Hoy los periódicos de todo el mundo hablan del rescate de Tailandia. Bueno, también hablan del fichaje de Cristiano Ronaldo por la Juventus de Turín, pero éste es otro cantar. En Tailandia se ha culminado con éxito una operación arriesgada. A mí este país asiático no me pilla tan lejos. La distancia en línea recta entre Kerala y Tailandia es de solo 2.730 kilómetros. La distancia desde Madrid es de 10.172 kilómetros. Pero, ¿qué importa la distancia física si hoy las cámaras están ahí para contarlo y retransmitirlo a todo el mundo? Los acontecimientos solo se convierten en noticia cuando hay alguien que los cuenta a través de los medios de comunicación. En el mundo están sucediendo infinidad de grandes acciones, pero la mayoría –quizás para fortuna nuestra– pasan desapercibidas. No hay ninguna cámara filmando cómo una hija o un hijo dan de comer a su padre enfermo de Alzheimer. Tampoco se retransmite por televisión el trabajo de un equipo médico que busca salvar la vida de una persona sobre la mesa de operaciones. En esta sociedad del espectáculo, todavía hay acciones benéficas que no son objeto de la voracidad informativa, aunque los teléfonos móviles nos han convertido a todos en reporteros ocasionales.
A pesar de mi reticencia a convertir todo en noticia, no me parece mal que el rescate de Tailandia haya tenido una gran cobertura mediática porque nos permite extraer una lección aplicable a otros muchos asuntos de la vida social: cuando queremos, podemos. (Que conste que no hay ninguna alusión a la formación política morada). En este asunto descubro cuatro acciones que pueden resumirse en cuatro verbos: sentir, decidir, movilizar y coordinar.
En primer lugar, es necesario sentir. Si algo no nos conmueve las entrañas, nunca nos ponemos en marcha. Lo afectivo es lo efectivo. Es evidente que el hecho de que doce muchachos y un monitor (¡curiosa coincidencia con el grupo de Jesús y sus doce apóstoles!) se encuentren aprisionados en una cueva sin posibilidad de salir ha conmovido a sus familias, a su país y al mundo entero. Por lo general, cuando se trata de niños o jóvenes, la reacción emotiva suele ser inmediata. Es como si su fragilidad despertara nuestros mejores sentimientos.
No basta, sin embargo, con sentir. Es necesario decidir. Muy a menudo experimentamos rabia, ternura y solidaridad, pero no damos ningún paso. Nos limitamos a desahogarnos y a lanzar génericos reclamos –¡Hay que hacer algo!–, pero sin asumir compromisos concretos. En este caso, tras evaluar la situación, las autoridades competentes de Tailandia decidieron que había que proceder al rescate, a pesar de los riesgos que comportaba. Toda decisión comporta siempre riesgos y exige sacrificios. A veces, disponemos de un tiempo largo para tomarla. Pero muy a menudo las circunstancias nos obligan a decidir en un tiempo breve. En este caso, no hubo demora una vez que se supo que los muchachos estaban dentro de la cueva y la temporada de las lluvias monzónicas estaba a punto de comenzar. Hoy, por lo general, nos cuesta tomar decisiones porque toda decisión significa asumir responsabilidades. Y, la verdad, no estamos para muchas cargas.
Naturalmente, no es posible llevar a cabo un rescate complejo sin movilizar (tercer verbo) ingentes recursos humanos y técnicos. Buzos profesionales (uno de ellos murió), personal sanitario y de intendencia, soldados, medios de comunicación y otros agentes se pusieron en marcha. La generosidad de la gente ha sido impresionante. En realidad, todo un país se ha “movilizado” para ayudar en las tareas de rescate. Movilizar implica, como es lógico, financiar. Los recursos humanos son los más importantes, pero se requiere también un apoyo económico. Es imprescindible para que los proyectos cuenten con los medios necesarios. En general, disponemos de más recursos económicos de los que a simple vista parece, pero no siempre los destinamos a los objetivos más importantes. Es una cuestión de prioridades.
Por último (cuarto verbo), es preciso coordinar todas las operaciones para impedir que el exceso de generosidad resulte ineficaz. Es necesario asignar a cada uno su tarea de acuerdo con su competencia y grado de responsabilidad, y articular bien todo el engranaje. Sin una buena coordinación se puede venir abajo una empresa. Para ello hay que eliminar el orgullo, el deseo de colgarse medallas, la búsqueda de réditos políticos, etc. Se trata de buscar a los mejores y de darles la oportunidad de poner sus competencias y destrezas al servicio de los objetivos.
Al final, conjugados los cuatro verbos, la operación rescate de Tailandia ha sido un éxito que ha conmovido al mundo. Los niños y sus familias respiran tranquilos. Empieza una segunda vida. (No entro ahora a juzgar si antes no fue una imprudencia temeraria por parte del monitor introducir a los muchachos en esa cueva cuando un cartel advertía de su peligrosidad en tiempos de lluvias).
Imaginemos que aplicamos estos cuatro verbos a otros problemas de nuestra vida social; por ejemplo, a la situación de las personas sin techo en una ciudad. Lo primero es que sintamos en carne propia lo que significa vivir a la intemperie, tanto en verano como en invierno. Solo cuando hay un sentimiento colectivo de compasión se pone en marcha el proceso. Si no sentimos, si nos parece que los vagabundos y mendigos forman parte esencial del paisaje humano de una ciudad, nunca vamos a dar un paso. Viene luego la decisión. En este caso, corresponde a las autoridades municipales con el apoyo de los ciudadanos. Si se decide en serio resolver este problema, hay que movilizar todos los recursos disponibles: viviendas vacías, pisos de protección oficial, trabajadores sociales, voluntarios, etc. Por último, es necesaria una buena coordinación para que, en diálogo con las personas afectadas, se encuentre la mejor solución para cada una. No hay que excluir que varias prefieran seguir viviendo al aire libre.
Estoy convencido de que cuando queremos una cosa en serio, podemos lograrla. Necesitamos entrenarnos en la conjugación de estos cuatro verbos que, por otra parte, fueron algunos de los verbos preferidos por Jesús. Él pasaba de la compasión a la acción de una manera que desnuda nuestra pasividad. Con frecuencia se repite en los evangelios que Jesús sentía lástima o compasión ante las necesidades de la gente. A partir de ahí, ponía en marcha todo un proceso de transformación. La multiplicación de los panes narrada por Marcos en el capítulo 6 es un claro ejemplo. Nunca es tarde.
A pesar de mi reticencia a convertir todo en noticia, no me parece mal que el rescate de Tailandia haya tenido una gran cobertura mediática porque nos permite extraer una lección aplicable a otros muchos asuntos de la vida social: cuando queremos, podemos. (Que conste que no hay ninguna alusión a la formación política morada). En este asunto descubro cuatro acciones que pueden resumirse en cuatro verbos: sentir, decidir, movilizar y coordinar.
En primer lugar, es necesario sentir. Si algo no nos conmueve las entrañas, nunca nos ponemos en marcha. Lo afectivo es lo efectivo. Es evidente que el hecho de que doce muchachos y un monitor (¡curiosa coincidencia con el grupo de Jesús y sus doce apóstoles!) se encuentren aprisionados en una cueva sin posibilidad de salir ha conmovido a sus familias, a su país y al mundo entero. Por lo general, cuando se trata de niños o jóvenes, la reacción emotiva suele ser inmediata. Es como si su fragilidad despertara nuestros mejores sentimientos.
No basta, sin embargo, con sentir. Es necesario decidir. Muy a menudo experimentamos rabia, ternura y solidaridad, pero no damos ningún paso. Nos limitamos a desahogarnos y a lanzar génericos reclamos –¡Hay que hacer algo!–, pero sin asumir compromisos concretos. En este caso, tras evaluar la situación, las autoridades competentes de Tailandia decidieron que había que proceder al rescate, a pesar de los riesgos que comportaba. Toda decisión comporta siempre riesgos y exige sacrificios. A veces, disponemos de un tiempo largo para tomarla. Pero muy a menudo las circunstancias nos obligan a decidir en un tiempo breve. En este caso, no hubo demora una vez que se supo que los muchachos estaban dentro de la cueva y la temporada de las lluvias monzónicas estaba a punto de comenzar. Hoy, por lo general, nos cuesta tomar decisiones porque toda decisión significa asumir responsabilidades. Y, la verdad, no estamos para muchas cargas.
Naturalmente, no es posible llevar a cabo un rescate complejo sin movilizar (tercer verbo) ingentes recursos humanos y técnicos. Buzos profesionales (uno de ellos murió), personal sanitario y de intendencia, soldados, medios de comunicación y otros agentes se pusieron en marcha. La generosidad de la gente ha sido impresionante. En realidad, todo un país se ha “movilizado” para ayudar en las tareas de rescate. Movilizar implica, como es lógico, financiar. Los recursos humanos son los más importantes, pero se requiere también un apoyo económico. Es imprescindible para que los proyectos cuenten con los medios necesarios. En general, disponemos de más recursos económicos de los que a simple vista parece, pero no siempre los destinamos a los objetivos más importantes. Es una cuestión de prioridades.
Por último (cuarto verbo), es preciso coordinar todas las operaciones para impedir que el exceso de generosidad resulte ineficaz. Es necesario asignar a cada uno su tarea de acuerdo con su competencia y grado de responsabilidad, y articular bien todo el engranaje. Sin una buena coordinación se puede venir abajo una empresa. Para ello hay que eliminar el orgullo, el deseo de colgarse medallas, la búsqueda de réditos políticos, etc. Se trata de buscar a los mejores y de darles la oportunidad de poner sus competencias y destrezas al servicio de los objetivos.
Al final, conjugados los cuatro verbos, la operación rescate de Tailandia ha sido un éxito que ha conmovido al mundo. Los niños y sus familias respiran tranquilos. Empieza una segunda vida. (No entro ahora a juzgar si antes no fue una imprudencia temeraria por parte del monitor introducir a los muchachos en esa cueva cuando un cartel advertía de su peligrosidad en tiempos de lluvias).
Imaginemos que aplicamos estos cuatro verbos a otros problemas de nuestra vida social; por ejemplo, a la situación de las personas sin techo en una ciudad. Lo primero es que sintamos en carne propia lo que significa vivir a la intemperie, tanto en verano como en invierno. Solo cuando hay un sentimiento colectivo de compasión se pone en marcha el proceso. Si no sentimos, si nos parece que los vagabundos y mendigos forman parte esencial del paisaje humano de una ciudad, nunca vamos a dar un paso. Viene luego la decisión. En este caso, corresponde a las autoridades municipales con el apoyo de los ciudadanos. Si se decide en serio resolver este problema, hay que movilizar todos los recursos disponibles: viviendas vacías, pisos de protección oficial, trabajadores sociales, voluntarios, etc. Por último, es necesaria una buena coordinación para que, en diálogo con las personas afectadas, se encuentre la mejor solución para cada una. No hay que excluir que varias prefieran seguir viviendo al aire libre.
Estoy convencido de que cuando queremos una cosa en serio, podemos lograrla. Necesitamos entrenarnos en la conjugación de estos cuatro verbos que, por otra parte, fueron algunos de los verbos preferidos por Jesús. Él pasaba de la compasión a la acción de una manera que desnuda nuestra pasividad. Con frecuencia se repite en los evangelios que Jesús sentía lástima o compasión ante las necesidades de la gente. A partir de ahí, ponía en marcha todo un proceso de transformación. La multiplicación de los panes narrada por Marcos en el capítulo 6 es un claro ejemplo. Nunca es tarde.
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