Durante los días pasados en Sevilla salió el asunto de las cofradías en algunas conversaciones que mantuve con personas diversas. Reconozco que es un mundo que me resulta bastante desconocido, aunque provengo de un pueblo en el que todavía existen algunas muy ligadas a la celebración de las fiestas patronales o de algunos santos como san Antonio abad y santa Inés. Uno tiende a pensar que el fenómeno cofrade es casi exclusivamente andaluz, pero no es cierto. Se extiende por toda España, incluyendo territorios muy secularizados como Cataluña, Euskadi o Madrid.Lo que más me sorprendió es saber que en los últimos veinte años, justo en el período en el que más ha descendido la participación en los actos litúrgicos de la Iglesia, se ha triplicado el número de cofrades. Se ha pasado de un millón a unos tres millones de cofrades, muchos de los cuales son jóvenes. Esto es algo difícil de entender. A la luz de estos datos, comprendo mejor lo que el periodista Carlos Herrera nos dijo en la 47 Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada. Nos animó a hacernos presentes en ese mundo, a conocerlo por dentro y a acompañarlo con empatía y buen tino.
Pertenezco a una generación que no supo valorar mucho la religiosidad popular. Se la veía como un residuo de viejas supersticiones, como un sustitutivo de la auténtica liturgia. Incluso en este terreno se colaba un evidente clasismo: la liturgia es para los espiritualmente maduros; la religiosidad popular es cosa de las personas poco cultas y religiosamente inmaduras. Me temo que en mí perviven todavía algunos prejuicios de este tipo que, en buena parte, son fruto de un gran desconocimiento. Nunca he vivido por dentro este mundo. Siempre lo he observado desde fuera, como un fenómeno anacrónico y, en algunos casos, vistoso. Poco más. No ha provocado en mí ninguna emoción particular ni tampoco ha suscitado mi reflexión. Quizás ha llegado el momento de abrir los ojos y de intentar captar lo que significa.
¿Qué es lo que mueve a un joven de hoy a inscribirse en una cofradía sabiendo que en algunos casos debe esperar varios años hasta que su solicitud es aceptada? No creo que se puedan dar respuestas generales, pero imagino que hay una mezcla de motivaciones: desde las puramente familiares (continuar una tradición de los padres y abuelos) hasta las más genuinamente espirituales (búsqueda de Dios y del sentido de la vida) pasando por las estéticas (disfrutar de un bello espectáculo), las expiatorias (cumplir una promesa, purgar los propios pecados, hacer penitencia), las identitarias (sentirse miembro de una fraternidad, compartir con otros la pertenencia a un grupo) y quizás en algunos las casos las sociales (ser vistos, lucir vestimentas especiales, desfilar, tocar un instrumento). la antropología tiene una palabra que decir, pero quizás no es suficiente. Hay que hurgar más a fondo.
Un aspecto que me llama la atención es que, a diferencia del ámbito litúrgico (dominado por los sacerdotes), el mundo de las cofradías es casi exclusivamentemente laical. Son los laicos quienes adornan los pasos, organizan las procesiones y realizan otras muchas actividades. La presencia del sacerdote, aunque reconocida en los estatutos, se reduce en muchos casos a algo testimonial. Por otra parte, las cofradías están ensanchando cada vez más su campo de acción. En Sevilla me aseguraban que no se reducen a desfilar procesionalmente durante la Semana Santa u otras fiestas, sino que incluyen actividades formativas, catequéticas, lúdicas y de acción social. Muchas de ellas llevan a cabo solidariamente proyectos de ayuda a personas necesitadas o a instituciones que trabajan en favor de los discapacitados, toxicómanos, inmigrantes, etc.
¿Qué nos está diciendo Dios a través de este fenómeno tan llamativo? ¿Por qué muchos jóvenes que no se sienten atraídos por la liturgia de la Iglesia (que consideran fría, formalista y aburrida) parecen sentirse a su aire en las cofradías, como si estuvieran cortadas a su medida? ¿Qué extraña combinación de búsqueda espiritual, sentido corporativo, sensibilidad estética y preocupación social se da en ellas? ¿Cómo acompañar estos movimientos para que, sin perder su carácter genuino, ayuden a un encuentro personal con Cristo y con María, los mismos que desfilan por las calles representados por artísticas imágenes? Confieso que no tengo ninguna experiencia en este campo, pero me parece un fenómeno sorprendente y retador, tanto desde el punto de vista sociológico como, sobre todo, desde el ángulo de la evangelización. Espero que algunos de mis amigos cofrades me ayuden a entenderlo y valorarlo.
Pertenezco a una generación que no supo valorar mucho la religiosidad popular. Se la veía como un residuo de viejas supersticiones, como un sustitutivo de la auténtica liturgia. Incluso en este terreno se colaba un evidente clasismo: la liturgia es para los espiritualmente maduros; la religiosidad popular es cosa de las personas poco cultas y religiosamente inmaduras. Me temo que en mí perviven todavía algunos prejuicios de este tipo que, en buena parte, son fruto de un gran desconocimiento. Nunca he vivido por dentro este mundo. Siempre lo he observado desde fuera, como un fenómeno anacrónico y, en algunos casos, vistoso. Poco más. No ha provocado en mí ninguna emoción particular ni tampoco ha suscitado mi reflexión. Quizás ha llegado el momento de abrir los ojos y de intentar captar lo que significa.
¿Qué es lo que mueve a un joven de hoy a inscribirse en una cofradía sabiendo que en algunos casos debe esperar varios años hasta que su solicitud es aceptada? No creo que se puedan dar respuestas generales, pero imagino que hay una mezcla de motivaciones: desde las puramente familiares (continuar una tradición de los padres y abuelos) hasta las más genuinamente espirituales (búsqueda de Dios y del sentido de la vida) pasando por las estéticas (disfrutar de un bello espectáculo), las expiatorias (cumplir una promesa, purgar los propios pecados, hacer penitencia), las identitarias (sentirse miembro de una fraternidad, compartir con otros la pertenencia a un grupo) y quizás en algunos las casos las sociales (ser vistos, lucir vestimentas especiales, desfilar, tocar un instrumento). la antropología tiene una palabra que decir, pero quizás no es suficiente. Hay que hurgar más a fondo.
Un aspecto que me llama la atención es que, a diferencia del ámbito litúrgico (dominado por los sacerdotes), el mundo de las cofradías es casi exclusivamentemente laical. Son los laicos quienes adornan los pasos, organizan las procesiones y realizan otras muchas actividades. La presencia del sacerdote, aunque reconocida en los estatutos, se reduce en muchos casos a algo testimonial. Por otra parte, las cofradías están ensanchando cada vez más su campo de acción. En Sevilla me aseguraban que no se reducen a desfilar procesionalmente durante la Semana Santa u otras fiestas, sino que incluyen actividades formativas, catequéticas, lúdicas y de acción social. Muchas de ellas llevan a cabo solidariamente proyectos de ayuda a personas necesitadas o a instituciones que trabajan en favor de los discapacitados, toxicómanos, inmigrantes, etc.
¿Qué nos está diciendo Dios a través de este fenómeno tan llamativo? ¿Por qué muchos jóvenes que no se sienten atraídos por la liturgia de la Iglesia (que consideran fría, formalista y aburrida) parecen sentirse a su aire en las cofradías, como si estuvieran cortadas a su medida? ¿Qué extraña combinación de búsqueda espiritual, sentido corporativo, sensibilidad estética y preocupación social se da en ellas? ¿Cómo acompañar estos movimientos para que, sin perder su carácter genuino, ayuden a un encuentro personal con Cristo y con María, los mismos que desfilan por las calles representados por artísticas imágenes? Confieso que no tengo ninguna experiencia en este campo, pero me parece un fenómeno sorprendente y retador, tanto desde el punto de vista sociológico como, sobre todo, desde el ángulo de la evangelización. Espero que algunos de mis amigos cofrades me ayuden a entenderlo y valorarlo.
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