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jueves, 7 de junio de 2018

Hay que salir a la calle

Después de varias conversaciones con cristianos indios, me gustaría escribir algo sobre la más que probable invasión musulmana de Europa (ellos utilizaban el término conquista), pero soy consciente de que ya he abordado este tema varias veces en el Rincón. Hace un año, sin ir más lejos, escribí que mañana será tarde. Reflexionaba sobre la tercera –y quizás definitiva– invasión islámica. Este temor, aunque no es la única causa, está detrás del crecimiento de la xenofobia en algunos países europeos. Fomenta una política restrictiva con respecto a los inmigrantes. Es evidente en países como Hungría y ahora en Italia, pero es probable que crezca en otros países. Es verdad que Europa ya no vibra con sus raíces cristianas; sin embargo, muchos están agarrándose a esta tradición –incluso despojándola de su significado religioso– para subrayar la identidad europea frente a la creciente amenaza islámica. Algunos expertos sostienen que el Islam, consciente de la debilidad religiosa de Europa, está aprovechando la coyuntura para hacer su particular campaña. Las verdaderas victorias se miden a largo, no a corto plazo.

Prefiero referirme a la situación religiosa de Europa desde otro ángulo. Un reciente estudio sobre “Los jóvenes adultos europeos y la religión” nos ofrece una buena base estadística para saber cómo están las cosas, aunque nunca los números constituyen la última palabra en un fenómeno tan complejo y tan difícil de medir. Sus conclusiones no son precisamente optimistas. Cito solo un botón de muestra: el 70% de los jóvenes adultos checos, y en torno al 60% de los jóvenes españoles, holandeses, británicos y belgas nunca participan en celebraciones religiosas. El 80% de jóvenes checos y el 70% de jóvenes suecos, daneses, estonios, holandeses, franceses y noruegos, nunca rezan. A mis amigos indios, estas cifras los dejan completamente descolocados. Ellos creían que Europa era un continente cristiano. Mientras ellos se esfuerzan por vivir con alegría su fe en un enorme país dominado por hindús y musulmanes, caen en la cuenta de que el viejo continente cristiano no lo es tanto y lo será menos en el futuro si tenemos en cuenta estas proyecciones estadísticas y la creciente influencia del Islam. ¿Qué ha pasado? ¿Hay que atribuir todos los males a la secularización? ¿Es, más bien, consecuencia de la preponderancia de la Iglesia a lo largo de los siglos y de la necesidad de liberarse de su yugo opresor? ¿Volverá a producirse un renacimiento de la fe cuando los cristianos seamos claramente una minoría en una sociedad atea o islamizada? 

Estas preguntas me acompañan desde hace años. No me resigno a constatar, año tras año, que disminuye el número de jóvenes europeos que creen en Dios y en Jesús. Si yo fuera un político deseoso de eliminar la religión de la sociedad por considerarla dañina o contraria a mis intereses, no movería un solo dedo. Jamás se me ocurriría “perseguir” a la religión o a la Iglesia. Dejaría que el desmoronamiento se fuera produciendo lenta pero inexorablemente. Toda persecución provoca una reacción. Los cristianos no deben ser perseguidos, sino ignorados. En este contexto de extrema debilidad axiológica, el Islam está presentándose como una religión fuerte, capaz de seducir a muchos desencantados, a todos los que están en las cunetas de la sociedad, jóvenes sobrantes que no encuentran ideales que sostengan su vida. ¿Merece la pena que, en este contexto, sigamos poniendo el acento en cuestiones secundarias cuando el desafío es tan grande? Hay que abandonar el mundillo eclesiástico y lanzarse a la calle. Tenemos una Buena Noticia que compartir. No hay ninguna experiencia que llegue más al corazón de los seres humanos que el encuentro personal con Jesucristo. ¿Vamos a ser incapaces de abrir los ojos?

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