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lunes, 1 de enero de 2018

Vale más bendecir

No sé cuántos ríos de champán habrán corrido por el mundo en las últimas horas para brindar por el nuevo año 2018. Desde Sidney hasta Los Angeles se han multiplicado las fiestas y celebraciones. Yo he decidido empezarlo con María. Echando la vista atrás, caigo en la cuenta de que he escrito varias veces sobre ella en los últimos días. No se puede entender el misterio de la Navidad sin la presencia silenciosa de la madre. Por eso, en la liturgia cristiana, a los ochos días del nacimiento de Jesús, se celebra la solemnidad de María, madre de Dios. Ella es la que sabe acoger el Misterio, guardarlo en el corazón, convertirlo en tesoro, dejarse transformar por él. No siempre entiende lo que sucede, como les sucederá después a los discípulos de Jesús. Pero no se rebela. Calla, medita y espera. Solo las personas sabias saben esperar. Los demás no aguantamos el tiempo de Dios. Nos desesperamos. Queremos dominar el tiempo, ser sus dueños y controladores. María sabe que el tiempo le pertenece a Dios y que de Dios solo vienen bendiciones. De hecho, ella es “la bendita del Señor”, como la llama su prima Isabel.

El año comienza con una gran bendición. Dios “habla bien” (ben-dice) de cada uno de nosotros al comienzo de este 2018. Es como si, un año más, empezara el Génesis y Dios viera que todo está bien. Esta actitud positiva de Dios nos contagia a nosotros. No sabemos lo que va a depararnos este nuevo año, pero la liturgia nos invita a vivir todo como una bendición, nunca como una maldición. Por eso, Pablo insiste en que convirtamos esto en una actitud permanente: “Bendecid y no maldigáis” (Rm 12,14). Incluso cuando tendríamos motivos para actuar de otro modo, la Palabra de Dios es tenaz: “No devolváis mal por mal ni injuria por injuria sino todo lo contrario: bendecid, ya que vosotros mismos habéis sido llamados a heredar la bendición” (1 Pe 3,9). Siempre me ha llamado la atención la facilidad con la que en Latinoamérica se habla de bendiciones. Es frecuente que la gente te diga: “Que Dios le bendiga”. Otras veces, si saben que eres sacerdote, suelen repetir: “Bendígame, padre”. En Europa hemos perdido la cultura de la bendición. Nos parece inútil. No creemos en la eficacia de nuestro bien-decir, quizás porque no creemos mucho en la eficacia del bien-decir de Dios. Necesitamos mucha humildad para dejarnos transformar por el poder de la Palabra. 2018 puede ser un año en el que aprendamos a quejarnos menos y a ver siempre el lado positivo de la vida.

El año se abre también con la LI Jornada Mundial de la Paz. Este año el mensaje del papa Francisco está dedicado a los Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz. Nos abre los ojos sobre un problema que es tan antiguo como la humanidad. Siempre los hombres y mujeres han emigrado por razones bélicas, económicas, etc. ¿Cómo afrontar este fenómeno con humanidad? Nos invita a conjugar cuatro verbos en relación con las personas que se ven obligadas a salir de sus países en busca de una vida mejor: acoger, proteger, promover e integrar. Me siento un poco mal escribiendo estas cosas después de una fiesta serena y entrañable. Brindar por el nuevo año cuando millones de personas se enfrentan a él en la indigencia o la incertidumbre me produce un sentimiento de malestar. La felicidad nunca es plena cuando “los nuestros” –es decir, cualquier ser humano– no puede vivir con dignidad. Jesús, José y María también fueron refugiados.  Experimentaron en carne propia el desgarro de salir de su país y buscar refugio en otro. Por eso, hoy les pido que intercedan por los millones de personas que están viviendo en esta situación. 

A los amigos del Rincón no os deseo solo un próspero Año Nuevo, sino, ante todo, la bendición de Dios para este nuevo año. 


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