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lunes, 28 de mayo de 2018

El precio de la solidaridad

Con una breve parada en la ciudad de Mannar para entrevistarme con el obispo, llegué ayer al complejo VAROD (Vanni Rehabilitation Organization for the Differently Abled). Se trata de un centro para atender y rehabilitar a los “diversamente hábiles” que sufrieron doblemente las consecuencias de la guerra. Es la segunda vez que vengo aquí, pero ahora dispongo de más tiempo que en la anterior. Además de hablar con los claretianos que llevan la dirección, tendré un encuentro con los 54 empleados que trabajan aquí. El centro va a cumplir pronto diez años. Por él han pasado miles de personas a lo largo de este tiempo. Es difícil describir en pocas palabras lo que uno puede sentir al pasear por sus calles de tierra rodeadas de palmeras y de mangos. Enseguida se lanzan niños y adolescentes con problemas mentales. Te tocan, gritan, sonríen, se van, vuelven, siguen correteando de un lugar para otro. Lo que comenzó siendo un pequeño proyecto se ha convertido ahora en una institución. Como sucede con todos los proyectos, superada la etapa inicial de entusiasmo y la etapa posterior de organización, se está entrando en una fase de cuestionamiento. ¿Cómo es posible seguir manteniendo un centro como este que depende de las ayudas de ONGS extranjeras y de una red de benefactores nacionales e internacionales que en cualquier momento pueden retirar su contribución? 

Todos nos conmovemos cuando nos hablan de personas en situaciones precarias. Si se habla de los afectados por una guerra civil, el nivel de solidaridad se dispara. Hay personas que están apadrinando niños, a razón de unos 50 euros mensuales, desde hace varios años. Hay voluntarios que pasan aquí unas semanas o meses echando una mano. Hay médicos que se prestan a ofrecer sus servicios gratis siempre que se los requiera. Pero todo tiene un límite. No es lo mismo pasar un tiempo que cargar de manera estable con la responsabilidad. No es lo mismo contar con una asignación gubernamental fija que depender de ayudas que nunca se sabe si llegarán. Veo a mis hermanos claretianos entregados a la causa y, al mismo tiempo, desbordados. Ninguno de ellos se ha preparado específicamente para este tipo de trabajo. A primera vista, parece muy alejado de nuestro carisma. Nosotros somos misioneros, no trabajadores sociales ni expertos en gestión de conflictos o traumas posbélicos. ¿Cómo afrontar de manera sensata la situación? 

Todas estas preguntas se mezclan con la euforia de los madridistas por la 13 Copa de Europa ganada por el Real Madrid el pasado sábado en Kiev, la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia, la grave crisis del Partido Popular en España, el incierto futuro político en Italia y otros muchos asuntos que cada uno selecciona según su criterio. Si ser solidario fuera solo un sentimiento, todos nos apuntaríamos enseguida. Estremecerse es algo automático, pero gestionar la solidaridad puede convertirse en una pesada carga que no todo el mundo está dispuesto a asumir. Imaginar un proyecto tiene el encanto de lo que nace, pero manejar una institución exige personal, recursos, visión y mucha tenacidad. Admiro a las personas que son capaces de no perder el rumbo cuando se entra en la etapa crítica y se hace preciso cuestionar a fondo lo que se está haciendo para darle un nuevo impulso.

2 comentarios:

  1. Muchísimas gracias Gonzalo, por todo el testimonio que nos estás transmitiendo y que nos interpela... Nos desinstala...
    Un abrazo

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  2. Dios te bendiga siempre, αmigo Gonzalo, por se admirable testimonio de Amor, Luz y Vida, por dónde Dios guia tus pasos misioneros!!

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