El viaje de Wardha a Satna, en el estado de Madhya Pradesh, me ha llevado trece horas de tren. Esta vez el retraso ha sido de solo quince minutos. Este segundo viaje se me ha hecho más agradable que el primero. Me ha permitido seguir meditando sobre el legado de Gandhi. Un par de horas ante de tomar el tren, me encontré por casualidad con un filósofo experto en Gandhi. Me contó detalles muy interesantes sobre el tiempo que pasó en el ashram de Wardha. Él quería practicar un estilo alternativo de vida antes de proponerlo a los demás. Se convirtió, por ejemplo, en un vegetariano convencido y en un defensor de la no violencia. Aunque de matriz hindú, estaba abierto a todas las religiones. El sermón de la montaña de Jesús lo tenía particularmente fascinado. Es verdad que fue crítico con muchos cristianos, pero eso no le impidió reconocer la grandeza moral y espiritual de Jesús y su evangelio. Por otra parte, su visión de “los cristianos” estaba muy condicionada por su contacto con los colonizadores británicos. Es difícil percibir continuidad entre el menaje pacífico de Jesús y la violencia de quien está colonizando tu país.
Hay admiradores de Gandhi en todo el mundo, empezando por la India, donde es considerado no solo un “padre de la patria”, sino, sobre todo, una figura que señaló un camino exigente de espiritualidad y humanización. Intelectualmente, parece que no fue muy brillante. De hecho, a duras penas fue superando los distintos niveles de su currículo académico. Más de un psicólogo podría pensar que su propuesta de un mundo alternativo no era más que la reacción compensatoria de una persona frustrada que no pudo acceder al mundo de los sabios y poderosos; por eso, imaginó “otro” mundo a la medida de sus límites. O sea, una versión moderna de la fábula de la zorra y las uvas. Como no logró ser admitido en el club de los grandes, inventó su propio y extravagante club.
No dudo de que pueda haber algún elemento de este tipo en la vida de Gandhi, pero creo que su motivación fundamental fue genuina y estaba guiada por un deseo de mejorar la vida de las personas: “Si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo”. Nadie que no haya experimentado un proceso de transformación personal es creíble como líder de una verdadera transformación social. Esto explica el fracaso repetido de tantas revoluciones sociales guiadas por personajes inmorales, extravagantes, violentos e incoherentes. Jesús lo decía de manera muy sintética: “Un ciego no puede guiar a otro ciego”.
A medida que pasan los días voy acumulando tantos estímulos que, casi sin darme cuenta, empiezo a acusar el cansancio. Por momentos echo de menos la tranquilidad de mi habitación romana. Pero sé que, cuando lleguen los días del otoño y del invierno, echaré de menos la intensidad de un viaje como este. En cuarenta días –toda una Cuaresma– me he movido por los estados de Kerala, Karnataka, Andra Pradesh, Telangana, Maharastra y Madhya Pradesh. He visitado ciudades tan interesantes como Ernakulam, Trivandrum, Bangalore, Wardha o Mumbai. Y, sobre todo, he entrado en contacto con gentes muy diversas que, a pesar de estar muy influidas por la cultura globalizada difundida por los medios de comunicación, conservan sus tradiciones culturales y espirituales. Casi siempre me han invitado a ver las cosas desde otro punto de vista, a subrayar otros aspectos. Por ejemplo, la liturgia siro-malabar me ha ayudado a caer en la cuenta del minimalismo de nuestro rito latino y de la pobreza simbólica a la que hemos reducido muchas de nuestras celebraciones. La práctica de muchas familias católicas, que rezan todos los días el rosario o la oración vespertina de la Iglesia antes de sentarse a cenar, ha puesto de relieve hasta qué punto nuestras familias europeas hace décadas que han perdido la tradición de orar unidas, con las consecuencias que esta pérdida tiene en la dinámica ordinaria. Los dispositivos electrónicos han sustituido a la oración y la conversación.
Podría alargar la lista, pero es suficiente para ver que siempre es posible vivir otro estilo de vida. No se trata de juzgar cuál es peor o mejor, más tradicional o más moderno, sino de comprobar cuál produce mejores frutos de humanidad en forma de paz interior, armonía con los demás y con el medio ambiente, creatividad, ganas de trabajar, capacidad de servicio y de resistencia, alegría y buen humor. En algunos casos, no tengo la menor duda.
Estos úñtimos días he visto que hay pocos comentarios. Nos dejan tus palabras tan llenos de reflexiones que no queda espacio ni capacidad para comentar tantas ideas e inquietudes (y hasta dudas) como nos transmiten tus carismas.
ResponderEliminarGracias una vez más. Un abrazo