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jueves, 5 de julio de 2018

Sufrir por Cristo

La estancia en esta misión de Satna es una excelente preparación para el calor que me espera en Europa dentro de unos días. Aquí la temperatura oscila entre los 30 y 35 grados. En mayo llegaron varios días a 48, así que me puedo dar por satisfecho. Nuestro colegio es una isla en medio de un contexto hindú. A diferencia de lo que sucede en Kerala o Telangana, aquí la actitud de la mayoría de la población no es Christian-friendly sino abiertamente hostil. El partido que gobierna el país se encarga de alentar cada vez más el fundamentalismo hindú y el odio hacia las minorías. Una historia reciente puede ilustrar el clima que se vive y la manera como lo están afrontando nuestros misioneros. El año pasado, pocos días antes de la Navidad, visitaron algunos poblados donde residen alumnos del colegio. La idea era saludar a las familias y desearles un buen comienzo de año en compañía de algunos seminaristas de un centro de formación cercano. Para amenizar las visitas, los 30 participantes cantaron algunos villancicos. La reacción de algunos violentos no se hizo esperar. Los insultaron verbalmente y los atacaron físicamente. Incluso consiguieron que fueran detenidos y llevados a la cárcel de Satna. Mientras, incendiaron el vehículo de nuestros misioneros. 

Creo que, ante hechos de este tipo, muchas personas se hubieran echado atrás. Nuestros misioneros siguen en el tajo. Más aún, uno de ellos me confesaba ayer que le hubiera gustado haber pasado más tiempo en la cárcel para “sufrir por Cristo”. Apenas he tecleado estas tres palabras, me parece estar escuchando las reacciones de algunas personas que conozco y que no entienden un lenguaje de este tipo: “¿Qué es eso de sufrir por Cristo? ¿Todavía a estas alturas de la película seguimos cultivando actitudes masoquistas? ¿Pero qué religión es esa que sigue gloriándose en el sufrimiento? Despertaos, la Edad Media terminó hace varios siglos”. Comprendo esta reacción porque no es fácil explicar lo que significa “completar lo que falta a la pasión de Cristo” (Col 1,24). Quien nunca ha sufrido nada por su fe en Jesucristo, quien no ha tenido que dar la cara por ella, no comprende la alegría que un creyente siente. Una de las bienaventuranzas de Jesús habla de esto: “Dichosos vosotros cuando os injurien, os persigan y os calumnien de todo por mi causa. Estad alegres y contentos pues vuestra paga en el cielo es abundante. De igual modo persiguieron a los profetas que os precedieron” (Mt 5,11-12). 

Cuando todo es fácil, cuando creer no cuesta nada, cuando la gracia de la fe se convierte en “gracia barata”, podemos permitirnos abandonarla sin que sintamos ningún remordimiento. Se convierte en un artículo de usar y tirar. Hoy puedo creer y mañana puedo dejar de hacerlo. Basta un motivo banal. Pero cuando he sufrido por Aquel que ha sufrido por mí, todo adquiere un nuevo significado. Con la sangre no se juega. Por paradójico que parezca, sufrir por Cristo es quizás la única manera que les queda a los cristianos dormidos –¿quién no lo es en algún sentido?– de experimentar la alegría de la fe. Jesús nos ha dicho que estaremos alegres y contentos cuando nos injurien, persigan y calumnien “por su causa”. Es una “gracia cara” que nos redime de la mediocridad con la que a menudo vivimos la fe. Si no hubiera personas que lo han experimentado en carne propia, me costaría creer que las cosas son así. Cuando alguien abre su alma y comparte con sinceridad su experiencia, no hay más remedio que rendirse.

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