos sus amigos. Faltan solo dos años para conmemorar el 150 aniversario de aquel 24 de octubre de 1870. Eran las 8,45 de la mañana. Un hombre, un arzobispo extranjero que musita algunas palabras en italiano, un exiliado, muere en una pequeña celda de la abadía cisterciense de Fontfroide, en el sur de Francia. Tiene 62 años y diez meses. Se lo ve mayor. El trabajo, el sufrimiento y la enfermedad lo han ido consumiendo poco a poco. Había nacido en un pequeño pueblo de Cataluña, Sallent, pero nadie lo conoce en relación con él. Hablamos de Francisco de Asís o de Teresa de Ávila, pero no hablamos de Antonio de Sallent. La patria de los misioneros es el mundo entero. Vivió en Cataluña, Canarias, Cuba, Madrid, París y Roma. Siempre se movió impulsado por una pasión escrita como lema en su escudo episcopal: “El amor de Cristo me empuja” (Caritas Christi urget me).

¿Por qué hoy, 148 años después, los misioneros claretianos y todos los miembros de la gran familia claretiana recordamos la vida y la muerte de este hombre? Porque queremos entender mejor quiénes somos, por qué estamos aquí, cuál es nuestra misión en la vida. Claret escribió un hermoso retrato del verdadero hijo del Inmaculado Corazón de María, que es un resumen de las tres lecturas bíblicas que se proclaman en este día de su fiesta. 

De hecho, se sabía “consagrado por el Espíritu del Señor para llevar las buenas nuevas a los pobres” (Isaías), “fuertemente impulsado por el amor de Cristo” (2 Corintios) para “ir por todo el mundo para predicar el evangelio a toda criatura (Marcos). 

Claret no pensó sino cómo “seguir e imitar a Jesucristo [en orar], trabajar, sufrir y procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas” (Autobiografía, 494). Estos verbos (orar, trabajar y sufrir) los conjugó de manera excepcional las tres veces que vino a Roma.  Me gustaría hoy acercarme a estas tres visitas desde la luz que cada uno de ellos arroja. En realidad, aunque los tres lo acompañaron a lo largo de toda su vida, es cierto que los acentos fueron diversos según las distintas etapas. Acompáñenoslo hoy en estos tres viajes espaciados en el tiempo.

Primer viaje (1839): TRABAJAR

Claret llegó a Roma por primera vez el 6 de octubre de 1839. Después de recorrer el camino a pie desde Sallent a Marsella, se embarcó en el puerto francés y llegó en barco a Civitavecchia. Entonces era un joven sacerdote catalán. Tenía casi 32 años. Permaneció aquí durante seis meses. Su sueño era ofrecerse a Propaganda Fide para ser enviado como misionero a cualquier parte del mundo. El sueño fracasó por varias razones, pero el joven Claret amplió su visión del mundo y de la Iglesia. Los meses que pasó en el noviciado jesuita fueron de gran ayuda.

El verbo dominante de esta etapa es el verbo trabajar. Se sentía fuerte. Poseía un temperamento muy activo. Quería dedicarse por entero a la proclamación del evangelio. Al regresar a su Cataluña natal, se dedicará a lo largo de diez años (1840-1850) a las misiones populares, los ejercicios espirituales, la publicación de libros y folletos y la creación de instituciones apostólicas, como la Congregación de los Hijos del Inmaculado Corazón de María (1849), a la que yo pertenezco.

Segundo viaje (1865): SUFRIR

Tardó 25 años en regresar a la Ciudad Eterna. Era el 4 de noviembre de 1865. Esta segunda vez solo se quedó tres semanas. Claret llevaba siendo arzobispo más de quince años. Había ejercido su ministerio en Santiago de Cuba y en Madrid. Junto con la madre María Antonia París, había fundado en Santiago de Cuba (1855) las Religiosas de María Inmaculada (Misioneras Claretianas). El propósito del viaje fue muy preciso: discernir con el papa Pío IX si tenía que permanecer al lado de la reina Isabel II de España, después del reconocimiento del Reino de Italia, o, por el contrario, debía renunciar a su cargo de confesor real. No era fácil tomar una decisión. 

Esta segunda visita está marcada por un profundo sufrimiento. El año 1864 había sido uno de los más amargos de su vida. Se multiplicaron las calumnias y las campañas persecutorias. El verbo sufrir salta al primer plano. ¿Cómo se puede pensar en seguir a Jesucristo sin compartir sus sufrimientos?

Tercer viaje (1869): ORAR

La tercera y última vez que Claret llegó a Roma fue el 2 de abril de 1869. Esta vez permaneció mucho tiempo: casi dieciséis meses, hasta julio de 1870. Él, un exiliado, un perseguido, tuvo el privilegio de predicar el Evangelio en París, entonces capital de la cultura. También lo hará finalmente en Roma, capital de la fe. De esta manera cerrará el ciclo de su vida misionera. Participa en el Concilio Vaticano I. Defiende con insistencia la infalibilidad pontificia. Su participación en el Concilio se recuerda en el hermoso mosaico ovalado que podemos admirar hoy en el brazo derecho de la basílica de San Pedro. Visita a los presos en algunas cárceles romanas, escribe y se prepara para el final inminente.

Siente que la muerte ya está cerca. El verbo más conjugado de estos años postreros es el verbo orar. Después de una vida intensa de trabajo y sufrimiento, desea ardientemente entregar su alma a Dios como la vela que se consume al iluminar. Su experiencia mística de unión con Dios lo lleva a una vida continua de oración.


Desde hace quince años vivo en Roma. Cuando pienso en Claret, no lo imagino como un extraño que no tiene nada que ver con esta ciudad tan especial. Los testigos de su muerte recuerdan que una de las expresiones que más repetía en los últimos días era benissimo, un término italiano que expresaba su conformidad con las atenciones que recibía. El italiano fue una de las cinco lenguas (junto con el catalán, el castellano, el latín y el francés) en las que podía expresarse con desigual soltura.

Sus tres estancias en Roma (la última muy larga) resumen un exigente programa de vida para cada uno de nosotros, sea cual sea nuestra edad y vocación.
  • En un contexto de cierta fatiga y pasividad pasadas, estamos invitados a trabajar, a buscar respuestas creativas a las muchas situaciones que nos desafían en nuestra sociedad secularizada y, al mismo tiempo, a la necesidad de esperanza.
  • En un contexto que realza hasta el paroxismo el placer, la diversión, Claret nos enseña que aquellos que quieren entregar sus vidas a Dios y a sus hermanos también deben aceptar el sufrimiento que siempre implica el amor genuino.
  • Finalmente, en un contexto de autosuficiencia, Claret nos invita a orar, a poner toda nuestra confianza en el Dios que nunca nos abandona.
Desde esta Roma claretiana, en un día como hoy recuerdo cómo fue mi encuentro con Claret y le doy gracias a Dios por la vocación misionera y por formar parte de la familia carismática fundada por este santo universal.

Feliz fiesta de san Antonio María Claret 
a todos los miembros de la Familia Claretiana
y a los amigos de El Rincón de Gundisalvus


2 comentarios:

  1. Un fuerte abrazo y felicidades en un día tan importante para ti, tu orden y todos los creyentes.

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  2. FELIZ DIA DE CLARET! que Dios nos regale la gracia de server con fidelidad. Saludos las hermanas tambien.

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