No voy a escribir sobre la película homónima de José Luis Garci, sino sobre el regreso al ritmo ordinario. En estos primeros días de septiembre muchas personas vuelven al trabajo y la mayoría de los estudiantes comienza un nuevo curso académico. Algunos llevan muy mal el tránsito de las vacaciones al ritmo ordinario. Se habla incluso del síndrome postvacacional. Tengo la impresión de que se exagera mucho. Hay varios factores que influyen en la desgana, pero creo que el fundamental es considerar el trabajo como una carga y no como una oportunidad de hacer algo que, además de contribuir al bien de los demás, nos desarrolla personalmente. El contraste entre el período laboral y el vacacional a lo largo del año reproduce el contraste entre trabajo y descanso en el ritmo diario. Hay personas que dedican más de diez horas al “trabajo”. Cuando regresan a casa están tan agotadas que no tienen ni ganas de descansar. (Saber descansar es también un arte). ¿No sería preferible una distribución del tiempo más racional y, por lo tanto, más efectiva? Quizás con seis horas diarias bien aprovechadas se podría conseguir lo mismo (o más) que con nueve o diez interrumpidas por mini descansos, salidas, cortes, etc. De esta manera, la persona dispondría de más tiempo para realizar otras actividades (incluido un descanso reparador) que le permitirían llevar una vida equilibrada.
Para que el “volver a empezar” no sea tan desagradable es preciso fijarse unos objetivos mínimos que nos estimulen, que nos rediman del “más de lo mismo” y que nos ayuden a crecer. De lo contrario, se entra en una espiral destructiva que nos hace añorar un nuevo período vacacional para luego experimentar lo mismo otra vez. Volver a empezar tiene algo de momento genesíaco. Habría que vivir el comienzo de la actividad como un génesis en el que las cosas tienen la frescura del primer día y en el que nosotros mismos repetimos el estribillo que el Génesis aplica a Dios a medida que iba poniendo en marcha la creación: “Y vio Dios que todo era bueno”. Quienes realizan un trabajo autónomo tienen más posibilidades de organizarse con libertad. Quienes dependen de la férrea disciplina de una empresa o están a las órdenes de un jefe mediocre y arbitrario encuentran más problemas para desarrollar un trabajo creativo y eficiente. Con todo, siempre es posible hacer sugerencias, negociar acuerdos, introducir cambios que hagan del trabajo un momento agradable y no una carga pesada.
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