Hace ya tiempo que en nuestras iglesias se suprimieron los puestos de honor para familias distinguidas o autoridades, aunque quedan algunas excepciones. Todos somos cristianos revestidos con la misma dignidad de hijos de Dios. Hemos avanzado mucho. El desafío consiste en mostrar fuera lo que celebramos dentro. En realidad, nuestras eucaristías dominicales no celebran lo que ya somos perfectamente, sino lo que debemos ser. La Eucaristía simboliza y realiza el mundo nuevo que estamos llamados a vivir: un mundo en el que todos sin excepción, especialmente los últimos, se sientan acogidos y amados. Por aquí va el provocativo mensaje que nos presenta la Carta de Santiago en la segunda lectura de este XXIII Domingo del Tiempo Ordinario. Pero para vivir con verdad la Eucaristía sacramental y luego traducirla a la dinámica ordinaria de la vida personal y social, necesitamos escuchar –ser curados de nuestra sordera espiritual– y hablar –ser curados de nuestra tartamudez– como hombres y mujeres liberados.
El Evangelio de Marcos nos propone, en un relato lleno de detalles curiosos, la curación de un hombre sordomudo por parte de Jesús. El hecho tiene lugar en tierra de paganos. Jesús combina algunos gestos que casi parecen propios de los curanderos con una palabra que el evangelista conserva en el arameo original: Effatá. El significado es Ábrete. Al pronunciarla con energía, Jesús no se dirige al oído o a la boca del hombre pagano, sino a él mismo en cuanto sujeto cerrado a la palabra y, en definitiva, a la fe, porque “la fe viene por el oído” (Rm 10,17). Al devolverle la capacidad de escuchar y de hablar, Jesús lo introduce en el pueblo de la escucha. Si hay algún verbo que se repite centenares de veces en el Antiguo Testamento es el verbo escuchar. Quien no escucha, no puede acoger la Palabra de Dios, y quien no la acoge, no cree, vive en tinieblas. Jesús invita al hombre sordomudo –casi le ordena– a abrirse, a descorrer los cerrojos que lo mantienen cerrado en su sordera y en su mudez, que le impiden abrir la puerta de la fe para que Dios entre y tome posesión de su casa.
La indiferencia religiosa actual de muchos hombres y mujeres podría ser calificada de sordera espiritual. Aturdidos por los muchos ruidos de nuestra cultura moderna, han perdido –hemos perdido– la capacidad de escuchar la voz de Dios que resuena en nuestra conciencia y en las voces de quienes son sus testigos. Es como si los oídos del corazón estuvieran taponados por una gruesa capa de cera que nos impide escuchar con atención. La fe es la respuesta a la Palabra que Dios nos dirige a cada uno, pero ¿cómo podemos creer (es decir, responder) si hemos perdido la capacidad de escuchar? Y, ¿cómo podemos escuchar si nos dejamos dominar por los ruidos y no hacemos silencio en nuestro interior? ¿Cómo podemos escuchar si no nos abrimos, si permanecemos cerrados en nuestra autosuficiencia? Los hombres necios hablan mucho y de cualquier cosa porque, en el fondo, no saben nada. Los hombres sabios, sobre todo, escuchan para distinguir las voces de los ecos y discernir lo que Dios les dice a través de los latidos de su corazón. Somos increyentes y agnósticos porque nos estamos volviendo sordos. Necesitamos una terapia intensiva de silencio que restaure nuestra capacidad de escuchar.
Buenos días amigo Gonzalo.
ResponderEliminarHas expuesto de forma muy clara un problema que se está extendiendo de forma profunda en nuestra sociedad: permanecer cerrados en nuestra autosuficiencia. Nos dejamos guiar por mensajes mucha veces simplistas y poco enriquecedores que producen, entre otras consecuencias, que nuestro punto de mira y estudio sea corto y vago.
"No hay peor sordo que el que no quiere oír", si bien no es oír de lo que carecemos sino de escuchar. Somos poco conscientes del poder que atesora escuchar y el desarrollo que nos produce en nuestro intelecto y alma.
Cada vez se da más la espalda a mensajes de paciencia y amor provenientes de la religión cristiana ( equivocadamente vislumbrados por muchos como mensajes "carcas" y " de derechas").
En el buen desarrollo humano está el saber razonar y escuchar haciéndolo desde perspectivas que no estén en tu "disco duro".
Un saludo.
Pablo Melero.