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sábado, 17 de marzo de 2018

La noche de las tres P

En el mundo siguen pasando muchas cosas. Por razones personales me preocupa lo que está sucediendo en el castizo barrio madrileño de Lavapiés. Más allá de los hechos concretos, lo interpreto como un síntoma de lo que puede pasar en todos los barrios multiétnicos que se están multiplicando en muchas ciudades de Europa. Pueden ser hermosos “laboratorios de interculturalidad” (y, por tanto, ensayos de sociedades más abiertas, plurales y tolerantes) o “ghettos de resistencia” (y, por tanto, potenciales focos de intolerancia y violencia). No es fácil aprender a vivir en sociedades tan complejas como las nuestras en las que se dan cita personas de diversas etnias, religiones, culturas, etc. Mi comunidad de Roma es intercultural. Creo que el ambiente es positivo y enriquecedor. Cada día me sorprendo con nuevos detalles que me hacen comprender hasta qué punto no me hago cargo de lo que significa la diversidad. Cuando todo parece que va bien, una sola palabra fuera de contexto puede despertar los demonios agazapados. Pero también un detalle de cercanía o servicio puede revelar la enorme humanidad que todos llevamos dentro. Estamos siempre aprendiendo a vivir de otra manera. Nunca sabemos del todo quiénes somos nosotros y quiénes son los demás. Nunca sabemos nuestros límites y posibilidades hasta que la vida nos pone a prueba. 

En este proceso de ir tejiendo lazos, la noche de los sábados tiene un especial significado lúdico en mi comunidad romana. Es nuestro particular shabat, la interrupción alegre del ritmo ordinario. Yo la llamo “la noche de las tres P” porque nos tomamos tres horas (de 8 a 11) para disfrutar la Pizza italiana, degustar una cerveza Peroni (aunque las hay de otras marcas) y ver una Película juntos. Cada una de estas P merece un pequeño comentario. Hace meses escribí algo sobre “el sacramento de la pizza. En Italia no necesita muchas explicaciones porque todo el mundo entiende lo que significa comer pizza juntos. Es algo más que una ingesta de harina y tomate y mucho más que un mero pasatiempo. Pero me sorprendo que algo tan italiano se haya extendido por todo el mundo, especialmente entre la gente joven, aunque -dicho sea de paso- me he encontrado con algunas pizzas por ahí que más parecían un monumento al engrudo que un verdadero alimento. Lo de la cerveza Peroni es más discutible. Algunos de mis compañeros no prueban el alcohol. Diría que “se lo prohíbe su cultura”. Se sorprenden de que en la Europa mediterránea el alcohol (por ejemplo, el vino en las comidas) circule con normalidad sin que esto suponga que las personas sean borrachas o alcohólicas. Aunque me temo que esto no va a durar mucho dada la cultura de hipersalud que se está imponiendo. Algún día escribiré algo sobre la magia de compartir una cerveza.  Y, por último, la P de película. Confieso que soy un enamorado del cine. Me parece que las nuevas parábolas de la cultura de masas son las películas. A menudo, me han emocionado e instruido más que muchas de las lecturas que “por obligación” tengo que hacer. Entre las películas que veo en los aviones y las que cada sábado veo en casa, hace años que no frecuento un cine como Dios manda. Pero, al menos, voy siguiendo las principales novedades. (Aclaro que la foto que acompaña este párrafo no es el salón de mi comunidad. El presupuesto no nos da para tanto). 

Creo que lo que sucede en mi comunidad es muy común en las familias. De lunes a viernes los padres están volcados en el trabajo y los hijos en sus obligaciones académicas o laborales. Cuando llega el fin de semana se puede rescatar un tiempo precioso para el descanso, el diálogo y la recreación. Si no fuera por esta alternancia saludable de negocio y ocio, acabaríamos quemados y distanciados. Hoy se habla de la industria del entretenimiento. A mí no me gusta esta palabra. Yo no aspiro a entretenerme. Me gusta más un viejo término, apenas usado, que posee una fuerte carga simbólica. Yo prefiero hablar de “recreación”. Cuando realizo alguna actividad recreativa es como si estuviera creando de nuevo, como si todo empezara otra vez. Cualquier actividad recreativa (tomar una pizza o ver una película) nos retrotrae al Génesis. Significa experimentar que las cosas vuelven a nacer, que las relaciones se anudan y que Dios ve que todo esto que nos ayuda a crecer como seres humanos “es bueno”.

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