No sé cuántos
ríos de champán habrán corrido por el mundo en las últimas horas para brindar
por el nuevo año 2018. Desde Sidney hasta Los Angeles se han multiplicado las
fiestas y celebraciones. Yo he decidido empezarlo
con María. Echando la vista
atrás, caigo en la cuenta de que he escrito varias veces sobre ella en los últimos
días. No se puede entender el misterio de la Navidad sin la presencia silenciosa
de la madre. Por eso, en la liturgia cristiana, a los ochos días del nacimiento de Jesús,
se celebra la solemnidad
de María, madre de Dios. Ella es la que sabe acoger el Misterio, guardarlo
en el corazón, convertirlo en tesoro, dejarse transformar por él. No siempre entiende
lo que sucede, como les sucederá después a los discípulos de Jesús. Pero no se
rebela. Calla, medita y espera. Solo las personas sabias saben esperar. Los
demás no aguantamos el tiempo de Dios. Nos desesperamos. Queremos dominar el tiempo, ser sus dueños y controladores. María sabe que el tiempo le pertenece a Dios y que de Dios
solo vienen bendiciones. De hecho, ella es “la
bendita del Señor”, como la llama su prima Isabel.
El año comienza con una gran bendición. Dios “habla bien” (ben-dice) de cada uno de nosotros al comienzo de este 2018. Es como
si, un año más, empezara el Génesis y Dios viera que todo está bien. Esta actitud
positiva de Dios nos contagia a
nosotros. No sabemos lo que va a depararnos este nuevo año, pero la liturgia
nos invita a vivir todo como una bendición, nunca como una maldición. Por eso,
Pablo insiste en que convirtamos esto en una actitud permanente: “Bendecid y
no maldigáis” (Rm 12,14). Incluso cuando tendríamos motivos para actuar de
otro modo, la Palabra de Dios es tenaz: “No
devolváis mal por mal ni injuria por injuria sino todo lo contrario: bendecid,
ya que vosotros mismos habéis sido llamados a heredar la bendición” (1 Pe
3,9). Siempre me ha llamado la atención la facilidad con la que en Latinoamérica
se habla de bendiciones. Es frecuente que la gente te diga: “Que Dios le bendiga”. Otras veces, si
saben que eres sacerdote, suelen repetir: “Bendígame,
padre”. En Europa hemos perdido la cultura de la bendición. Nos parece inútil.
No creemos en la eficacia de nuestro bien-decir,
quizás porque no creemos mucho en la eficacia del bien-decir de Dios. Necesitamos mucha humildad para dejarnos transformar
por el poder de la Palabra. 2018 puede ser un año en el que aprendamos a quejarnos menos y a ver siempre el lado positivo de la vida.
El año se abre
también con la LI Jornada Mundial de la
Paz. Este año el mensaje del papa Francisco está dedicado a los Migrantes
y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz. Nos abre los ojos sobre un problema que es tan antiguo como la humanidad. Siempre los hombres y mujeres han emigrado por razones bélicas, económicas, etc. ¿Cómo afrontar este fenómeno con humanidad? Nos invita a
conjugar cuatro verbos en relación con las personas que se ven obligadas a
salir de sus países en busca de una vida mejor: acoger, proteger, promover e integrar. Me siento un poco mal
escribiendo estas cosas después de una fiesta serena y entrañable. Brindar por
el nuevo año cuando millones de personas se enfrentan a él en la indigencia o la incertidumbre me
produce un sentimiento de malestar. La felicidad nunca es plena cuando “los nuestros”
–es decir, cualquier ser humano– no puede vivir con dignidad. Jesús, José y María
también fueron refugiados. Experimentaron
en carne propia el desgarro de salir de su país y buscar refugio en otro. Por
eso, hoy les pido que intercedan por los millones de personas que están viviendo en esta
situación.
A los amigos del Rincón no os deseo solo un próspero Año
Nuevo, sino, ante todo, la bendición de Dios para este nuevo año.
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