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domingo, 13 de mayo de 2018

Otra cercanía es posible

Jesús se va, pero se queda. Este podría ser el titular para informar de la Ascensión del Señor, cuya fiesta celebramos hoy. Es posible que algunos dediquen la jornada a comentar los resultados del festival de Eurovisión celebrado anoche en Lisboa o la coincidencia de esta fiesta con el día en el que se conmemora la aparición de la Virgen a los tres pastorcillos de Fátima hace 101 años. Como todos los años, hoy se celebra también la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. En su mensaje de este año, el papa Francisco relaciona las fake news (noticias falsas) y la verdad que nos hace libres. Cada uno tenemos nuestros motivos y preocupaciones. Yo ando un poco acelerado preparando mi viaje a Sri Lanka. Salgo dentro de unas horas. Viviré mi particular “ascensión” a través de los cielos de numerosos países hasta aterrizar en Colombo, la capital de ese pequeño país en forma de lágrima. ¿O era de diamante? 

Hoy también harán la primera comunión muchos niños en España, Italia y otros países europeos. Es una fiesta de “cercanía” de Jesús en uno de sus signos: el pan y el vino. Me produce una inmensa tristeza que esta hermosa celebración haya sido casi devorada por el exceso consumista. Por más que cada año se repiten los mismos avisos, no solo no se modera, sino que se incrementa. Da la impresión de que es una batalla pastoral perdida frente a los muchos intereses comerciales. La fiesta y todos sus complementos se han comido al sacramento. Habrá que empezar de cero.

Para los que queráis una buena explicación de la fiesta de la Ascensión, os recomiendo leer hoy el comentario de Fernando Armellini que se encuentra en el enlace que he puesto al comienzo de esta entrada. Yo quiero fijarme solo en un aspecto de esta fiesta. Hoy celebramos a un tiempo la desaparición física de Jesús de nuestro escenario espacio-temporal (su ausencia) y su aparición en los signos que él ha querido dejar (su presencia). No se trata, pues, de mirar al cielo para ver cómo se va, sino de mirar a la tierra para ver cómo se queda. La comunidad de sus discípulos no habla tanto de signos cósmicos, sino de signos humanos.

Él ha querido quedarse en su comunidad (“donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”), en su palabra (“Quien a vosotros me escucha, a mí me escucha”), en la Eucaristía (“Haced esto en memoria mía”), en las personas necesitadas (“Cuanto habéis hecho a estos, a mí me lo habéis hecho”)... Para poder reconocer estos signos, nos ha dejado un testamento que necesitamos leer con cuidado. Este testamento incluye dones inestimables: su Espíritu (“Recibid el Espíritu Santo”), su madre (“He aquí a tu madre”), su cuerpo y su sangre (“Tomad, comed y bebed”), su mandamiento (“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”)…

Enriquecidos y capacitados con sus dones, estamos en condiciones de reconocer los signos de su presencia en nuestro mundo. Por eso, la Ascensión no es una fiesta triste sino alegre; no es una invitación a quedarnos paralizados, sino a ponernos en camino; no es el recuerdo de alguien que vivió, sino el encuentro con alguien que vive. Necesitamos prestar más atención a los dones que hemos recibido y a los signos que debemos descubrir. Mi amigo de ayer, el “optimista incorregible”, tiene una especial sensibilidad para ambos. Esto le permite ir por la vida con la cabeza alta, sin miedo. Jesús no nos ha dejado huérfanos. El próximo domingo celebraremos la fiesta de Pentecostés. Recordaremos que Jesús nos ha dejado su Espíritu para conducirnos hasta la verdad plena, consolarnos en nuestras tristezas y darnos ánimo y fuerza en nuestras pruebas. No estamos solos. Otra cercanía es posible.

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