Este domingo es imposible comenzar la jornada sin mencionar a la gran soprano Monserrat Caballé,
la señora de los pianissimi
infinitos, fallecida
ayer en Barcelona a la edad de 85 años. No la traigo aquí solo por ser una
diva operística, sino, sobre todo, por ser una mujer
de fe, que supo ascender por el camino de la belleza a Dios, siempre
hermoso. Ella, Plácido
Domingo y tantos otros, pertenecen a una generación de artistas que no han
tenido vergüenza de confesar su fe, que no han visto ninguna incompatibilidad
entre dedicarse a la música y creer en Dios y, al mismo tiempo, que no han
hecho de su fe un ariete contra nadie, sino solo un discreto y sereno
testimonio de vida. Contrastan con otros artistas que alardean de ateísmo para
conseguir algo de notoriedad.
De todos modos, este primer domingo de octubre –de
no haber caído este día en domingo hubiéramos celebrado hoy la Virgen
del Rosario– nos lleva en otra dirección. La liturgia nos habla del plan de
Dios sobre el matrimonio. Lo primero que me viene a la mente es pensar en
varios de mis amigos y conocidos que han vivido situaciones de prueba en relación con esta experiencia
humana, amigos que han anulado sus matrimonios canónicos, se han separado de
sus parejas o se han divorciado. No conozco ni un solo caso en el que estas
situaciones se hayan vivido como algo deseable y placentero. Siempre implican
mucho sufrimiento y, en cierto sentido, la admisión de un fracaso. No creo que Jesús
pretenda condenarlos a una situación insostenible. La Iglesia, poco a poco,
tiene que ir encontrando caminos pastorales de misericordia para salir al paso
de estas situaciones, hoy tan numerosas, en las que un proyecto humano ha naufragado.
La exhortación apostólica Amoris
laetitia (2016), tan criticada por algunos, ofrece pistas pastorales. En el
futuro se abrirán nuevos caminos. Que el ideal cristiano sea claro no significa
que no se deban encontrar vías para quienes, por diversas razones, no pueden
alcanzarlo.
La liturgia de
este XXVII
Domingo del Tiempo Ordinario nos invita a celebrar el don del matrimonio
para la humanidad. Sé que muchas personas, sobre todo entre los jóvenes,
piensan que se trata de una institución obsoleta, de una forma de convivencia que cumplió su papel en el
pasado, pero que hoy significa ya muy poco. Las circunstancias han cambiado. Sé que hay algunos que dicen
que es solo “cuestión de papeles”, que lo que importa es juntarse cuando hay
amor y separarse cuando desaparece. ¿Qué pinta la sociedad en un asunto tan íntimo? Sé que hay incluso cristianos que prefieren
la simple convivencia o, a lo más, una celebración civil para dejar la puerta
abierta a un posible divorcio si las cosas vienen mal dadas. Sé que hoy se
habla de muchas maneras de relación, incluyendo las parejas homosexuales, los hogares monoparentales y
algunas formas del llamado poliamor.
En este contexto tan heterogéneo, con opiniones tan distintas en torno a él, el
matrimonio que propone Jesús no es algo pasado, sino una apuesta tan novedosa,
tan de futuro, que da la impresión de que no estamos preparados para acoger tanta
novedad. Nos desborda. Casi nos parece algo sobrehumano. Que un hombre y una mujer se quieran con un amor transparente, sean fieles
mutuamente hasta el final de su existencia (en la salud y en la enfermedad, en
las alegrías y en las penas) y estén abiertos al don de la vida es algo tan
divino, a fuerza de ser tan humano, que solo con la ayuda de Dios se puede llevar a
cabo. No es, pues, una institución obsoleta, sino, en cierto sentido un camino
por estrenar.
En el Evangelio
de este domingo, los fariseos pretenden enredar a Jesús en las trampas de su
casuismo. Jesús sabe muy bien que el divorcio permitido por la Ley judía es una
forma de proteger a la mujer indefensa, pero no corresponde al diseño de Dios.
Ese “al principio no fue así” (que remite al libro del Genésis) no se refiere a
un hipotético principio cronológico, sino a un principio salvífico, a lo que
Dios desea para los seres humanos. Sé que, como todo signo profético, no es fácil
de comprender, pero sé también que este don que Dios hace a la humanidad es una
reserva de todo lo mejor que los seres humanos podemos vivir.
He oído a más de un sacerdote decir que el matrimonio es un estado de santidad… porque produce muchos mártires. Es una forma irónica de aludir a los problemas de los matrimonios. Preferiría dar la vuelta a este dicho. El matrimonio es un estado de santidad… porque produce muchos testigos (eso es lo que significa la palabra mártir) del amor de Dios en un mundo que necesita experimentar qué significa un amor personal en la reciprocidad hombre-mujer, un amor fiel (en un contexto en el que somos incapaces de mantener nuestra palabra) y un amor fecundo (en un mundo que se siente dueño de la vida y la muerte). No todos pueden con esto. Pero estoy convencido de que Dios sigue llamando hoy a millones de hombres y mujeres a vivir este apasionante camino con la ayuda de su gracia. El matrimonio cristiano es una vocación.
He oído a más de un sacerdote decir que el matrimonio es un estado de santidad… porque produce muchos mártires. Es una forma irónica de aludir a los problemas de los matrimonios. Preferiría dar la vuelta a este dicho. El matrimonio es un estado de santidad… porque produce muchos testigos (eso es lo que significa la palabra mártir) del amor de Dios en un mundo que necesita experimentar qué significa un amor personal en la reciprocidad hombre-mujer, un amor fiel (en un contexto en el que somos incapaces de mantener nuestra palabra) y un amor fecundo (en un mundo que se siente dueño de la vida y la muerte). No todos pueden con esto. Pero estoy convencido de que Dios sigue llamando hoy a millones de hombres y mujeres a vivir este apasionante camino con la ayuda de su gracia. El matrimonio cristiano es una vocación.
Oro por mis amigos casados, especialmente por
aquellos que están esperando la llegada de nuevos hijos. Oro por los que están
atravesando dificultades. Oro por los que están a punto de tirar la toalla. Y
oro también por los que no acaban de decidirse a dar el paso, pero lo están considerando
con seriedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.