Mi vida misionera está llena de saludos y despedidas. He vertido algunas lágrimas cuando he tenido que arrancarme de personas muy queridas, algunas menos al dejar lugares familiares. Aunque viva en Roma, me considero bastante nómada. Hoy mismo escribo esta entrada fuera de mi comunidad, en un lugar perdido de la Via Cassia. Ir y venir, saludar y despedirme, preparar y recoger, programar y evaluar son verbos que conjugo con frecuencia. He pensado muchas veces cuál es mi verdadero lugar. Me siento muy ligado al sitio donde nací, pero ni siquiera ése es mi verdadera patria. Algunos poetas dicen que la patria no es un lugar físico, ni siquiera un espacio cultural o un recinto emocional, sino la lengua que uno habla. Es verdad, pero no es toda la verdad. Mi vida misionera me obliga a hablar varias lenguas. En cada una encuentro algún registro que me permite decir las cosas de otra manera. No es lo mismo decir “Me ocupo yo” (en español) que “Ci penso io” (en italiano). Me resulta más convincente la expresión italiana. Pero otras muchas veces hay expresiones castellanas que son intraducibles a otras lenguas. Sí, la lengua materna es una patria espiritual que nos ayuda a sentirnos en casa. Sin embargo, tampoco ella es nuestro lugar definitivo.
Cada vez que
tengo que desplazarme de un sitio a otro, encontrarme con nuevas personas y
asumir nuevas tareas, siento que no estoy solo. Cuando llego a un lugar, Él ha
llegado primero. Él es siempre paisano y contemporáneo. Pertenece por igual a
todo lugar y tiempo. No tengo que saludarlo y despedirlo. Está siempre ahí.
Pertenece a mi pasado, mi presente y mi futuro. En la dispersión de
experiencias, Él pone la unidad. En la distancia, Él pone la cercanía. En la
soledad, Él pone la presencia. En la oscuridad, Él pone la luz. Él es mi padre,
mi madre, mis hermanos y hermanas, mis abuelos, mis tíos y primos, mis amigos.
Él es. Esta es la experiencia que me sostiene. Sin ella, sería una persona sin raíces,
juguete en manos de los caprichos del tiempo, veleta que se mueve sin
dirección, llanero solitario ensimismado en sus cosas, náufrago a la deriva.
Dondequiera que
vaya, allí estás Tú. A cualquier hora del día y de la noche, allí estás Tú. En
los aviones y en los trenes, allí estás Tú. Cuando siento la nostalgia de mis
seres queridos, allí estás Tú. Cuando me emociono con un nuevo paisaje, allí
estás Tú. Cuando me canso de viajar, allí estás Tú. Cuando me pregunto qué
sentido tienen todas mis vueltas, allí estás Tú. Entre amigos y con
desconocidos, allí estás Tú. En los rincones hermosos de algunas iglesias, allí
estás Tú. En la barra de los bares, mientras discurre una conversación a tumba
abierta, allí estás Tú. En los controles de seguridad de los aeropuertos, allí
estás Tú. Cuando suena el teléfono y alguien me llama, allí estás Tú. En las casitas miserables de la misión congoleña de Kindi, allí estás
Tú. En los hogares que recogen a las víctimas de la guerra civil de Sri Lanka, allí
estás Tú. Junto a la butaca de mi anciana madre, allí estás Tú. En la soledad rumorosa
de mi cuarto romano, allí estás Tú. En esta nueva misión que hoy comienzo, aquí
estás Tú. No tengo que buscar más. Tú eres mi verdadera patria. En realidad, no
soy un nómada sino un peregrino acompañado. (Gracias, Juan, por poner música a esta experiencia inenarrable).
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