Cuando yo era niño, el contexto social era (aparentemente) homogéneo en países como España. El niño recibía en casa unos valores, que luego profundizaba en la escuela y eran ratificados en la parroquia. Todo respondía a una idéntica visión de la vida. Parecía fácil saber quién estaba “en regla” y quién estaba “fuera”. Esto proporcionaba una gran seguridad y, al mismo tiempo, era causa de fuertes discriminaciones. En cualquier caso, todo el mundo sabía lo que tenía que creer (el credo católico), lo que tenía que hacer (la moral católica) y lo que tenía que celebrar (la liturgia católica). Es evidente que algunos no se ajustaban a estos cánones, pero era “el orden establecido”. Pocos se atrevían a desafiarlo. Era una sociedad bastante monolítica.
Los niños de hoy viven en un contexto completamente distinto. En clase pueden tener compañeros que son de otra raza o religión. Es probable que varios de ellos no estén bautizados. Puede que bastantes provengan de familias en las que los padres no están casados ni civil ni canónicamente. En algunos casos, los progenitores pueden ser incluso del mismo sexo. Y no faltan niños cuyos padres están separados o divorciados, una o varias veces. Algunos compañeros hacen la primera comunión y otros no. Unos pocos van regularmente a la iglesia y la mayoría no la pisa. La diversidad salta a la vista. En general, los niños son siempre muy tolerantes y comprensivos, pero la confusión puede saltar en cualquier momento. No hay que esconderla. Es la oportunidad para plantear a fondo un tema tan importante como éste.
Algunos padres jóvenes se preguntan: ¿Cómo podemos educar a nuestros hijos pequeños en los valores que para nosotros son decisivos y, al mismo tiempo, prepararlos para la diversidad con la que se encuentran a diario en la calle o en la televisión? Los niños no toleran las mentiras o las medias verdades. Su lógica implacable nos deja a veces sin argumentos convincentes a los adultos: “¿Por qué me has dicho que los cristianos se casan para formar una familia y el primo X se ha ido a vivir con su novia sin celebrar ningún matrimonio? ¿Por qué esos dos chicos van cogidos de la mano y se besan en los labios? ¿Por qué? ¿Por qué?”. Las preguntas tienen que ver con muchos aspectos de la vida en los que los niños notan un contraste entre lo que han aprendido en su casa y lo que ven en la escuela, en la calle o en internet.
Quizás es este hecho el primero que los padres tendrían que subrayar sin ningún miedo. Vivimos en un mundo donde hay una gran diversidad de visiones y opiniones. No todos creen y hacen lo mismo. Igual que en la naturaleza hay flores de diversos colores, también los seres humanos somos muy diferentes. Cada uno tenemos una experiencia distinta, hemos recibido una educación particular, tenemos nuestra propia conciencia. Hay personas que saben celebrar a diversidad. Hay otras que la viven como una amenaza. Ser diversos no significa que tengamos que renunciar a nuestras convicciones o diluirlas. Al contrario, el contraste con otras personas que tienen distintas visiones de las nuestras nos obliga a profundizar en las verdaderas razones que las sustentan, nos impide dejarnos llevar por la rutina o la simple tradición. La diversidad, al mismo tiempo que nos hace tolerantes y comprensivos, agudiza el sentido crítico y, en definitiva, nos madura.
Aunque la sociedad en la que vivió Jesús no era tan heterogénea como la nuestra, también él abordó el asunto de la diversidad y de la tentación que tenemos de acabar con ella “demasiado” rápido. La parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-30) o la de la red barredera (Mt 13,47-50) nos hablan de la necesidad de respetar el crecimiento de todas las plantas y de recoger todos los peces que caen en la red antes de proceder al discernimiento; o sea, a la separación de los buenos y los malos. En realidad, solo Dios tiene este poder de juicio; a nosotros nos toca ser muy respetuosos. A Jesús no le gusta que vayamos de soberbios por la vida. Critica al fariseo vanidoso de sus obras buenas y ensalza al pecador que reconoce sus limitaciones y se humilla (cf. Lc 18,9-14). Hay un dicho en el evangelio de Lucas en el que Jesús rechaza el excesivo celo de sus discípulos Juan y Santiago cuando le preguntan si quiere que hagan descender fuego del cielo contra los samaritanos que no los habían recibido (cf Lc 9,54-55). En pocas palabras, Jesús nos invita a rechazar el mal, pero a ser muy comprensivos con las personas. Más aún, nos invita a ver que no toda diversidad es negativa. En la mayoría de los casos, es un hermoso reflejo del Dios que, siendo uno, es también diverso.
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