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lunes, 14 de mayo de 2018

Aprender a decidir

Escribo esta entrada en el aeropuerto de Doha. Acabo de llegar de Roma después de un tranquilo vuelo de cinco horas y media. Al volar cerca de Alepo he pensado en la tragedia de la interminable guerra de Siria. He orado por las víctimas de este conflicto sangriento. ¿Por qué no termina ya? ¿A quién interesa que continúe? ¿Cómo se están repartiendo el botín Rusia y los Estados Unidos? Dentro de un par de horas emprenderé otro vuelo hasta Colombo, la capital de Sri Lanka. Dispongo, pues, de tiempo para poner el blog al día. El aeropuerto de Doha es grande, funcional y muy moderno. A pesar de que por aquí desfilan muchos pasajeros, no experimento el agobio de otros aeropuertos. Gracias al aire acondicionado, tampoco se siente el bochorno de los 35 grados que hace en el exterior. 

Yo sigo dando vueltas a una de las dos películas que he visto en el avión: La hora más oscura. Narra con maestría el momento en el que Winston Churchill es designado primer ministro del Reino Unido en 1940 y los días posteriores. En ese período tiene que tomar terribles decisiones para luchar contra la fuerza imparable de las tropas de Hitler. Sus discursos fueron muy populares. Pusieron al Reino Unido en pie de victoria. Algunas de sus frases se han hecho populares: “Defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo; pelearemos en las playas, pelearemos en los sitios de desembarques, pelearemos en los campos y en las calles, pelearemos en las colinas: nunca nos rendiremos”. A pesar de las presiones de algunos miembros de su gabinete, se negó a negociar con Hitler, aunque, como es lógico, tuvo sus dudas. En la guerra murieron unos 450.000 británicos. Es un precio muy alto. ¿Qué hubiera sucedido si Hitler hubiera vencido la contienda? Es imposible saberlo. La película me ha hecho pensar en los procesos que seguimos para tomar decisiones. Hay personas muy analíticas que ponderan a conciencia los pros y contras de las distintas opciones en liza. Las más emotivas se dejan llevar a menudo por sentimientos más que por razones. Las intuitivas parecen tener como un sexto sentido para saber cuál es la decisión correcta. Me apasiona conocer los entresijos de algunas decisiones que han cambiado la historia de la humanidad. También en el presente se están produciendo decisiones. ¿Qué le ha movido a Trump a reunirse en Singapore con el líder de Corea del Norte y a retirarse del acuerdo con Irán? ¿Por qué Puigdemont se mantiene en sus trece desde su cuartel general de Berlín? ¿Qué buscan quienes atacan sin piedad al papa Francisco? ¿Es cierto que buscan el bien de la Iglesia o hay otros interes espurios detrás?

Los cristianos no hablamos solo de tomar decisiones. Hablamos de discernimiento. No se trata solo de buscar las opciones más razonables o emotivas, sino de preguntarnos qué quiere Dios de nosotros en una determinada situación. Me parece que no estamos muy acostumbrados a proceder así en la mayoría de nuestras decisiones. Siempre recuerdo una frase del fallecido cardenal Carlo Maria Martini. Él solía decir que el problema más serio al que se enfrenta la Iglesia en nuestros días es la falta de discernimiento. Hacemos cosas o dejamos de hacerlas por razones diversas, pero, a menudo, no como fruto de un discernimiento bien llevado. Él, como buen jesuita, se había formado en la escuela de los ejercicios ignacianos. Estaba habituado a aplicar sus principios en todos los órdenes de la vida. 

Estoy convencido de que la vida de la Iglesia y la vida del mundo discurrirían de otra manera si nos pusiéramos a la escucha de lo que Dios quiere, si aprendiéramos a escrutar los signos de su voluntad. Esto no nos exime de analizar las razones, los pros y los contras, pero nos lleva a un horizonte en el que lo mejor no coincide siempre con nuestros intereses o expectativas, sino con aquello que expresa más nítidamente una vida entendida desde el amor. No siempre estamos en esta onda. A veces, ni siquiera nos interesa estar.


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