No lo digo yo. Lo dice el papa Francisco en el número 32 de la exhortación apostólica Gaudete et Exsultate sobre el llamado (sic) a la santidad en el mundo actual. El texto se hizo público ayer. Muchos medios de comunicación de todo el mundo lo están difundiendo. Las palabras latinas que le dan título son de Jesús: “Alegraos y regocijaos” (Mt 5,12). Está visto que el Papa está dispuesto a insuflar un poco de alegría en este mundo enfermo de infinita tristeza. Espero que no os desanimen los 175 párrafos de que consta el documento. Es un texto que se lee con agrado. De hecho, yo me lo leí ayer por la tarde de un tirón mientras contemplaba el cerezo florido del jardín y me guarecía de la lluvia que caía sobre la sierra madrileña. Tomemos, a modo de ejemplo, el párrafo 16: “Esta santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos. Por ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y comienza a hablar, y vienen las críticas. Pero esta mujer dice en su interior: «No, no hablaré mal de nadie». Este es un paso en la santidad. Luego, en casa, su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada se sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que santifica. Luego vive un momento de angustia, pero recuerda el amor de la Virgen María, toma el rosario y reza con fe. Ese es otro camino de santidad. Luego va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él con cariño. Ese es otro paso”. ¿Quién no entiende un párrafo como éste? Reconozco que no todos son así de fáciles, pero me atrevo a decir que cualquiera con un mínimo de formación puede leer el documento sin dificultad y espero que con mucho provecho.
Como era de esperar, en un momento dado, el Papa cita la conocida frase del escritor francés León Bloy: “En la vida existe una sola tristeza: la de no ser santo”. No creo que muchos suscriban hoy esta afirmación y, sin embargo, pone el dedo en la llaga. Ser santo no significa ser un héroe, sino una persona que, con sus debilidades, se abre a la misericordia de Dios y se deja transformar. Solo las personas transformadas son felices. El número 7 es hermoso: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad»”. Por si hubiera alguna duda sobre la llamada universal a la santidad, en el número 14 es aún más explícito: “Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”.
Toda la exhortación evita el dualismo entre soledad y apertura, oración y acción, contemplación y servicio. Los santos son hombres y mujeres de armonía. Oran de rodillas y de rodillas lavan los pies. Besan la cruz de Cristo y besan las heridas de la gente. ¿Qué santidad es esa que separa lo que Dios ha unido? ¿Dónde encontramos los verdaderos criterios para saber en qué consiste la santidad cristiana? En las Bienaventuranzas (a las que presenta como “el carné de identidad” del cristiano) y en el famoso pasaje de Mateo 25,31-46: sí, ese de las ovejas y las cabras. Por si no fuera suficiente, el Papa añade cinco rasgos que deben caracterizar a los santos de hoy; es decir, a nosotros:
- Centrados en Dios
- Alegría y sentido del humor
- Audacia y fervor
- En comunidad
- En oración constante
Hay otras muchas indicaciones valiosas, pero no conviene decirlo todo. Me ha llamado la atención lo que dice sobre el uso de internet (n. 115) y lo referido al diablo (n. 160 y siguientes). Ambos (es decir, internet y el diablo) son temas de rabiosa actualidad. Como algunos le han criticado que siempre habla de los pobres y no parece apoyar mucho a los movimientos pro-vida, el papa Francisco vuelve a la carga insistiendo en que el santo defiende todo tipo de vida y en todas sus etapas. En fin, habrá tiempo para volver sobre los peligros del neo-gnosticismo y el neo-pelagianismo (dos peligros antiguos y modernos que afectan a la verdadera santidad), sobre la jerarquía de las virtudes (la caridad siempre en la cumbre), sobre el significado auténtico de la justificación por la gracia y sobre tantos asuntos importantes. Espero que la entrada de hoy sirva solo de aperitivo y que de ninguna manera supla a la exhortación del Papa. Lo mejor es leerse el texto completo y no dejarse llevar demasiado por los comentarios, empezando por el mío.
Termino con una oración atribuida a santo Tomás Moro y que el Papa coloca en la nota 101. Demuestra que también los santos tienen sentido del humor:
Concédeme, Señor, una buena digestión,
y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa
que sepa aprovechar lo que es bueno y puro,
para que no se asuste ante el pecado,
sino que encuentre el modo
de poner las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y los lamentos
y no permitas que sufra excesivamente
por esa cosa tan dominante que se llama yo.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría
y pueda comunicársela a los demás. Así sea.
y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa
que sepa aprovechar lo que es bueno y puro,
para que no se asuste ante el pecado,
sino que encuentre el modo
de poner las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y los lamentos
y no permitas que sufra excesivamente
por esa cosa tan dominante que se llama yo.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría
y pueda comunicársela a los demás. Así sea.
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